d i e c i n u e v e

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Llamé al timbre de la casa de Aerin. No era la primera vez que iba allí; de hecho me sabía el camino de memoria y me apostaba un brazo a que podía hacerlo con los ojos cerrados. Dejamos de ir a la biblioteca desde que ella se encontró con Haneul, así que la mesa del comedor de su enorme casa se había convertido en nuestra sala de estudio improvisada. Era viernes. Ella tenía ensayo por la tarde. Sólo esperaba que Aerin ya estuviera en casa. De lo contrario, huiría para no tener que hablar con sus padres. Sería demasiado incómodo y estaba seguro de que iba a soltar algo sarcástico y me iban a prohibir la entrada.

Tardé un buen rato en oír los pasos acelerados de alguien. La puerta se abrió de par en par, dejándome paso. Aerin apareció con el pelo recogido en un coleta, las gafas mal colocadas y la camisa del uniforme del instituto hecha un desastre. Suspiré. ¿Cuándo narices iba a aprender a peinarse?

— Toma. — me apoyé en una de las columnas del hall para no perder el equilibrio al quitarme los zapatos. Le tendí a Aerin la bolsa negra que me habían dado en el súper.

— Woah, ¡qué considerado! — me la arrebató de las manos. Emocionada, se puso a observar el contenido. Hizo una mueca de decepción y cerró la bolsa para mirarme con algo de enfado. — ¿Ramen? ¿En serio?

— Sí.

Bufó algo que no escuché. Bueno, realmente sí, pero decidí ignorarla y no comentar nada. Me dejó las viejas zapatillas que me dejaba siempre para no pisar descalzo el parqué oscuro de su casa. Caminé detrás de ella mientras se iba quejando de lo absurdo que era regalar a alguien ramen. Debió de captar la idea y Aerin desapareció en la cocina junto a su madre. Mi plan era sencillo: compraba el ramen que a mí me gustaba, se lo daba con la excusa de que era un ''regalo'' y esperaba a que lo hiciera en su casa, así no tenía que prepararlo yo. Luego caí en la cuenta de lo retorcida que era Aerin. Temí por mi integridad. Sabía que era capaz de echarle kilos y kilos de tabasco al ramen sólo para verme sufrir. O escupir. No sabía que era peor. El tabasco, supuse.

Era la primera vez que estaba allí para algo que no era estudiar. Sentía la mirada de su padre clavada en la nuca. Aerin no me había hablado mucho de él, pero a juzgar por lo poco que me había comentado debía de ser un hombre bastante estricto. Con carácter, como ella. Rodeé el sofá de la sala de estar para hacer un poco de tiempo y esperar a que Aerin volviera. Tenía la terrible sensación de que su padre iba a tirarme por la ventana si rozaba algún mueble. Oí las protestas de Aerin en la cocina. Gritaba con ese tono de niña enrabietada que tenía siempre que alzaba la voz. Era muy molesto, pero empezaba a acostumbrarme.

Cansado de esperarla, me senté en el sofá en silencio. Miré con fingido interés hacia el ventanal de la sala para evitar que su padre viniera hacia mí, pero lo hizo igualmente. Se sentó al otro lado del sofá, a más de un metro. Lo agradecí. Era un hombre alto, de envergadura considerable. Llevaba gafas y tenía una nariz idéntica a la de Aerin. Seguro que no era el único que se daba cuenta de que eran muy parecidos. No me atreví a observar a su padre directamente; lo hice de reojo.

— Así que, tú eres el famoso Yoongi. — dijo, haciendo que fijara la vista en la ventana.

Famoso. Aerin tiene que haber hablado de mi a sus padres. Su padre sólo me había visto la cara el primer día que fui a casa de Aerin a ayudarle con los deberes. El resto de días, él estaba trabajando. O eso creía. No había tenido oportunidad de dirigirme la palabra antes. Y la verdad, no tenía por qué hacerlo. Estuve a punto de agradecerle la intención de entablar una conversación conmigo y zanjar así el tema, pero me limité a asentir.

— Aerin habla mucho de ti. Dijo que eras africano. — continuó. — Pensé que lo decía en serio. — No supe si reír o llorar. Opté por mantenerme neutro. — No eres de Seúl, ¿verdad?

First Love » Suga; BTS✔ ¡Segunda parte ya a la venta!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora