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Han pasado casi 10 meses desde la muerte de Mary, y John finalmente ha comenzado asimilarlo.

Ha sido difícil, por supuesto.

Mirar a Sherlock a los ojos se ha vuelto todo un reto para el médico.

Luego de todo lo que dijo aquella ocasión. Ambos saben que no fue más que el dolor hablando.

John Watson no necesitaba que su esposa le pidiera salvar a Sherlock Holmes.

Pero él era un necio. Y desde la supuesta muerte del detective se prometio a sí mismo no volver a creerle.

Y eso lo llevó a gritar cosas que realmente no sentía.

Lo único cierto es que Watson deseaba ferviertemente convertirse en el hombre que Mary esperaba.

Esa era la principal razón por la que estaba de nuevo ahí. En el 221B de Baker S. Viviendo ahí.

Junto a Sherlock.

Junto a su hija.

Rosamund Mary Watson era su adoración.

Luego de conocer a Euros, John finalmente había recobrado el sentido de paternidad de un modo tan intenso que era raro no verlo junto a la pequeña Rosie.

La ley acordada junto con Mary sobre no llevarla a las escenas del crimen fue respetada, por un tiempo.

Watson había encontrado cierto consuelo en continuar participando activamente en los casos, y finalmente Sherlock sugirió preparar a la menor para ello.

Evidentemente ninguno de los dos le dejaba acercarse demasiado a los cuerpos, y mientras Sherlock examinaba, muchas veces superficialmente para no manchar (ni a sí mismo, ni la escena del crimen), John cargaba a Rosie unos metros lejos. Cuando finalmente reunía la información suficiente iba hasta el otro, y en una acción natural, tomaba a la menor en sus brazos para luego jugar con ella mientras Watson examinaba los cadáveres.

La invisible barrera entre ellos iba disminuyendo poco a poco, con una lentitud que los torturaba a ambos.

Estaban demasiado acostumbrados el uno al otro que aquella situación no hacía más que incomodarlos.

Pero, asombrosamente, existía una cosa que los mantenía juntos.

Una persona.

Rosie Watson.

Sherlock miraba a Rosie como quien observara la hermosura de un cielo nocturno estrellado perfectamente despejado, bajo la luz de la luna.

Y John estaba más que encantado con ello.

El tiempo fue avanzando pausado para ellos, pero increíblemente rápido para el resto.

La pequeña rubia había balbuceado un día sus primeras palabras mientras Sherlock la mecía.

John, acomodado en el sofá, les miraba con cariño.

El sentimiento de calidez en su pecho era innegable entonces.

Cada vez que miraba a ese par lo sabía.

Le dolía un poco, porque sentía que traicinaba a su difunta esposa pero...

Esos dos.

Eran su familia.

-Mi querida Watson... Ves, pero no observas...

El rubio rodó los ojos al oírlo.

Sherlock estaba empeñado en convertirla en una pequeña genio, y al parecer su esfuerzo estaba dando frutos.

Él, ella y yo. {Sherlock BBC}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora