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El Doctor John H. Watson no es un hombre estúpido. No señor. Y quien lo crea puede, inmediatamente, ir directo a consulta por que existe algo seriamente mal con él.

Puede ser distraído, y quizá poco observador en cuestiones que se alejen de su campo, pero eso, de ningún modo, es excusa para pensar que él es estúpido.

No. Para nada.

Sí, quizá no era tan listo como Sherlok, y sí, quizá le faltaban los años de experiencia de Greg, o la velocidad de análisis de Mycroft (aunque en este último seguía siendo mala comparación, cualquier Holmes estaba alejado de sus habilidades, punto) Y sí, definitivamente no tenía los antecedentes de su difunta esposa pero, y aquí viene lo importante, él no era ciego.

No del modo en que todos querían creer.

Fue el primero en notar la tensión sexual entre Mycroft y Greg, por amor de Dios.

Era bueno notando ese tipo de cosas.

Tenía ojo para el romance.

Y sabía, aunque Sherlock continuase diciendo que estaba equivocado, que James Moriarty tenía una vida hecha muy lejos de la fama criminal.

Le quedó clarísimo desde el momento en que lo conoció.

Pero eso era otro cuento.

La cuestión aquí, esa que le impode cerrar los ojos un sábado por la noche, es que hay algo que no está cuadrando en su día a día.

Han pasado algunos meses desde la muerte de Mary, y, aunque continúa viéndola de tanto en tanto, el dolor ha ido disminuyendo al grado de volverse soportable.

Y cuando el dolor deja de nublarte los sentidos, estos comienzan a adaptarse de nuevo, a percibir de nuevo.

Y recientemente ha comenzado a percibir cosas demasiado extrañas.

Escaleras abajo, escucha perfecto como el detective sale de su habitación directo a la cocina y regresa sus pasos luego de algunos minutos.

John no recordaba haber estado tan al pendiente de los movimientos del otro nunca, pero ahora era así.

Sherlock estaba actuando raro.

Sherlocl Holmes, ese mismo que metía cabezas a la nevera, el mismo que montaba un laboratorio potencialmente peligroso en medio de la cocima, y ese que casi lo envenena al cambiar la azúcar por un polvo de dudosa procedencia que tiñó su cafe negro a rojo en segundos.

Cabe decir que se llevó el susto de su vida ante eso último.

Ese mismo hombre, qur facilmente te mandaba a volar con una mirada, que ignoraba sus demandas y hacía oídos sordos ante los reclamos de cualquiera (en especial su hermano) se encontraba ahora mismo preparando un biberón.

¿Cómo lo sabía?

Ese horrible olor.

Desde la comodidad de su cama, John Watson se preguntó seriamente si la charla del día anterior había sido siquiera escuchada.

Sherlock estuvo hablando por horas con Balloon-John sobre la importancia de la alimentación en los niños pequeños, haciendo especial hincapié en que su madre solía preparar una especie de leche casera que, desde su punto de vista, sería ideal para la pequeña Watson.

Evidentemente, John se saltó la mitad del monólogo y llegó justo a tiempo para cuando el moreno se giró a verlo mientras la preguntaba salía de sus labios.

-Entonces, ¿estás de acuerdo?

El doctor no sabía ni lo que estaba pasando, pero pensando en que sería otra de esas preguntas donde el otro realmente no toma en cuenta (ni por un maldito segundo) su opinión, aceptó fervientemente.

Él, ella y yo. {Sherlock BBC}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora