Capítulo 5. Pequeño Viaje.

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—Es hora de irnos —dice él, poniéndose de pie.

—¿A dónde? —pregunto a la defensiva, desviando mi mirada de la fascinante flor.

—En cualquier momento sentiran tu dweomer.

—No entiendo lo que dices... ¿dweomer? ¿qué es eso? —imito su acento terriblemente.

—Lo lamento, tengo que seguir hablando tu idioma, casi lo olvido —dijo fastidiado—. Dweomer significa esencia, no queremos que el Imperium note tu esencia.

—¿Esencia?

—Creo que te he dicho lo suficiente —se cruza de brazos—. Finn resolverá tus dudas, necesitamos irnos a un lugar seguro y esperar a que tus raspaduras sanen, así que ponte de pie.

—No quiero ir contigo. Eres un extraño.

Mi respuesta no parece gustarle, se agacha quedando a mi altura. Su mirada cargada de fastidio, sus ojos me examinan antes de acercar su rotro al mio. No me gustaba tenerlo cerca, aún no me sentía segura. Me había dicho que era un hechicero lo cual parecía irreal, y la flor podía ser prueba de lo que decía, pero podía ser un sueño en el cual estaba encerrada, no había necesidad de creerle y confiarle nada.

—Te diré algo Pequeña Morgan —su mirada conecta conmigo, intimidándome—, si el Imperium llega a encontrarte harán contigo cosas terribles, eres algo a lo que ellos temen, pero si se enteran que eres ignorante de ImagineVille y que aun desconoces de tus capacidades no dudarán en aniquilarte. Sin embargo, existe un grupo que quiere ayudarte y protegerte, y pertenezco a él. Tú eliges, morir o buscar tu seguridad e irte conmigo.

Todo me parecía ilógico, nada de lo que él decía me convencía al cien porciento. Quizás todo lo que estaba viendo y escuchando era producto de mi imaginación sintiendo la culpa palpitando por la chica encerrada en el conserje.

—Aunque quisiera irme contigo... no puedo —susurré, esperando que se alejara. Lo estaba alentando indirectamente, pero realmente no quería irme con él.

—¿De qué loquere? —niega con su cabeza al notar mi ceño fruncido ante su palabra— ¿De qué hablas?

—Mi tobillo duele y mis rodillas están lastimadas.

—Nuestro refugio no queda muy lejos, ponte de pie y vámonos —se aleja finalmente recuperando su compostura—. Caminaremos lento, no te preocupes.

Con dificultad y sumo cuidado me pongo de pie con la flor en la mano, no quería dejarla en el suelo. Una parte de mí decía que confiara y la otra creía que todo lo que estaba pasando era parte de mi imaginación.

Apoyar mi pie hizo que mi cuerpo temblara de dolor, había lastimado seriamente mi tobillo. El psicópata había avanzado, trataba de alcanzarlo, pero me era imposible. Cada paso era como cuchillas en mi pie, pero al desconsiderado raptor no le importo.

—Dijiste que irías lento —me quejo, recostandome en un árbol cercano—. No avanzaré si no me ayudas.

Él se gira sin algun interés sobre mi tono de voz, sonaba cansada. Se acerca y aprieta sus labios antes de tomar mis piernas y cargarme, otra mano sostiene parte de mi espalda y por instinto rodeo su cuello con mis brazos, trato de cuidar la flor en mis manos esperando que no haga contacto con él. No dice alguna palabra durante el camino, eso me daba la oportunidad de pensar en mi escape cuando me recupere. Lo golpearía con algo cercano y correría lo más lejos posible. Y si resultaba ser un sueño, suponía que despertaría en mi habitación, ya que si analizaba bien mi sueño, él sicópata me representaría a mi, y yo seria Liseth la chica que encerré en el cuarto del conserje. Sería una pesadilla ridícula.

—Llegamos.

Desvío mi atención a la cabaña que estaba frente a mi, la madera no parecía estar en un buen estado. Ver la cabaña me provoco náuseas, podía sentir un hedor, quiso vomitar, pero resistió sus náuseas.

—¿A la princesa no le parece? —se burla, dejándome en el suelo con brusquedad, haciendo que casi pierda la flor.

Maldito.

—¡Imbecil! —chillé queriendo llorar del dolor, me había bajado sin cuidado. Me había apoyado en mi pie herido.

—Entra —dice, volviendo a su actitud antipática.

Con dificultad logro entrar a la cabaña apestosa y cierro la puerta recostándose después en ella, maldigo la existencia de mi pesadilla y lo real que se sentía el dolor. El psicópata parece importarle poco mis quejas y malas miradas dirigidas a él, pensé que me callaría con un golpe o durmiendome con cloroformo, sin embargo lo que hizo fue susurrar.

La cabaña tomo un aire diferente, en un parpadear la cabaña tenía un olor mejor al anterior. Incluso el aspecto había ‘‘cambiado”—no había inspeccionando el lugar gracias a mis quejas—, era más hogareño y parecía acogedor. Había un tipo de sofá, al parecer estaba unido a la madera de la cabaña, parecía hecho de rama de árboles. Cubierto por unas acojedoras almohadas y una sábana púrpura. La caballa tenía velas que el psicópata estaba encendiendo, aún no era de noche y él parecía no notarlo.

—¿Por qué las enciendes? Aún es de día —digo señalando la ventana.

—Cierra las cortinas —ordena, sin embargo no me muevo de mi lugar— ¿Te quedarás allí?

—Si —respondo enfadada—, te he dicho que mi tobillo esta sumamente lastimado y me has forzado a caminar y no pienso seguir complaciendote.

—No entiendo como puedes ser una Joya...

—¿Joya?

No dice nada, simplemente se dispone a cerrar las cortinas. Después de segundos se recuesta en el sofá, cerrando sus ojos. Tenía envidia de su comodidad, yo estaba sufriendo y a él parecía importarle poco mi estabilidad.

—Oh, por cierto. Tu habitación esta al fondo del pasillo, por favor no hagas alguna estupidez —indica acomodándose en el sofá, estirando sus piernas y colocando sus brazos detrás de su cabeza—. Hay una  lectus... digo cama para que descanses y mañana por fin llevarte con Finn.

—¿Podrías llevarme? —pregunto después de largos segundos.

—Estoy ocupado.

Aprieto mis labios, queriendo golpearlo, nadie me había tratado con tanta antipatía antes, o al menos hace mucho tiempo. Me sentía impotente, las personas que alguna vez me trataron así fueron humilladas, justo ahora no podía hacer nada gracias a mi tobillo lastimado.

El pasillo estaba a mi derecha, tomando la pared de madera camino hasta llegar a la habitación. Veo la cama frente a mi, fue como si ángeles cantarán, sin dudarlo me adelanto hacia ésta y recuesto mi cuerpo en ella, sintiendo mi tobillo palpitante. Veo mi golpe y como temía, mi pie estaba morado y demasiado hinchado. Quito mis zapatos, sintiéndome cómoda y más relajada, sabía que este dolor era superficial, no era nada real. Pronto despertaría y mi “agonizo” se iría.

Coloco la flor junto a mi, eso fue lo último que vi antes de quedar profundamente dormida.

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