No sentir

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El cielo estaba con ese típico color cielo, ese tipo de color que hace que la gente normal dijera que era un bonito día. Salen a pasear, dar vueltas con el perro, tomar un helado en mayo, o ir a la playa. Cualquier día normal de gente normal.

Yo estaba en casa, sin hacer nada más que sujetar el pelo a mi hermana.

Nos encontramos de nuevo en ese baño de habitación, a decir verdad nos pasábamos mucho tiempo ahí dentro.

Estaba acostumbrada a aquel trabajo. Sujetar en el aire su pelo castaño para que no se manchara, también era algo triste ese gesto. Estaba vomitando, no sabía cuál de los dos era peor.

—Unas copas de más. —Dijo cuando le pregunté el porqué de ese mal estar. Y siguió vomitando todo el alcohol ingerido la pasada noche de descontrol.

Red salía casi todas las noches, por no decir todas. Le gustaba salir por la noche, más que gustar, hace unos años se convirtió en una necesidad. Y le entendía, en parte.

—No entiendo porqué te gusta emborracharte Red. —Le decía cada vez que la veía entrar tambaleándose por la habitación.

—No es emborracharse, es no sentir. —Siempre contestaba. A lo que yo asentía sin entender y le ayudaba a tumbarse en la cama y dormir. Era lo único que se podía hacer, tampoco se dejaba hacer nada más.

Cada día era igual, cada noche era igual. Me pasaba la madrugada medio en vela medio durmiendo, esperando que mi hermana entrara por la puerta y por fin descansar. Porque hasta que no llegaba a las tres de la mañana (y porque al día siguiente había colegio), no dormía tranquila.

¿Mis padres?

A mis padres no les importaba, no demasiado. Siempre fue problemática, y llegó un día que dejó de importarles, no demasiado.

Yo le quería, más que una amiga, más que una hermana. Le quería como si fuera mi vida misma y le protegía como si de mi se tratase. Aunque ella no me quería, no lo suficiente.

Apagué la luz del cuarto en cuanto acosté a Red y le tapé con las sábanas y la colcha. Le puse una manta de color rosa que tenía desde el día que llegó a esta casa. Ella decía que cuando era pequeña su madre y ella la hicieron, le daba nostalgia cada vez que la veía cerca. Pero yo siempre se la echaba por encima, de protección, por amor.

Fui a mi cama y hice lo mismo que le había hecho a mi hermana. Me puse del lado contrario a la cama y miré por la ventana antes de cerrar los ojos. Me gustaba tener las persianas levantadas, y sí, era porque le daba miedo la oscuridad. Y no, no a mí, a ella. Pero me parecía bonito que antes de cerrar los ojos y caer en un profundo sueño, ver la luna brillar tan cerca mío.

—Ciérrala. —Escuché en un susurro decir a mi hermana mientras cambiaba de posición.

—Pero te da miedo. —Le recordé frunciendo el ceño incluso sabiendo que nadie vería mi expresión.

—Ciérrala he dicho. —Repitió esta vez con un tono de advertencia. A veces no era muy amable.

Me levanté algo cansada y cerré con cuidado de no hacer ruido, las pesadas persianas de madera. Volví a mi lugar y cerré los ojos ya que ahora no podía observar a la luna en el cielo estrellado.

—Gracias. —Al oír esas palabras mi mente dio un pequeño cortocircuito, mi hermana, esa que nunca se disculpaba y/o pedía las cosas por favor, me había dado las gracias. Sonaba tonto, pero era algo grande lo que acababa de suceder.

—De de de nada Red.—Contesté tartamudeando y con una sonrisa en mis labios. —Red. —Llamé su atención. —Por favor para ya. —Dije medio suplicando.

—¿Que pare el qué? —Preguntó sin entender.

—Para de matarte. —Respondí desde dentro, realmente me dolía verle de esa forma. Autodestruyéndose.

—Ven. —Una casi inaudible llamada de ayuda surgió de sus labios, y yo, sin protestar le hice caso. Salí de mi cama de un salto y casi corriendo, con miedo de que cambiara de opinión, me metí en su cama, a su lado.

Un te quiero repentino surgió de mis labios. Nunca se lo decía, porque ella nunca me lo decía. Yo le quería, era mi hermana. Y ella, ella bueno me quería a su manera.

Pero desde aquella desastrosa noche me di cuenta que tenía una oportunidad. Ella me quería cuando estaba que no sentía.

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