—Pero mamá es injusto. —Grité a mi madre nada más enterarme de lo que pensaba hacer.
—¿Injusto? —Preguntó retóricamente ella. —Injusto es que yo y tu padre estemos pagando casi 200€ al mes para que tú, una niñata no sepa ni sumar 2+2. —Habló haciendo mi pequeño corazón pedazos. Sus duras palabras siempre se me quedaban en mi mente y después, en el peor momento, hacía que las recordara y dolieran.
—Pero mamá. —Intenté hablar sin tartamudear. —No se me dan bien las matemáticas, lo siento. —Dije aguantándome las lágrimas que amenazaban por salir de mis claros ojos.
Apenas tenía 7 años y me había quedado mi primer suspenso en las notas, me costaba mucho entender las matemáticas y mis padres siempre insistían mucho con ello, aunque no de la mejor manera.
—Mamá. —Llamó mi hermana a mi madre. —¿Puedo comer más helado? —Preguntó con su típica cara de niña buena, como si nunca hubiera hecho nada, como si nunca me hubiera matado.
—Claro que sí mi vida. —Respondió Clara, mi madre, con una sonrisa de madre orgullosa. Mi hermana, como siempre, había sacado las mejores notas del curso, y también como siempre, fue la primera en enseñárselas a mis padres.
—¡Te quiero mamá! —Gritó riendo la niña de larga cabellera castaña mientras cogía una cuchara del cajón de la cocina.
—¡No es tu madre! —Chillé en un arrebato de celos. —¡Es mía! —Insistí. Incluso no siendo su hija, la trataban a ella mejor que a mí.
Lo único que sentí después de eso, fue un estirón de pelo muy fuerte y esas lágrimas resistentes, caer al suelo.
Desperté aún con ese sueño en mente. Ese que me recordó a un momento de mi infancia no demasiado agradable. De pequeñas Red y yo no nos llevábamos muy bien, hasta que crecimos y, bueno, hasta que tuve que comenzar a cuidar de ella, y dejé mis celos y tonterías de niña pequeña a un lado.
Hoy era viernes. Y viernes significaba fiesta, fiesta significaba Gabriel, que también significaba amor.
Tenía unas ganas tremendas de ir a su fiesta y que pasara de todo, todo y lo que no iba a pasar, es decir nada. Seguro que no pasaba nada.
Me levanté de la cama aún algo dormida y recordando el sueño una y otra vez. El día no tenía mala pinta, pero tenía el presentimiento de que algo malo sucedería. Me vestí rápidamente y me fui con mi hermana al colegio.
Habían pasado cuatro días, e incluso siendo tantas horas de distancia con el Lunes, y incluso teniendo el plan perfecto para que nadie sospechara de nosotras, cada vez que iba al colegio un escalofrío entraba por mi cuerpo y me recorría desde las puntas de los pies hasta las del cabello. Haciendo así sin querer una pequeña sacudida en medio de la calle.
Pero fue un día normal.
Notaba que Gabriel me miraba más de normal, es decir, que me miraba, y eso ya era demasiado. Mi corazón iba a mil cada vez que se giraba para pedirme algún lápiz o simplemente para saludar. Y llevaba ya unos días así. Para mí era como lo mejor que me podía pasar en el día, pero no sabía si para él era igual.El día llegaba a su fin, y eso era mejor de lo que podía imaginar. Llegué a casa y dejé la mochila en el escritorio y me fui al armario para ver la ropa que escogía para esa noche tan especial. Pero un millón de pequeñas imágenes se me vinieron a la mente.
Pequeños flashbacks de gente hablando.
—¿Qué sientes Margaret? —Dijo una voz masculina en frente mío. Estaba en un lugar cerrado y conocido, pero no recordaba lo que era. Tampoco conocía al señor que me hablaba, pero me sonaba mucho su cara y su voz. Recordaba haber hablado con él, seguramente por la calle o como profesor. O como nada.
—No lo sé. —Yo contestaba diciendo una mentira, mentiras que siempre decía.
—¿Te gustó? —Volvió a preguntar el hombre.
—No lo sé. —Respondí, esta vez, diciendo la verdad.
No sabía de donde había salido esa conversación, pero no paraba de estar en mi mente. Como aquella escena que tuve que vivir.
Sangre.
Mis manos llenas de sangre.
Muerte.
Un vivo muerto.
Un muerto vivo.
Sangre en mi cara.
Sangre en el vestido.
Lágrimas.
Lágrimas que no eran mías.
Imágenes que no podía controlar y miles de sueños se quedaron en mi mente durante un largo rato, hasta que la vi.
—¿Otra vez? —Pregunté mirando a Red sentada en su cama justo al lado de la mía. —¿Esta vez porque es eh Red? —Hablé algo nerviosa. Algo enfadada con ella, odiaba que hiciera eso, que fuera tan débil y no supiera resolver los problemas.
No contestó y siguió haciendo lo que hacía, lo que siempre hacía.
—¿Acaso no sientes? —Pregunté por curiosidad. —¿No duele? —Seguí hablando incluso sin tener respuesta a nada.
—Alivia. —Fue lo único que escuché salir de sus labios después de las preguntas que le hacía, una tras otra, sin descanso.
—¿Tantos demonios tienes como para hacerte daño a ti misma? —Pregunté esta vez sentándome a su lado y quitándole la cuchilla de la mano.
—Remordimientos. —Habló claro y bajito.
—¿Aún los sientes? —De nuevo seguí. Yo sabía que en el fondo a ella le dolía, y le dolía aún más el haber asesinado a alguien. Pero era su punto débil, el matar era su punto débil.
Lo supe desde el momento que le vi asesinar a sangre fría a mi perro cuando tenía seis años. Lloré noche y día durante una semana, y cuando se lo expliqué a mis padres, no me creyeron. ¿Como me iban a creer que la niña de sus ojos había matado a un pobre animalito? Imposible, ella era la mejor hija del mundo, la que mejores notas sacaba y la que mejor se comportaba siempre. Siempre.
Pero después de disfrutar con la sangre, llegaba a la habitación y lloraba mares de lágrimas dolorosas mientras yo le consolaba haciéndole rizos con los dedos y éstos se volvían liso. Porque su pelo lacio no lo rizaba ni la plancha. A ella le encantaba el pelo ondulado, y no podía tenerlo. Ella era así. Siempre lloraba, y yo siempre la consolaba.
—Debes parar con eso Red. —Hablé después de estar un rato simplemente pensando. Simplemente recordando. —Debes parar con eso si quieres seguir viva. —Dije sinceramente. Sus pensamientos suicidas no le dejaban vivir en paz.
Pero claro, ese era el problema. Red no quería seguir viva, pero ella no podía morir.
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Red
Mystery / ThrillerRed era una chica complicada. Más que complicada, rara. Margaret era extraña. Siempre cuidando de su hermana. Ellas eran hermanas. No de sangre; De alma. El problema es que; Tanto amor no existía: Red había matado a Margaret mucho tiempo antes de qu...