¿Quien soy?

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De hecho no recuerdo nada, ni siquiera la sensación de tiempo o espacio más allá de estas cuatro paredes donde los rayos solares jamás hacen acto de presencia.

El tiempo para mí no es más que una nube de vapor, algo casi inexistente e inconsistente que pasa a mí alrededor y se desvanece como un fantasma ante una cámara.

No hay forma de medirlo, pues no entra luz solar como ya dije, no hay ningún reloj ni ventanillas, y tampoco sonido alguno que me oriente en lo más mínimo.

A veces aparecen cosas en la habitación, y en otras tantas desaparecen en intervalos irregulares; con la comida pasa lo mismo.

Mis costillas resaltan entre la piel, y aunque no pueda ver su aspecto en medio de está horrible oscuridad, las siento abultarse en mis costados.

Tengo un hambre atroz y mis delirios son constantes, lo sé por la cantidad de recuerdos difusos que se entre mezclan con lo que yo considero el mundo de los sueños.

La frágil línea que separa la realidad de la ficción la tengo hecha añicos.

En ocasiones tengo la ilusión de que alguien me llama con una voz dulce, serena y melancólica proveniente de un lugar lejano e inalcanzable donde la esperanza abunda, el espacio-tiempo se dilata y se contrae en hermosos matices nunca percibidos.

"Ven. Soy yo, Julia", dice, y por un momento llego a deslumbrar a la propietaria de aquella voz tan magnífica.

Una sombra que poco a poco empieza a iluminarse; el contorno de unas largas y fuertes piernas rodeadas por un fino vestido de seda, una cintura contorneada contra la tela y, el rostro afligido de una mujer de la que no tengo la menor idea de quién es, pero con la vaga sensación de haberla conocido alguna vez.

Luego la habitación empieza a cambiar, a iluminarse con luz fantasmal, una ventana aparece y a través de ella se ve un maizal.

Una ligera brisa entra y se estrella contra mi rostro, es densa y repleta de acre, las cortinas ondulan y maizal se dobla en dirección al viento, y la mujer musita con aquella suave e inquebrantable voz fantasmal: "Ven. Sígueme"... Y entonces levito.

Aquí las paredes son ásperas, secas.

Son de un material desconocido para mí, pero guardan cierto parecido al yeso y al granito.

No hay más que una vieja litera en un rincón, es dura y húmeda, por lo que suelo dormir en el suelo.

La temperatura es fría y nunca cambia.

Lo curioso de todo esto, es que nunca he encontrado señales de una puerta, he inspeccionado cada parte de está habitación con mis manos, y no encontrado nada más que las esquinas de mi prisión... ¡Ah, pero la cámara!

Sé que hay alguien ahí afuera y me observa, y ellos saben que lo sé.

Pero mi momento se está acercando. Escuchó los tambores y una voz electrónica habla desde un lugar.

No le pongo atención, sea quien sea Julia, viene y esta vez yo me voy con ella.

Su olor, su presencia se intensifica, y algo nauseabundo se hace presente.

Mi corazón que está a punto de explotar en mi cabeza por la emoción, se llena con un incontenible pavor.

"Ven. Sígueme" dice la voz.

El suelo bajo mis pies empieza a temblar.

Una puerta se abre.

Hay dos enormes siluetas observándome desde ella, ocultas por un letal resplandor de luz que sale a chorros detrás de ellos y que calcina mis ojos.

"Ven. Sígueme"

Y entonces levito.

La habitación empieza a desvanecerse.

Ah el maizal bañado por la dulce y densa brisa.

Aquella mujer, y el sol resplandeciente frente.

Y de fondo, aunque disminuyendo gradualmente, el sonido de un grito. ¿De mi garganta, tal vez? No lo sé, ni me importa.

La sensación de levitar se intensifica, y con ella aquel lugar tan fantasmal empieza a tomar forma real.

La oscuridad se va. La voz de la que se hace llamar Julia se vuelve sólida.

Pero en el fondo de mi ser una incontenible agonía y un terror punzante se aperan de mí, e incrementa junto con los temblores.

De repente una visión de mi antiguo infierno aparece: el techo se desmorona, alaridos lejanos y llenos de dolor acuden a mis oídos, las paredes crujen y se desmoronan como arena, y entonces una mano pequeña y suave se posa sobre mi hombro, y aquella voz inquebrantable susurra: "Ya es hora. Sígueme"

Y la sigo.

Ayer un fuerte terremoto con una intensidad de 6,7° en la escala de Richter sacudió a Los Ángeles.

Su epicentro es aún desconocido, y ciertamente ha desconcertado a la comunidad científica.

Aunque ya se había hablado en incontables veces el peligro que supone la falla de San Andrés, los expertos aseguran que esto no tiene nada que ver y, que por una razón inexplicable, no pudieron prever dicha catástrofe.

Los daños son severos.

Hasta el momento más de mil voluntarios, en conjunto con los bomberos y otros departamentos del Estado, han estado removiendo escombros de los edificios derrumbados  para auxiliar a posibles supervivientes.

La tasa de víctimas de calcula con al menos 20 muertos confirmados en estos momentos; 50 heridos, y 25 de gravedad, de entre ellos 5 niños menores de cinco años de edad y 7 adultos de la tercera edad.

Entre otras cosas el jefe de policía Alan Redman advierte...

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