Capítulo IV - Soledad desoladora

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Sentí que le estaba traicionando. No voy a negar que, por una parte, me gustó lo que hizo. Abandonó su imagen vulnerable durante unos momentos pero, por otra parte, no lo encontraba correcto. Como yo había dicho anteriormente, le veía de todas las maneras menos de la que a él le interesaba.

-Te estás equivocando, Dallas. -balbuceé.

Su expresión parecía petrificarse.

-Un cubo de rubik no es tan complicado si lo comparamos contigo.- dijo, en voz baja.

Bajé la mirada y jugueteé con mis manos.

-Lo dije en serio.- hablé, finalmente.

-¿El qué? -preguntó.

Guardé silencio. No me notaba con fuerzas para cargar el peso de la culpa que afloraba en mi interior. Necesitaba olvidarme del resto del mundo durante unos minutos. No pensar en nada. Pensar era auto-destruirse y yo no tenía por qué hacerlo. Porque Dallas no me importaba lo más mínimo, eso me decía a mí misma, por lo menos. Yo me solía encerrar y nadie conseguía romper la barrera que establecía entre mí misma y la demás gente. Me sentía cohibida, escondida. Si nadie puede acceder a mis emociones, no podrán jugar con ellas ni hacerme daño. Es una buena técnica. Como nadie siente nada por mí, cuando yo muera, nadie sufrirá. Es un egoísmo generoso.

Tampoco me gustaba encariñarme con la gente, porque les acababa dañando. Las responsabilidades humanas me agobian y, como no puedo decidir sobre mis emociones, en cuanto veía que alguien se llevaba demasiado bien conmigo, desaparecía. Me esfumaba. Porque me entraba el miedo.

Pero, sin saber cómo, ese vallado tan elaborado que tanto me había costado levantar se vio interrumpido por la existencia de Dallas, que había derribado mis muros, excavado en lo más profundo de mi ser, se había hecho un hueco en mi engorroso y anárquico cerebro, había encontrado una pequeña cavidad entre la tristeza e inseguridad y había conseguido estrechar un lazo más cercano de lo que la gente acostumbraba conmigo.

-Debería irme, ¿verdad? -dijo él.

Sí, debería irse. Y no volver a dirigirme la palabra ni mirarme. Y dejarme sola. ¿Por qué seguía aquí?

-Qué embarazoso, ¿no? -comentó él.

No hablé. Al final, se sentiría tan incómodo que sólo podría hacer una cosa: irse.

-Podemos romper esta tensión.-bromeó.- Tensión sexual. -añadió.

Quería creer que estaba tomándome el pelo pero tras ese tono juguetón notaba una pizca de seriedad.

-¿Estás borracho?

-Ojalá. -suspiró.

-Vete. -dije con tono autoritario.

Se alzó y comenzó a dar vueltas por la habitación. De un lado a otro. Movía los labios, murmurando en voz baja. Le miré fijamente, y pude leer ''lo siento'' en sus labios en movimiento. Fantásico, eso me hizo sentir culpable.

Me levanté y lo frené, usando mi mano derecha en su hombro para apartarle. Ya sólo me quedaba a mí una opción: intentar ser agradable.

-No ha sido para tanto, Tyler - traté de consolarle.

-¡Pero es que soy demasiado influenciable! -exclamó.

-¿Por qué dices eso?

Bajó la cabeza pero rápidamente se la elevé.

-Si te pregunto, me tienes que contestar, eh.- dije con un tono sarcástico.

-Ethan. Ethan me dijo que si actuaba condescendientemente no conseguiría nada más que una bonita amistad. Luego tú dijiste lo del hermano mayor y pensé que... que no tendría ninguna oportunidad más contigo. No quiero perderte como amiga, Liz. Lo siento, de verdad. Me he dejado llevar por el momento.

Atelophobia (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora