Capítulo IV (parte IV) - Mamá, he tirado mis cuchillas

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Y así transcurrieron las horas. Felices. Despreocupadas. Después de dos exasperantes partidas, me retiré. Dignidad. De eso aún me quedaba. Esas dos personas que jugaban flemáticamente al billar. Las observé desde un sillón. Ellos era lo más parecido a una familia que tenía aquí. Familia. Mamá aún no había venido a visitarme. Casi dos meses desde que entré. Súbitamente, un nudo se formó en mi garganta. Quería llorar. Había escuchado su voz por teléfono los útlimos dos meses pero eso no era suficiente. Quería verla. Quería que me abrazase. Hasta hace dos minutos me había sentido como en casa. Casa no era casa sin mi madre. Pensé qué haría sin ella. Nada. Pensé en qué habría hecho ella sin mí. Egoísta. Esa era mi definición. No podría haberla abandonado a la intemperie cuando ella había desmontado toda su vida sólo para atenderme.

Me precipité y mis piernas se movieron antes de que mi cerebro pudiese reaccionar. Estaba dirigiéndome a mi habitación. Hablar con ella. Eso era todo lo que necesitaba ahora. Me encerré en el, de pronto, pequeño cuarto y marqué. Contestó al tercer tonto.

-¿Mamá? -hablé yo antes de que ella pudiera pronunciar palabra.

-¡Aliza! ¿Qué tal por la clínica? ¿Todo bien? ¿Te tratan bien? Siento no haber llamado antes, Bruno me recomendó que te dejara adaptarte. -se aceleró.

-Sí, todo va genial. Sólo que me apetecía verte. - dije, apocada.

-Yo también quiero verte, tal vez Bruno me de un respiro y pueda ir a verte mañana.

Bruno. Otra vez ese nombre ahí. Lo había intentado omitir la primera vez, pero ahora la curiosidad me iba a matar.

-¿Quién es Bruno?

-Mi jefe. Cuando le conozcas, te va a encantar.

-¿Entonces vienes?

-Hablo con él y te informo. Te quiero, Al.

-Yo también. - finalicé la llamada.

Oí pasos por el pasillo y las voces de Dallas y Lydia. Los había dejado solos sin decir una palabra.

-Dallas, ¿qué haces? -susurraba mi amiga.

-Estará en su habitación, ¿no crees?

-¿Vas a entrar?

-Pues sí. -decía él.

-Dallas, -le paró Lydia- Aliza tiene depresión. Asúmelo. Estos cambios repentinos de humor y sus acciones son normales en ella. No puedes hacer como si no pasara nada. -la voz se debilitaba y yo puse más atención. -No puedes tratarla como una chica más de instituto porque no lo es. Vas a acabar siendo un incordio para ella como no pares.

-No quiero que esto sea lo normal en su día a día, Lydia. Ella no puede encerrarse en su cuarto pasándolo mal mientras yo pueda ayudarla y estar con ella. Me han dado la espalda en innumerables ocasiones cuando necesitaba una mano, yo no voy a ser como fueron conmigo. Pienso devolverle todo lo que el paso del tiempo le ha arrebatado, empezando por sus ganas de vivir.

Seguramente si ahora saliese de la habitación y dijera que lo que había hecho era porque quería hablar con mi madre, la escena perdería emoción. Y, aunque me resultaba divertido el hecho de que llevaran esto a tal extremo, las palabras de Dallas hacían eco en mi cabeza. No podía hacerle creer que estaba destrozada cuando no lo estaba. Claro que lo estaba pero eso ya era normal en mí. La profunda tristeza que sentía en mi interior no había remitido pero tampoco se había agrandado. Estaba bien. Y no quiero depender de nadie pero mucho menos que alguien dependa de mí. Tal vez debería aclarar esto. Pero no con Lydia delante. Escuché como ella desistía ante el imperioso deseo de Dallas de hablar conmigo y caminaba de vuelta a no sé dónde. Él se encontraba en la misma situación que yo pues nada más supuse que ella salió de su rango de visión, tocó a la puerta.

Atelophobia (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora