Prólogo: el partido

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Lina abrió los ojos. Se levantó y arremetió contra el maul que tenía enfrente. Jeff sacó la pelota y se la pasó mientras ella hacía un sprint hasta llegar a la línea de ensayo del equipo contrario, y ensayó. Nadie la vitoreó, aparte de sus compañeros de equipo, como siempre. Sonrió. Ya se estaba acostumbrando a esos gestos, ya que era una chica y estaba jugando al rugby con ¡pantalones! La gente la miraba con asco por la calle, pero por el momento, su madre no había tomado partido porque no se había enterado.

Su madre... Lina la odiaba. Ellie era una mujer muy de acuerdo con la sociedad, que tenía una mente demasiado cerrada como para contrastar con la mente de Lina, más abierta y libre.
Uno de sus compañeros de equipo la llamó, y ella fue para hacer el pasillo a los del equipo contrario: habían ganado. Jeff la miraba con gran intensidad, pero Lina no se dio cuenta, como siempre. Ella, Jeff y George fueron hacia las gradas a recoger las mochilas. Allí se encontraron con varios jugadores del equipo al que acababan de ganar cerrándoles el paso.

-Por aquí no pueden pasar las bolleras- dijo el más alto, y los demás se rieron.

Lina les empujó para poder pasar. A cualquier persona le habría resultado vergonzosa esa situación, pero a ella eso ya no le importaba. Lo que más amaba en el mundo era el rugby, y si para jugar debía aguantar burlas y comentarios, pues los aguantaría. Cuando subieron al autobús, empezó a comentar el partido con Jeff y George.

Cuando llegaron a Desmer, su barrio, un policía estaba sentado en la parada de autobús. Al verle, Lina pensó que tendría algo que ver con su madre, así que salió escopetada del vehículo antes de que a aquel señor tan alto le diese tiempo a reaccionar y corrió con todas sus fuerzas hacia una calleja. Cuando se dio cuenta de que era un callejón sin salida, ya era tarde: el policía sostenía la porra entre las manos y la agarró por el cuello. Lina se resistió entre sus manos y le dio una patada en la espinilla, pero el policía no dejó de agarrarla y la llevó cogida del cuello hasta su casa.

Cuando se abrió la puerta de su casa y Lina se encontró cara a cara con su madre, Ellie, empezó a ponerse roja de vergüenza, su madre le daba miedo. Pero se puso morada literalmente cuando vio a su padre en el marco de la puerta. Ya sabía lo que le iba a pasar. Su padre le pegó una torta y la mandó a su cuarto con la cantinela de siempre: "si supieras lo que odio hacerte esto... Pero no me das otra opción con tu comportamiento."

Al llegar a su cuarto, Lina se tumbó en la cama y empezó a pensar en el partido de rugby, y se le dibujó una sonrisa en su rostro. Había sido tan divertido... Pero ya no podría volver a jugar en una larga temporada, por culpa de su madre. ¿Cómo se podía haber enterado? Los únicos que sabían quién era realmente la misteriosa chica que jugaba en el equipo de rugby eran Jeff, George y Julen. "Imposible" pensó Lina." Jeff es incapaz de hacerme algo así. George tampoco es capaz. Pero ¿Y Julen?" Dio un golpe en la cama al descubrir al traidor.

Julen era un chico moreno con ojos marrones que jugaba como medio melé en el equipo. Era muy majo, y a Lina le caía muy bien. Así de buenas, no sería capaz de soltarle a alguien un secreto tan preciado para Lina. Pero, ¿y si Ellie le hubiera dado a cambio dinero? Entonces sí que sería capaz. Pensó que tenía que crear otra estrategia, como hacerse pasar por un chico o algo así. Se levantó de la cama y observó su habitación. Estaba pintada de color rosa, con un montón de posters de unicornios. Eso era lo que se veía a simple vista. Pero si te fijabas bien, en cada poster había un hilo que estaba conectado a otro más grande, y uno de sus extremos estaba atado al cerrojo de la puerta. Lina puso el cerrojo y la habitación entera cambió: seguía siendo rosa, sí, pero los posters habían cambiado: en vez de ser de unicornios rosas, eran de dragones de todos los colores: rojos, azules, amarillos...Porque solo había una cosa que a Lina le gustaba más que el rugby, y eso eran los dragones. Lina le dio la vuelta a su alfombra de un unicornio del centro de la habitación, y vio cómo las escamas del dragón que ahora lucían en la alfombra brillaban a la luz del sol. Menos mal que cuando se iba al instituto siempre dejaba su habitación cerrada, porque si no, su madre sabría que su alfombra tenía truco desde hacía mucho tiempo.

Se sentó en ella, y se quedó quieta hasta que la venció el sueño, viendo sus dragones como quien ve las estrellas, embelesada.

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¡Hola lectores! Espero que os esté gustando la historia. Cada semana subiré un capítulo nuevo ;)

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