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Hace solo un momento de haber almorzado empezó a dar indicios de turbulencia. No del tipo que las cosas se caen, sino del qué estuvieras dentro de un auto pasando por una carretera dañada. Vas dando tumbos pequeños en tu asiento o te mueves de un lado a otro como las muñecas hawaianas de las películas, las que usan usualmente los hombres que conducen camiones. Una de mis amigas, la que estaba a mi lado, estaba aterrada. Estaba planeando todo el método de rescate en su cabeza mientras miraba el pasillo a su lado con desesperación. La entiendo por completo, es su primera vez en un avión y el miedo que te instalan antes de subir son la combinación perfecta para producirle ese miedo repentino.

Nos quedaba la mitad del trayecto hacia nuestro destino. Debo admitir que estaba ansiosa y nerviosa. Salir con mis amigas al otro lado de donde vivimos, de lo conocido, a aventurarnos en calles repletas de rostros indescifrables reflejándose en los vidrios de los grandes edificios multiplicando el desconcierto y las posibilidades de perderse. El lugar de hospedaje es la casa de un tío de una de mis amigas así nos ahorrábamos problemas con nuestros padres, estar solas, y en lo económico, no íbamos a pagar.

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Aún no superaba Madrid, ni lo que había dejado allí, para irme a otro lugar donde sabía que no me esperaba nadie. Vuelvo a acordarme de él. Mi cerebro continúa sin poder borrarlo por completo, hay pequeños detalles que me lo recuerdan. En este instante, Sia me lo está recordando.

− Adivina la canción que despegó conmigo en el avión. − estábamos sentados en unos columpios de un parque de juegos, no había niños a esas horas, podíamos considerarnos los reyes.

Era la sexta vez que nos encontrábamos, yo iba a hacer los mandados y él salió a caminar. Nos vimos, sonreímos como viejos amigos y nos sentamos en los columpios a hablar. Las bolsas de plástico estaban juntas, amontonadas, en un extremo de los columpios. Temía que desaparecieran de mi vista, por lo que, las tenía cerca de mí.

− No lo sé, Jack. Mi magia no funciona si la obligan a aparecer. − según él, yo tenía un poder indescriptible e inexplicable de adivinación.

− Oh, vamos, Bianca, seguro adivinas. − me sonrió de esa forma que sólo él podía sonreír y no tuve forma de negarme. Creo que me había vuelto loca.

Comencé a pensar en la canción que yo había escuchado cuando venía. Tenía el nombre en inglés, de mi banda favorita, se refería a aviones de papel. Encontrarse a si mismo y perderse de la misma manera que lo hacían esos pequeños aviones a través de las nubes. Sentías que subías y bajabas con esa canción. Te sentías un ángel volando entre las nubes, un guerrero alado que quiere su historia.

− Tu canción era de... − comencé a pensar en un artista, el primero que se me ocurriera lo diría −. Era de Sia.

Sus ojos se abrieron por sorpresa y luego sonrió de manera tan perfecta, aplaudió mientras asentía. En respuesta me sonrojé, había entendido, acerté en lo que me pidió y eso lo ponía feliz.

− Eres toda una adivina.

− Solo fue suerte, Jack. No soy adivina. − bufé mientras movía mis pies para que el columpio se moviera conmigo, podría decirse que bailabamos un lento.

− Entonces, una chica guapa con mucha suerte. − había una palabra en esa oración que no formaba parte de mi descripción. "Guapa" nunca me habían dicho y no me lo esperaba de nadie. Menos de él.

No sé en qué momento había bajado mi vista mientras sentía que mis mejillas ardían, pero no era por su cumplido sino que más bien me producía vergüenza. Tampoco sabía en qué momento Jack se había levantado de su columpio y acercado a mí. Y menos sé como sucedió lo último. Recordaba sus labios con los míos, mis dedos conociendo su cabello y sus manos conociendo mi cintura. También recuerdo un abrazo sincero y su olor, ¿quién diría que los chicos podían oler tan bien? Una sonrisa y un camino diferente al del otro.

Ése día mi abuela se enfadó conmigo por haber tardado tanto en volver de hacer las compras pero no me castigó y yo no le conté lo sucedido hasta la mañana del día siguiente. Se sorprendió porque nunca se lo esperaba de mí, siendo sincera, yo tampoco. Ella fue quien me enseñó que la infidelidad es un delito y las casualidades son cosa del destino. Esa mujer podía tener peor memoria que la mía pero su forma de ser era de envidia. No tenía problema de nada. Me hubiera gustado parecerme a ella.

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Mi compañera de asiento, Alessia, ya se había tranquilizado y ahora leía relajada uno de los libros que se había traído. En un rato hablariamos de todos los lugares que nos gustaría ver, visitar y recorrer. Su ánimo ya era normal por lo que haríamos una lista con todas las personas que nos gustaría conocer. El viaje en avión estaba por acabar, solo quedaban unas horas para llegar a nuestro destino. Aunque el mío no era por completo.

Dónde aterriza el aviónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora