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Al día siguiente de haber llegado teníamos todo acomodado, cada cosa en su lugar. Dejamos una lista con todo los lugares a visitar en la puerta del refrigerador que se encontraba en la casa del tío de una de mis amigas. Su hogar era enorme, un estilo abierto y moderno con unas escaleras directas a las habitaciones y a un pequeño baño. En el primer piso se encontraba la cocina de mármol, así la llamé yo ya que la mitad era de mármol y lo demás madera, un comedor con una mesa de castillo tan larga como una pasarela acompañada de infinitas sillas de colores y, al final, estaba el salón con unos sofás, una pequeña mesa ratona de vidrio (Esa mesa seguro la vamos a tener que reemplazar porque la destruiremos) y una televisión enorme.

Como adolescentes que somos salimos de compras, más para adaptarnos a como se visten aquí y no llamar demasiado la atención. O, por lo menos, ese era mi objetivo. Iba de vestido por sobre las rodillas y de mangas largas hasta las muñecas, de un color gris a rayas negras con encaje en las puntas de la falda y unas botas negras cortas de tacón. Mi caballo suelto al estilo despeinado, sin maquillaje que te ven desde el Polo Sur y una chaqueta. Volvimos para almorzar y, luego, caímos como moscas muertas a dormir.

Cuando el Sol acabo de ocultarse entre los edificios me desperté, vi a las demás dormidas así que me levanté con cuidado de la habitación luego de tomar algo de ropa para quitarme el pijama. Cambiada bajé a la cocina en busca de comida, mi estómago gritaba del hambre, revisé un poco y encontré chocolate caliente. Sólo lo coloqué a calentar mientras observaba unas bancas en el patio trasero. Tomé el chocolate caliente entre mis manos frías para salir afuera. El viento frío me congeló todo el cuerpo dejándome paralizada en mi lugar, bebí un sorbo del chocolate caliente que quemó mi lengua pero logró que avanzara. Me senté en las bancas de madera mientras observaba y bebía. Sin pensarlo ni esperarlo, comencé a llorar en silencio. Sentía que el ambiente frío congelaba mis lágrimas poco a poco, mis pies temblaban por el miedo que sintió mi cuerpo, observé como una gota de mi tristeza caía en el chocolate caliente y me levanté recordando. Me había memorizado sus últimas palabras cuando nos separamos en ese aeropuerto lleno de personas curiosas.

– Nos vemos. – me gritó cuando crucé las puertas que nos separaban ahora, luego se convertirían en kilómetros.

Se me había ocurrido ir a un karaoke esa noche fría. Mis amigas habían aceptado y el tío de mi amiga igual, él nos dejó en uno que conocía y sabía que no nos sucedería nada. Era un bar con karaoke, ellas estaban emocionadas por conocer chicos mientras que a mí solo me quedaba melancolía. Nos quitamos los abrigos apenas entramos, fuimos a una mesa y comenzamos a hablar entre todas. Al rato habían llegado muchachos de nuestra edad que se acercaron a coquetear, algunas les siguieron por estar aburridas, otras por querer intentar algo y yo rechazaba a todos. Conversamos hasta que uno de los chicos, bromista desde las puntas de los pies, me murmuró que había alguien no paraba de ver hacia mi lugar. No le creí en lo absoluto hasta que Alessia me lo repitió y agregó que venía hacia aquí. Miré a donde decían y me llevé el susto de mi vida.

– Te dije que nos volveríamos a ver.

Dónde aterriza el aviónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora