2ª parte

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– ¿Te va todo bien en el trabajo?

– Sí, de verdad. No es nada importante – reiteró Andrés –. Es complicado explicar la tontería que me trae de cabeza desde hace un par de días. Me estoy haciendo viejo y no he conseguido nada.

– Todos nos hacemos viejos. Y pocos llegan con tu estado de salud y con una familia envidiable como la que tú tienes.

Miguel era  introvertido, no era capaz de hablar en público, sin embargo era simpático, carismático y buen amigo. Vivía en la casa en que nació. La había heredado cuando murieron sus padres, teniendo él veinte años, y había vivido solo desde entonces. Era feliz con sus rutinas. Cenaba en alguno de los restaurantes que había en los alrededores del videoclub, veía la televisión hasta muy tarde bebiendo despacio una copa de White Horse y saboreando cada calada de un puro. Tenía miedo de perder todos sus pequeños placeres y no buscaba nunca una relación seria con ninguna mujer.

– Sé que soy afortunado. Mi mujer es maravillosa. Mi hija es una joven independiente y resuelta que logrará todo lo que se proponga en esta vida. – Andrés volvió a respirar hondo antes de continuar – Me siento muy egoísta por pensar esto, pero… bueno, siempre quise ser escritor. Sabes que he llegado a escribir dos novelas y que nunca  han querido publicarme ninguna de las dos. He perseguido un sueño toda mi vida y no he logrado más que decepciones.

– Aún puedes seguir intentándolo. A mí me encantan tus relatos – le respondió sinceramente Miguel.

– Ya, pero no tengo ganas de seguir. Pero lo peor es que siento que he perdido demasiado tiempo intentando ser escritor, y no lo soy. – Andrés iba pareciendo más enfadado a medida que hablaba – Tener sueños sólo sirve para sentirte mediocre. Las aspiraciones de un hombre como yo no deben ser tan altas. Debo conformarme con que me suban el sueldo o con que me den una junto a la ventana. Más allá de eso, las fantasías de un mindundi como yo, son un lastre para tener una vida feliz y tranquila.

Miguel no daba crédito a lo que estaba oyendo. Su mejor amigo, al que admiraba desde siempre en muchos aspectos, se compadecía de sí mismo por tener sueños. Un sueño que no le parecía imposible conociendo los relatos de Andrés. Aquel hombre demostraba su talento en todo cuanto escribía, pero se había rendido. Miguel se sentía decepcionado, siempre había esperado que su amigo se convirtiera en un escritor famoso. Estaba a punto de darle su opinión cuando entró en la tienda un cliente.

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