Llegaron al campamento donde aguardaba Fidelio, cuando empezaba a atardecer. El buen hombre estaba angustiado por la tardanza y al verlos llegar corrió hacia ellos, recabando noticias con ansiedad:
-¿Cómo es que os habéis retrasado tanto? ¿Recogiste lo que nos debían los lupitas, Arián? ¿Y quién es éste individuo que viene con vosotros?
Entonces Arián relató a su padre las aventuras de aquel día extraordinario, comenzando por el ataque de los bandoleros lupitas, pero omitiendo que Rómulo era el jefe de la banda. En cambio le soltó una pequeña mentira explicándole que era un lupita que se les unió en la aldea y que había ayudado bastante en la lucha contra los piratas. Tampoco mencionó las capacidades mentales de Hermíona y cambió un poco los hechos para explicar que la chica era muy hábil con su pequeña daga.
Fidelio se admiró de aquellas hazañas y de que las hubiera protagonizado su hijo, pero luego recordó a Areúsa y no se extrañó del destino excepcional que le estaba reservado a Arián.
-Fíjate, padre –añadió el joven mostrando la bolsa con monedas-, además de las perlas por la mercancía, hemos obtenido setenta coronas...
Hermíona intervino, apreciando que pronto caerían las primeras sombras.
-No podéis quedaros otra noche aquí. En la ciudad hay una buena posada y ahora tenéis dinero de sobra para tomar habitación en ella. Tenemos que irnos a la ciudad...
-¿Y qué vamos a hacer con todo esto? –exclamó Fidelio con desazón, señalando la carreta y todos sus bártulos.
-El equipaje lo llevaremos con nosotros y yo hablaré con el Procurador del Mercado para que pueda usted dejarlo en uno de los puestos vacíos.
El padre de Arián se asombró ante la decisión y y las disposiciones de la joven y asintió, mientras comentaba:
-Esta jovencita es un tesoro, Arián. Ea, recojamos todo y hagamos lo que dice...
En poco tiempo todo estuvo embalado y bien atado en la carreta y unciendo el caballo a ella, tomaron el camino de la puerta Oeste de Segea.
Llegaron allí cuando el sol se ponía y Hermíona se adelantó para acercarse a la casa del Procurador, ya que a esas horas el mercado estaba cerrado, indicándoles a sus compañeros que esperasen en la puerta, junto al guardia de vigilancia. La joven no tardó en volver, acompañada de un funcionario con un gran llavero que les hizo un gesto para que le siguieran.
Tardaron bastante en atravesar la ciudad casi de punta a punta, puesto que el mercado estaba en el otro extremo y después de abrir el puesto vacío que le asignaron a Fidelio y de acomodar los fardos en su interior y el caballo en el establo cercano, el procurador les hizo un amistoso saludo y se despidió de ellos.
Hermíona les dijo que la siguieran. Era ya noche cerrada y la joven estaba preocupada por lo que estarían pensando sus padres.
-Os llevaré a la posada y luego me marcharé a casa. Mis padres deben estar intranquilos.
Frente a la armería de Focio se veían los ventanales iluminados de la hostería. Los cuatro se dirigieron a ella y entraron en un cálido y acogedor ambiente. La posada era sencilla, con un amplio recibidor que ofrecía una buena mesa con algunas sillas para el caminante agotado y un cenáculo algo apartado. En el lado opuesto se abría un pasillo que conducía a las habitaciones.
Hermíona se dirigió al mostrador, donde la posadera los atendió con amabilidad:
-Buenos días, Hemíona ¿quiénes son estas personas que te acompañan?
-Unos amigos recientes...Arián y su padre, el mercader Fidelio, y Rómulo, de la aldea lupita. Necesitan cama para esta noche...
-Son cinco coronas por persona. ¿Van a cenar?
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El Libro de los Pasajes
FantasíaEste es el segundo libro de la saga "Los Pasajes de Olinus", una odisea a través del tiempo y el espacio para desvelar algunas de las preguntas más angustiosas del Hombre. Algunos personajes del volumen I, "La Sacerdotisa", se aliarán con nuevos act...