II. La estrella que se apagó.

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Dione siempre sintió que la soledad era lo de menos, agradecía vivir en pleno siglo XXI, aun si su castigo por su forma de ser era una vida condenada al desentendimiento de todo, no la quemarían en la hoguera, ni tampoco la ahogarían para comprobar si era una bruja, pues bien ella podría serlo, sabrá Dios, y de serlo, nunca lo sabría, y tampoco le preocupaba mucho, pues se conformaba con su pensamiento tan libre, no quería casarse, ni ser monja, amaba a los gatos, en especial a los negros, pues a ellos los rechazaban, así como a ella, seres tan impuros, tan mal vistos por la sociedad, no era nada nuevo para ella, pues siempre vivió así. Tenía una gata negra, la llamaba simplemente gata, sintiendo cada una respeto por la otra, se daban calor, como cualquier gato lo haría, pero se protegían.

Vivía sola en una gran ciudad, el sueño de cualquiera, progreso, vida social, amor, pero desde el edificio más alto, desde su último piso solo veía a la gente, como hormigas, pequeñas, en grupos, e independiente de ello, hipócritas, pero, así eran felices, ¿no? No entendía cómo era eso posible, en su pequeño mundo (que no era tan pequeño) eso no cabía. Los veía a todos tan coloridos, sonrientes, y ella, simplemente vestía de negro, pues gustaba mucho de ese color, y resaltaba mucho su tez, eso le gustaba, verse pálida, ocultarse del sol, por miedo a perder esa característica, y no tenía nada que ver con el vampirismo, pues ella sabía que estos existían, de todos los colores, sin colmillos y no bebían sangre, solo energía y ganas de vivir, lo sabía porque la persona en quien más confiaba lo era, lamentó no haberse dado cuenta a tiempo, pues a causa de ello, sus sueños estaban rotos, inmortalizó a la persona equivocada, hizo poema a la persona equivocada, creyó ver una luz donde solo había muerte y oscuridad, pero ella de todas maneras no era un ángel, pues nunca se consideró lo suficientemente buena, ni en sus actos.

Todas sus noches eran de insomnio, y aunque podía, prefería no dormir, pues no lo necesitaba, nunca le preocupó, pues en ese tiempo admiraba el cielo, lo admiraba todo, pero se fijaba en especial en una pequeña porción, donde empezaba a morir una estrella ─quizá ya no esté allí─, se decía para sus adentros, pensando en que ese cuerpo gaseoso hace ya mucho tiempo desapareció, pero estaba equivocada. Cierta noche que no regresó a su departamento, se sentó debajo de un árbol, en un bosque aledaño a la ciudad en la que ella vivía, todo el bosque era despejado, pero donde ella estaba, era un lugar mucho más especial, pues era un área en el cual los árboles habían crecido de una forma circular perfecta, rodeando un círculo de las hadas, que en las noches emitía un brillo mágico, cosa que ella ignoraba por ver el cielo. En aquella ocasión se impresionó, ya que al levantar la mirada notó que algo iba cayendo, a una velocidad, no tan rápida como para ser un meteoro, pero tampoco tan lenta como para pensar que era una bolsa, al llegar al suelo, chocó con el centro del círculo de las hadas, produciendo chispas al momento de la colisión. Dione curiosa se acercó, y notó que del centro del círculo emergía un fuego fatuo, el cual sin pensarlo dos veces, tocó, y de repente sintió que el más violento frío recorría su cuerpo, y el fuego desapareció, ella cayó inconsciente, en el espeso pasto, escuchando una débil voz que la llamaba.

Despertó en su cama, con las mismas ropas del día anterior y su gata la miraba, con sus grandes orbes color ambar ─ven acá, tal vez fue un sueño, pero aun te tengo a ti, nada malo podría pasar contigo a mi lado─ dicho esto se preparó para continuar su día, como si nada hubiese pasado.

Dione: el sacrificio Oscuro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora