Capítulo 7

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Carmela casi resbaló al correr por pisar una hoja seca que estaba en el piso. Una muerte. Trató de no pensar en esa vida perdida mientras escapaba de los conejitos endemoniados. Sin embargo no pudo evitarlo porque llegaron a una parte del bosque donde parecía otoño. La mayoría de los árboles estaban casi pelados, con sus hojas marchitas esparcidas a su alrededor. Los cuatro se quedaron paralizados, eran como cien cadáveres reclamando subir y prenderse a la rama que antes les daba el color dorado de la vida. Las miró demasiado tiempo.

Cuando Carmela levantó la vista, estaban rodeados. Miles de ojitos los miraban amenazantes desde todas partes. Sin pensarlo, los cuatro se pusieron de espaldas, todos mirando hacia afuera de la ronda.

- ¿Que hacemos ahora?- susurró James sin dejar de mirar a los conejos.

- Arranquen sus hojas- contestó Orcio.

- ¿Que? ¿Como sabemos que no estamos matando a alguien más?- respondió Lucy.

- Porque las demás hojas no pueden arrancarse, son las redondas.

Los conejos se iban acercando a medida que ellos hablaban, con sus relucientes colmillos. Que, suponían, no usaban para comer zanahoria.

- ¡Ahora! ¡Búsquenlas!- ordenó Orcio. Salió disparado a un árbol y comenzó a arrancar sin piedad las pocas hojas que tenía. No sin antes revisarlas apurado.
Los demás lo imitaron, cada uno fue en una dirección diferente. Carmela corrió a un árbol de su derecha, que parecía tener mas hojas que los demás, y arrancó las mas circulares. Varios de los animales empezaron a caer, desplomándose como por arte de magia. Al principio no entendían que estaba pasando. Al principio.

Un conejito se acercó a Carmela por el suelo y le dio un zarpazo en el tobillo. Ella gritó y le dio una patada en la cara. Nunca hubiera pensado que debajo de sus peludas patitas escondieran garras. A continuación alargó el brazo para sacar otra hoja que había divisado pero un conejo trepó a su hombro. Con sus patas rasguñó la herida que el murciégalo Certerus le había dejado. Ella, furiosa, le dio un manotazo antes de que se le ocurriera clavarle los colmillos y arrancó la hoja.
Siguió sacando unas cuantas más, golpeando como podía a las bestiecitas. De vez en cuando escuchaba chillidos de murciélago o gritos de James y Lucy pero cuando miraba ya se habían recuperado y seguían quitando hojas. Hasta que ya no hubo que mas quitar.
Lo único que quedaban eran hojas y conejos sin vida repartidos en el piso.

Lucy miró a Carmela con una expresión indescifrable- Salgamos de este lugar.

- Ahora- concordó Carmela.

- Siganme- Orcio comenzó a correr en la dirección que antes estaban siguiendo. Nadie le discutió que corriera. Mientras mas rápido se alejaran de ahí mejor.

Después de un rato pararon de correr para continuar la marcha caminando y se sorprendieron al ver que habían llegado.
En frente tenían diferentes casas, tiendas, y calles de tierra. Lo más aliviador fue ver a la gente. Se notaba que el pueblo recién se despertaba, junto con el sol que acababa de salir.

Orcio sonrió- Bienvenidos al pueblo del Este.

Vidas doradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora