Noche VII: Amanecer

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"Una niña de cabellos rizos y rubios cerró suavemente la puerta de la habitación de su madre. Se sentó en las sillas que había en los hospitales para que la gente esperara. Tomó un pequeño peluche de su diminuto bolso de princesas y le empezó a susurrar suavemente.

Hoy mamá estaba muy feliz, señor Mufo. Me contó que hizo muchas amigas en sus sesiones de curas para su enfermedad, y está aprendiendo a tejer, dice que quiere hacerme una bufanda para cuando llegue el invierno. Yo no quiero bufandas señor Mufo, yo quiero que mami vuelva a casa.

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Su padre chillaba mucho por teléfono y decía palabras muy feas, parecía un tornado pequeñito. La niña, de nombre Alma, dejó que sus pinturas se cayeran por el suelo. La bofetada que le dio su padre fue tan fuerte que le hizo rebotar la cabeza contra la mesa. No lloró, pero tampoco sonrió, simplemente recogió todos sus colores y los dejó en su cuarto, donde durmió plácidamente hasta que un ligero sueño perturbó su tranquilidad.

Había cien árboles con cien castañas cada uno. Una ardilla de pelo liso y larga cola se acercó a Alma. Tenía un chaleco precioso el roedor; con brillos de plata fina y decorados otoñales.

Un placer conocerla, señorita Alma. La esperábamos con ansia.

¿Quiénes me esperabais? — preguntó con voz pura.

Los muchosos sabios del bosque, por supuesto. — un marcado acento inglés adornó las palabras como si de miel brillante y dulce se tratara.

Alma miró fijamente sus pequeños y redondeados ojos negros. Dio un par de pasos y agarró la patita que éste le ofrecía. Ambos caminaron despacio por un bosque de árboles parlantes, animales bondadosos y luces preciosas. Las hadas tejieron un vestido azul decorado con estrellas de una refinería celestial reservada para la más exquisita dama. Los caminos eran de humo hasta que las livianas pisadas de ambos compañeros los transformaban en tierra sólida. Un zumbido fresco y agradable sonó por el lugar. Una gran y peluda abeja trajo un vaso de su deliciosa miel a Alma. Ella, buena y cariñosa, le dio un poco a la ardilla, pero esta educadamente la rechazó, aunque mojó los labios levemente en el precioso y sabroso dulce. La luz que irradiaba el sol era de mil y un colores, repasaba los azules, desde el turquesa al índigo que se posaban en las aguas y en el cielo, los rojos y ocres otoñales que vestían a los árboles como galas de un baile de mariposas, los verdes y pistachos se reservaban para las plantas y los musgos, que hacían de alfombras a nuestro dúo onírico. Todo era un remanso de paz. Una mujer ataviada en blanco sonreía a una niña sin acompañante para el parque.

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Esa tarde Alma fue a ver a su madre, le besó la sien mientras leían juntas las aventuras de Alicia en su maravilloso mundo. Ella, recuperándose de las heridas causadas por su marido y, ella, curándose de la soledad que su padre le brindaba. La pequeña niña salió del hospital, tranquila y feliz de ver al hombre que la cuidaba en frente, en la otra acera, charlando con unas amigas de mamá entre muchas sonrisas y besos. Corrió hacia él, deseando contarle todo lo que había leído con su amada madre. Ella nunca supo el nombre del que la atropelló.

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En la UCI era difícil dejar de soñar. Todo era tan blanco y con tantos aparatos que es muy difícil no pensar en otros lugares más bonitos y cálidos. Alma volvió a su mundo feliz, sin embargo la entrada de una mujer en la habitación le hizo olvidarse de la mascarilla que le insuflaba oxígeno. Llevaba una muleta para su pierna rota después de la última paliza de su marido junto con un pañuelo rosado, que embellecía sus facciones consumidas por la quimioterapia.

Ambas durmieron juntas esa noche, al son de las flores y de las ardillas juguetonas de esos parques a los que Alma jamás pudo ir con su madre. Un beso en la frente y ambas cerraron los ojos, agarradas de la mano, perdiéndose entre las luces de la vida. Se marcharon juntas, al igual que ambas vinieron juntas. Solo y triste, dormí y dormí en el pequeño bolso de mi amada niña, yo, el señor Mufo, jamás tuve tal secreto para guardar que el del amor de dos almas que se quisieron tanto como para unirse juntas y florecer en ese lugar al que se va después del fin."

Grandes regueros de lágrimas corrían por las mejillas de ambas, quedándose dormidas la una encima de la otra en un merecido descanso.

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Cadmo miraba fuera de la ventana. Todos en ese orfanato eran niños sin preocupaciones más allá de llevarse bien e intentar ser felices. Lo que no sabía es que, desde las profundidades de un complejo de alta tecnología, peligros viejos y gentes descorazonadas esperaban su regreso; esperaban volver el color blanco y puro de su pelo en un negro hundido y frío.

El caso fue investigado por un policía llamado Bellsmith; Orión Straus fue condenado a cadena perpetua, no por maltrato infantil, sino por ser el artífice de uno de los atentados terroristas más grandes de Indra hacía unos años, el glorioso país del oeste donde había una mediana ciudad llamada Eschmerzen Hill. Allí se gestaba el mayor artista de todos; un ser que pintaría el mundo de rojo, un Gran Dragón de pelo blanco que todavía no sabía cuál era su sino. Una hermosa canción resonaba por toda la ciudad, una tremendamente hermosa...

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Gilles Straus, codirectora de la rama Pegaso del grupo ANTI-H, una empresa alemana con filial en Indra, fue encontrada muerta en el hospital donde era atendida. 

Los informes indican que fue asesinada de manera brutal por el asesino conocido como "Cabra Negra". Como datos destacados indican que sus costillas fueron arrancadas. 

Una palabra fue dibujada cuidadosamente en su frente con su propia sangre:

FIN

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2017 ⏰

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