Noche II: Limbo

20 1 0
                                    



"Oscuro y hondo era y nebuloso, de modo que, aun mirando fijo al fondo, no distinguía allí cosa ninguna.«Descendamos ahora al ciego mundo --dijo el poeta todo amortecido -: yo iré primero y tú vendrás detrás.» Y al darme cuenta yo de su color, dije: « ¿Cómo he de ir si tú te asustas, y tú a mis dudas sueles dar consuelo?» Y me dijo: «La angustia de las gentes que están aquí en el rostro me ha pintado la lástima que tú piensas que es miedo. »"

Infierno: Canto IV, Divina Comedia, Dante Alighieri.

Acercó su mano todo lo posible a su mejilla, llegando a mancharla de la sangre todavía fresca. La cabeza era de un gato persa, con los ojos azulados y una expresión tranquila en la cara, parecía que su muerte había sido tan rápida y profesional que simplemente le debió parecer una caricia, un soplido corto en su cuello peludo...

La sangre empezaba a coagularse, la cabeza dejaba de chorrear poco a poco a la vez que la niña dejaba su asombro atrás para volver a adoptar su actitud impasible. El chiquillo tenía esa expresión risueña y feliz que tanto había llamado la atención a Suna, resultando quizá en algún tipo de comportamiento psicópata. Los rasgos típicos de estas personas que padecen el trastorno son reconocibles: te hacen sentir bien, te atraen, son algo taciturnos, muestran dosis de violencia y una gran impasibilidad hacia sucesos que el resto de personas considerarían aberrantes.

Traía su camiseta negra con brillos, de seguro manchas frescas del cálido humor que antes fluía por las arterias del animal. Su tez blanca contrastaba con el fuerte rojo que tenía como recubrimiento. Una señora vestida con un abrigo largo de lana, un gorrito con un broche de flores y un carrito gritó espantada al ver el cuadro que tenía delante. Un niño con la mano ensangrentada rozando suavemente con su dorso la mejilla de una niña mientras sujetaba a su vez la cabeza de un felino. Bramaba socorros y auxilios mientras corría (todo lo que sus piernas le daban) hacia otro transeúnte, un señor que llevaba a su pequeña niña en un carricoche, yendo a paso lento y luego deteniéndose al ver a la "agradable" anciana aproximarse. Suna, que es de pensamiento rápido, cogió a Cadmo de la muñeca, arrastrándole hacia una parada de autobuses cercana en la que se podrían esconder hasta que ese señor tomara por loca a la mujer. Nunca antes sintió tanta excitación. Correr, huir, miedo, adrenalina... Un oscuro placer iba rodeando su corazón como las alas negras de un cuervo, deseaba más mucho más de ese niño, quería sentirlo una vez más adentrarse en su día para convertirlo en una noche presidida por una Luna de sangre.

- ¿Por qué le has hecho eso al gato? - le cuestionó mientras ambos se sentaban en el banco del que disponía la marquesina. Tenía una mirada turbia, oscura, unas profundas ojeras comenzaron a brotar por debajo de sus globos oculares misteriosamente. El brillo iba muriendo en su mirada cada vez que exhalaba aliento. Cadmo seguía con esa sonrisa animosa y, deshaciéndose levemente de ella, le contesto tranquilo y con una pasmosa parsimonia.

- Yo no lo maté. Fue mami. Me dijo que sacara la basura y como el gato ahora es basura... - Su tronco se balanceaba tranquilamente mientras un frío recorría la espina dorsal de Suna. "¿Cómo que lo mató su madre?", se dijo, "Está mintiéndome, quiere encubrirse, pero... Solo es un gato, simplemente lo castigarían o, siendo exagerados, lo mandarían a un correccional", replanteó su mente.

- ¿Cómo se llama tu madre? - dijo con voz sosegada, creando un pequeño clima de tranquilidad, usando su voz melosa y un lenguaje corporal afectivo que podría sacarle lo que quisiera a un niño con obvias carencias.

Cadmo pareció replantearse contestar a la pregunta por lo que fue más agresiva con sus exigencias.

- No quieres decírmelo... Yo te ayudé a que esa señora no te echara la culpa de lo que hizo tu mamá. Gracias a mí no te han reñido, podrías ser un poco más agradecido o... O yo... Me pondré triste... - Incluso se le empañaron los ojos mientras lo decía, procurando una visión triste de su persona. Hipaba y se abrazaba a sí misma, recogiendo sus piernas y colocándose en una posición fetal de la que parecía sentirse extremadamente cómoda de adoptar. Cadmo dejó su actitud feliz y pasó a una azul, melancólica casi.

- Gilles; mami se llama Gilles. No te pongas triste, si se enteran de que te he hecho poner triste se enfadaran y me castigarán. - Habló arrastrando la palabra castigarán.

- ¿Quieres saber también el de papá? Puedo decirte el de papá también... Si quieres. - Acarició su cabellera castaña con la mano limpia, deleitándose con la suavidad de su pelo. Suna, percatándose de la intimidad del gesto, apartó rápido las manos del chico, dejando así claro que ya se encontraba mejor de su apatía fingida.

- Dímelo, por favor. - dejó nacer un rictus amargo que el albino confundió con una breve sonrisa a causa de sus palabras, cosa que lo alegró de sobremanera. Fundió su piel con la de la niña, metiendo su cara casi por completo entre el espacio de su larga melena y sus cabellos cortos, susurrando un nombre a la diminuta oreja de la infante.

- Papi se llama... - un chillido escapó de su boca al caer al suelo. Un dolor monstruoso se adueñó de su espalda, liberando un suspiro al desfallecer por el trauma físico. Una bandada de aves salieron disparadas, como perseguidas por la presencia de algo frío y siniestro; unos ojos grises miraron al cielo mientras un disparo deshacía la distancia entre un policía y un cruel asesino criado entre sábanas de piel humana; todo ello ante los ojos antediluvianos del Danubio, fiel testigo de miles de muertes.

*

Pues hale, nueva parte. Algún día me dignaré a clasificar este libro en un género but I don't think so.

GhilanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora