Ya está aquí

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- ¡Deja de decirme eso porque no me estás ayudando, maldita sea!- chillé cuando, en un ataque de nervios, Raito se puso a suplicarme que no me desmayara. Era el único que permanecía conmigo en el paritorio. Sí, había roto aguas, pero aún me faltaban unos centímetros por dilatar. Mientras que yo estaba sudando y blanca como el papel por la extraña sensación, Raito estaba coloradísimo y temblando de nervios. Se negaba a abandonarme, insistió en quedarse conmigo durante el parto.

- Disculpe, señorita, vamos a ver cuánto tiene de dilatación- dijo dulcemente la enfermera que me atendía. Pasados unos segundos de completo silencio, llamó a las otras enfermeras y al doctor al notarme una fuerte contracción-. Estamos listos, doctor.

(Cada vez que oigo eso en una película me imagino a una enfermera sádica que se refiere al paciente como un sacrificio o algo así >.<)

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Pasada una larga media hora, ya creí que me iba a dar un jamacuco o algo así. No podía más y quería cerrar los ojos. Hasta que...

- Ya está aquí- anunció el doctor. 

Raito se desmayó en el suelo justo cuando se oyó el primer grito de la pequeña, y mientras una enfermera lo atendía a él las demás envolvían a mi hija en una toalla antes de dejarme verla. Dios... Era hermosa. Las lágrimas de emoción me empaparon el rostro enrojecido y sonreí de oreja a oreja, mirando a la bebé recién nacida. Sus ojitos seguían cerrados y su rostro transmitía una paz absoluta. 

- Limpien a la jovencita y dejen que se recupere- indicó el doctor, tomando con permiso a la pequeña de mis brazos y llevándosela a las incubadoras.

- Doctor- llamé-. ¿Cuándo podremos irnos a casa?

- En cuanto la niña haya pasado un examen médico general y usted se recupere podrán irse todos a casa- sonrió él, llevándose a mi hija.

- No, no- dije cuando una chica fue a llevarse a Raito a otra habitación, una vez me pusieron en una camilla de una habitación bien iluminada, ya limpia y arreglada-. Déjemelo.

- ¿Está segura?- cuestionó la enfermera. Mi mirada le contestó. Trajo el cuerpo inconsciente de mi novio a mi lado y yo lo subí a la cama, haciéndome a un lado y recostando su cabeza en mi pecho, como solía hacer. Le quité el gorro del parto y dejé el suyo, el que siempre llevaba puesto, sobre la mesita de metal a mi izquierda. Como de costumbre, me aproveché de su descanso para revolverle los rojizos cabellos. Sonreí antes de dormir plácidamente. 

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Por suerte, la niña no traía ninguna enfermedad ni alergia ni ninguna historia de esas, así que en tres días pudimos regresar a la mansión Sakamaki, donde los cinco hermanos-cuñados aguardaban impacientes a ver a su sobrina. 

- Está dormida- susurré en cuanto abrí la puerta de la casa, con Raito detrás. Yo llevaba a la pequeña en brazos y Raito llevaba la maleta que nos habíamos llevado al hospital.

- Se parece a su padre cuando duerme- comentó Kanato con una sonrisa conmovida, mirándola.

- Cuando ronque, verás que no parece tan adorable- refunfuñó Shuu.

- Si no fuera porque tengo la excusa de la niña, ya te habría dado todos los cocotazos que te debo- gruñí en voz baja. 

Reí suave cuando vi la cara de Reiji. ¡Estaba llorando!

- Reiji...- empecé a decir, riéndome.

- Se me ha metido una pelusa en el ojo- típica respuesta de un hombre que está llorando.

- Vamos a llevarla a su cuna, a que descanse tranquila- murmuré, subiendo las escaleras hasta la habitación de Raito y mía y aguardando a que Raito retirara las pequeñas sábanas para yo colocar a la niña dentro. 

Apoyando mis manos en el borde de la cuna, dejé que Raito me abrazara la cintura desde atrás, apoyando su barbilla en mi hombro, mirando a nuestra hija con la misma emoción que yo.

- Bienvenida a casa, Akira- susurramos los dos a la vez, antes de salir de la habitación y cerrar la puerta con cuidado. 

(En la foto, Kushina Uzumaki con Naruto recién nacido, para que os hagáis una idea de cómo se sintió Akemi cuando vio a Akira por primera vez en sus brazos ^o^)

Soy madre junto a Sakamaki RaitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora