prefacio

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Observo atentamente cómo las gotas de agua caen lentamente por el cristal de la cafetería, pretendiendo hacer carreras entre ellas y fundiéndose unas con otras. Las observo en un pésimo intento de olvidarme de mis problemas y evadirme del mundo, procurando convencerme de que puedo olvidarme de todo mirando una estúpida ventana. Pero por más que lo intente no puedo hacerlo, no puedo olvidarle.

Todo me recuerda a él. Even siempre me hablaba de cuánto amaba el arte y de cómo solo unos pocos podían llegar a apreciarlo. Me hablaba de colores, de cómo estos se fusionaban creando así uno distinto, no sin antes añadir que debía tener claro que el arte no eran solo dibujos y recibiendo una pequeña sonrisa por mi parte. Y ahora cada rincón de este mundo con el mínimo atisbo de color hace que recuerde su rostro y su sonrisa y el sonido de su risa y el sabor de sus labios. El calor de mi café perdiéndose en el aire provoca que recuerde el calor de sus brazos y cuánto echo de menos refugiarme en ellos. Y es que ahora el único refugio que me queda son los recuerdos.

El silencio reina en la cafetería excepto por el sonido de la lluvia y un robusto hombre detrás de la barra limpiando con un trapo un gran vaso de cerveza. Instantes después noto su mirada posada en mí, y tengo la sensación de que va a decirme algo. Por suerte o por desgracia, no me equivoco y el hombre camina hacia mí después de dejar el vaso en la barra y de limpiarse las manos con el trapo. Observo su ceño fruncido y dudo entre si esto va a ser una conversación incómoda o simplemente va a cobrarme el café. Se sienta en la silla de madera situada frente a mí y busca mi mirada, encontrándose así con un rostro observándole indiferente.

– Oye, estaba en la barra –la señala con un pulgar– y no he podido evitar preguntarme si te pasa algo.

Aparto la vista a la ventana agarrando mi taza de café con ambas manos con el fin de recoger un poco de su calor.

– No, nada importante. –respondo indiferente tratando de ignorar el nudo que se ha formado en mi garganta.

– ¿Qué pasa, te ha dejado la novia o algo? –una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro y las lágrimas se asoman en mis ojos dificultándome la vista, pero trato de disimularlas pasándome las manos por la cara y rascándome el cuello, cabizbajo. La molestia se presenta en mi rostro.

– ¿Desde cuándo eres mi psicólogo? –le espeto y frunzo el ceño entrecerrando los ojos–. Toma tu estúpido dinero.

Me levanto de la silla dejando con poca delicadeza las escasas monedas que tenía reservadas para pagar el café y encontrándome así un rostro confundido por parte del hombre.

– ¿No vas a terminarte el café? –alza la voz mientras yo camino hacia la salida, sin obtener una respuesta por mi parte.

Abro la puerta del local y miro hacia ambos lados de la calle y no estoy seguro de si en realidad quiero o no quiero encontrarme a alguien. Caigo en la cuenta de que no tengo paraguas y chasqueo la lengua, así que no me queda otra que caminar bajo la lluvia.

Para mi sorpresa, encuentro a un chico sentado en el banco en el que Even y yo tantos diversos momentos hemos compartido, un chico que está calándose pero parece no importarle y que parece pasar por alto el hecho de que está en pijama. Y entonces no me queda duda de que es él y vacilo entre acercarme o pasar de largo pero no puedo permitirme dejarle así.

Trago como puedo el nudo que aún conservo en mi garganta y me siento a su lado, intentando ignorar cómo los latidos de mi corazón van acelerando a medida que me acerco a él.

– No tengo ni idea de cómo has llegado aquí, pero deberías ir a casa, vas a coger un resfriado y no es bueno que estés aquí solo. Puedo llevarte –digo mientras me siento a su lado, tratando de sonar indiferente pero sin poder controlar mi preocupación.

Me mira con cierta sorpresa reflejada en su rostro y sonríe levemente y fijo la vista en sus manos que no dejan de tiritar. Seguidamente me levanto del banco y le miro a los ojos y le agarro de una mano, intentando ignorar las mariposas que revolotean en mi estómago y el hecho de cuánto extrañaba su tacto.

– Vamos, te llevo a casa.

Se levanta y camina a mi lado y maldigo por no tener un paraguas con el que poder taparle. Guardo las manos en mis bolsillos y camino cabizbajo mirando por el rabillo del ojo cómo Even mira hacia delante con una pequeña sonrisa.

– ¿Sabes? Te he echado de menos. –suelto de repente.

Even suspira sonoramente, agotado.

– Isak, fuiste tú el que se alejó de mí.

– Porque te hago mal, pero eso no quita que te haya echado de menos.

Es entonces cuando se para y yo hago lo mismo y le miro curioso esperando una respuesta por su parte pero encontrándome un ceño fruncido en su rostro. No me da tiempo a decir nada más, pues coge mi cara con ambas manos y junta sus labios con los míos.

***

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work of art | evak (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora