Capitulo 22: El lugar equivocado.

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Capítulo 22: El lugar equivocado.


—Siempre regresas. —Valeria musitó en calma. Ambos iban en un vehículo gris, solos. Él conducía por las calles vacías y Valeria no sabía a dónde se dirigían.

—¿A qué saliste?

Fue lo primero que preguntó, y al hablar, su aliento demostró que había estado bebiendo. Tal vez no lo suficiente para estar borracho, solo un par de tragos.

—Es que me iba a ir con él.

—¡Qué diablos! —Chocó el guía del auto con la palma de la mano—, ¿por qué te irías con él?

La pregunta quedó flotando en el aire.

Nunca en la vida las luces brillantes de otros vehículos habían causado tantos disturbios en Valeria como esa noche, cada vez que esos faros alumbraban dentro del vehículo tenía que volver los ojos al techo.

Dejó caer su cabeza de lado, mirando la ventanilla húmeda del vehículo y las luces que antes molestaban, borrosas, parecían volar a la altura casi de los edificios.

Cerró los ojos, y volteó la cabeza hacia el otro lado, cuando los abrió, era Ben quien estaba ahí. Lo observó conducir con una mano a la altura de su cinturón y la otra en el guía del auto. Los pies casi no soltaban el acelerador.

Pensó, ¿Dónde Ben había conseguido un auto tan lindo con olor a pino? Le miró el brazo, con la cola de una serpiente tatuada en él que le daba la vuelta. Cerró los ojos de nuevo.

—Es que me quiero ir...

—Bien, está bien. Te vas. Estás loca. —Ben estaba enojado—. Me quieres, no me quieres, me quieres, no me quieres. ¿Quién diablos te entiende? Te vas con el primer hombre que se te cruce, aun cuando pueden hacer un alboroto contigo en la calle. Atención es lo menos que necesitas ahora.

—Tú... El daño que me hiciste tú, nadie me lo ha hecho —respondió con nostalgia.

El vehículo se detuvo por completo, habían llegado a destino. Ben la miró por lo que había dicho. Valeria abrió los ojos y le mantuvo la mirada.

—Enviaste a hombres a mi casa, y ellos me amordazaron y maltrataron, pero el daño físico no importa tanto, más importa el espiritual... Me hicieron sentir insegura, con pánico de estar sola, se me desmoronó todo lo que tanto me costó construir, mi hogar, mi trabajo, todo. Y tú eras el autor del crimen. No te importó nada sobre mí.

Ben apretó la mandíbula... ¿Cómo ella se había enterado de todo eso? Era lo de menos, ella no entendía el génesis de todo.

—¿Quieres que te diga? —contestó tosco—. Iban a desaparecerte. Te iban a asesinar. Estaban diciendo: tiene una vida bajo perfil, nadie la conoce, nadie se daría cuenta si la desaparecemos. Les estorbabas. Tu terquedad era su obstáculo. A esa gente no le dices: es una coincidencia que sea a ella, porque amo a esa mujer, si fuera otra... A ellos no les importa, solo quieren soluciones. Y prefiero mil veces que unos hombres te amenacen a verte tres metros bajo el suelo.

De los ojos de ella salieron lágrimas silenciosas y dejó de mirarlo, mirando ahora sus manos que temblaban por la revelación.

—¿Por qué a mí?, ¿Por qué mi banco?

—Estabas en el lugar y momento equivocado. Yo estaba en el lugar correcto, para evitar la tragedia.

Escuchó la puerta ser abierta y luego cerrada. Unos segundos de silencio estático ella sola en el auto, y después, él abrió su puerta y delicadamente tomó su mano para sacarla de ahí.

Todo (Nada II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora