Otro día de sol

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—Y esa vieja zorra no fue capaz de decirme antes. Siempre he dicho que el día en que me despidieran ni se iban a arrugar, pero esto ha sido el colmo. —estaba con Javier, su mejor amigo pañuelo de lágrimas, tomándose una tercera cerveza para pasar el mal rato.

—Bueno según tú, a ti te vienen echando desde que te contrataron —Javier siempre se reía de las exageraciones de su amiga, ya que nunca se había creído capaz de mantener por mucho tiempo el cargo en el que ya llevaba un año—. Habla con ella mañana, debe ser un malentendido.

—¡Odio a toda esa oficina! —apuró el trago de manera inconsciente—¡Odio trabajar para esa gente!

—Lo peor de todo, es poner la sonrisa falsa. —Javier de pronto se puso serio, mirando largamente su vaso.

—Y simular de que te caen bien, que amas lo que haces, rendirles pleitesía.

Se conocían desde el primer día de la universidad, en la escuela de negocios. Él iba en segundo, y ella era una mechona, como solían llamar a las estudiantes de primer año en esa universidad. Y como dictaba la tradición desde tiempos inmemoriales, fue el primero que tuvo el honor de quebrarle huevos en la cabeza, vaciar un cuarto de harina en el pelo, y echarle pintura para decorar la polera.

—¿Algo más? —preguntó desafiante, mientras hacían jirones la polera que se había puesto ese día.

—Toda la razón, falta el especial. —Javier, que en ese entonces se dejaba el pelo largo y se le veía horrible, agarró un balde con cabezas de pescado y se lo lanzó por la cabeza—. Creo que ahora estarás conforme.

Al año siguiente, en la misma semana inaugural del año y mientras Javier se encontraba distraído observando a las mechonas de aquel año, aprovechó de lanzarle por la cabeza la misma mezcla recibida por ella, con un adicional de pollo que había encontrado por ahí. Y desde entonces, había sido una batalla campal aquella primera semana de cada año.

Era la clase de personas de las que se podía hablar de las injusticias del mundo, del nuevo asteroide descubierto, de aliens y Game of Thrones. Siempre le había dado la impresión de que a él le gustaba, pero cuando se conseguía novia nueva, se terminaba por convencer que todo había sido parte de su imaginación. Siempre todo era parte de su imaginación, que había visto señales donde no existían.

—Ni siquiera me mandó un whatsapp, si debe haber visto el correo ­ —tomó el último sorbo, con indignación—. Cuando me tiene que retar, me llena el teléfono con sermones.

—Tu jefa está loca.

—No les trabajo un día más, que me paguen todo por adelantado y se jodan —golpeó la mesa con el vaso vacío.

—¡Tienes que irte botando el computador por la ventana, o no vale! —exclamó Javier, replicando el gesto.

— Y quemar todos los papeles importantes ¡Salud por eso!

Se rieron juntos, medio borrachos, medio en serio. Cuando uno de los dos se encontraba sin ánimo, o harto de la vida adulta forzosa, se juntaban en un bar donde el mayor atractivo era que la cerveza siempre estaba fría y las papas eran comestibles. A pesar de haber abandonado la vida de estudiantes sin dinero, eran incapaces de abandonar esa clase de lugares de dudosa reputación: era parte de una tradición consensuada, sin palabras. La periodicidad de las juntas variaba según lo celosa que era la novia de turno de Javier, que a pesar de ser un tipo físicamente normal y sin nada destacable aparte de su altura, siempre tenía quien lo acompañara. "No llueve, pero gotea", era su frase recurrente, aunque para Haydeé era más bien siempre una tormenta tropical, ya que nunca estaba solo.

(Sobre)vivir solaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora