—Admite que igual te atrae. —Paolo, un amigo abiertamente gay y luchador en cuanta causa perdida se le presentara por delante, estaba convencido de que estaba locamente enamorada de su nuevo compañero de trabajo.
—Está demasiado gordo, tú sabes que no me gustan los rellenitos.
—Ella, la flaca. —Golpe bajo— Te tiene confundida al menos.
—Tiene cara de estúpido. Y fíjate que he bajado dos kilos con kickboxing, fofo.
—Ay, pero qué ruda, con mi dieta de sólo proteínas y grasa te voy a ganar. —Luego de una pausa, añadió— Amiga, llevas treinta minutos hablando de él, a mí no me engañas.
Paolo se levantó y fue a buscar una cerveza al frigobar, que se imponía en su mini pieza, en la parte trasera del Olimpo de la calle Marín: un motel al que iban los estudiantes de la universidad cercana. Se la había facilitado su tía, dueña de tan flamante negocio, luego de que a sus padres no les agradara la idea de que su primogénito fuera homosexual. Luego de una pelea de proporciones épicas, había vagado entre varios amigos, hasta que terminó ahí.
—Si pones música, no te enteras qué pasa con los "vecinos" —solía consolarse, conformándose con la situación—.
Paolo tenía veintisiete años, de tez morena y ojos oliva. Sus rasgos delicados le habían valido burlas desde que era pequeño, pero él había aprendido a defenderse. Lo de fofo era una mera broma, ya que se encontraba totalmente tonificado, a diferencia de ella misma que si comenzaba a sobrarle cuerpo.
Lo había conocido en un taller de teatro que se impartía cerca de la universidad, pues ambos parecían compartir la inquietud estar estudiando la carrera equivocada. Paolo siempre había sido media drama queen, y estudiando ingeniería civil tenía pocas posibilidades de demostrar todo su talento con la interpretación. Haydeé le había dicho a su madre que lo necesitaba para mejorar sus presentaciones en la universidad, ya que ésta última se había negado tajantemente a pagarle un curso de ilustración.
Lo cierto es que ya en el tercer año de universidad, tanto ella como Paolo ya se habían aburrido de sus respectivas carreras, al borde de la deserción. A pesar de sus gustos distintos - entre Katy Perry y Iron Maiden existía un mundo de diferencia -, habían encontrado un consuelo mutuo para seguir adelante con sus estudios y no decepcionar a sus respectivas familias. Aunque al final no hubiese valido de nada, como solía decirse Haydeé en sus momentos más oscuros.
Ahí estaban los dos, tres años después. Compartiendo una cerveza luego de sus respectivos trabajos, odiando a sus respectivos compañeros laborales y haciendo una competencia de quién bajaba de peso más rápido. Luego de un año de estar en teatro, habían descubierto que les había resultado sumamente útil a la hora de desempeñarse en el ámbito laboral: les era sumamente fácil poner cara de confianza, profesionalismo y seguridad en sí mismos. Incluso cuando a Paolo le costara tratar con la gente, y a Haydeé le costara confiar en sí misma.
Haydeé se rió para sus adentros. Lo cierto es que las presentaciones seguían siendo pésimas, seguía tartamudeando frente a todos, pero al menos nadie podía adivinar qué se escondía tras su expresión. Descubrió que con lo aprendido en ese taller, podía tener un día pésimo y aun así tener una sonrisa anodina; reírse con los chistes machistas, y comportarse como la señorita que todos los gerentes esperaban que fuera; mostrar interés en el trabajo, aunque tuviera ganas de quemar la oficina. La máscara de humor ácido, que ocupaba para reírse de sus errores, era la mejor arma que tenía para enfrentar el día a día en esa jungla que era su lugar de trabajo.
—Es que primera vez que me encuentro con un tipo así. Aparte que prometí no involucrarme con mis compañeros de trabajo. —Paolo bufó, sin creerle— Oye, lo he cumplido hasta ahora.
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(Sobre)vivir sola
General FictionLa vida de Haydeé siempre ha sido una rutina carcelera. La condena del colegio, la libertad bajo fianza de la universidad, y recientemente, la jaula de cristal del trabajo. Ahora, que está (sobre)viviendo sola y es "libre" para hacer con su vida lo...