Estrellas/Flores

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Un suspiro había sido lo único que había roto el silencio del lugar.

Eran ya altas horas de la noche. El viento soplaba de forma agradable, revolviendo las hojas de los árboles, y un poco el cabello del azabache. Aun así, Keith no estaba tan seguro de que recuperaría la felicidad que poco a poco iba opacándose en él.

Los primeros días habían sido un delirio. No quería salir, ni comer, ni siquiera deseaba ver a sus amigos. Estaba destrozado. Aunque con el paso del tiempo mejoró en esos aspectos, nunca lo olvidaría.

Nunca olvidaría a Lance. Lance, su guía, su sol, su todo. El chico encantador y divertido que había escalado la muralla que lo separaba del verdadero Keith, usando sólo sus palabras y su sonrisa.

Lance era radiante. Pero solamente a Keith le había mostrado aquella parte débil y sensible suya. Querían superar sus problemas juntos. Sabían que podían hacerlo. Se habían prometido vivir el resto de sus vidas juntos. Pero la promesa se había roto.

No podía enojarse con Lance por no haber cumplido su palabra. Por más que quisiera, sabía que gritar, maldecir, patear o llorar, no eran actos que pudieran traerlo de regreso. Lo había intentado. Había gritado hasta desgarrarse la garganta, y llorado hasta que las lágrimas se secaron. No negaría que estaba enojado. Pero no con él, sino consigo mismo.

Sentía que era su culpa. Incluso cuando los Holt le habían dado las mil y una razones por las que no era su culpa, y Hunk le había dado ánimos y llevado a un psicólogo para superarlo junto con Shiro, Keith no podía sacarse esa idea.

Recordaba ese día a la perfección. A veces, deseaba olvidarlo y mantener los recuerdos felices nada más. Quizá de esa forma lograría dejar de sentirse mal.

Había sido idea suya ir de paseo en su motocicleta. Lance no estaba muy de acuerdo pero terminó aceptando, ya que la sonrisa de Keith era lo que le animaba a hacer sus deberes y continuar haciendo felices a las personas.

Igual había sido idea suya visitar varios lugares no muy concurridos. La carretera era oscura, había frío y lo único que pudo separarlos fue una desviación.

El azabache no había salido tan lastimado pero el moreno sí. Ya no le importaba su motocicleta para la que había ahorrado por más de dos años. Sólo le importaba encontrar a Lance, llamar a la ambulancia y salir de ese problema como siempre habían hecho.

Y sí, llegó la ayuda. Y lograron llegar al hospital ambos. Pero sólo uno había salido.

Keith había esperado ahí, sin dormir, sin separarse de su sol, que iba apagándose cada minuto que pasaba acostado en esa camilla. Recordaba que había sostenido su mano, y mirado esa cara sonriente a pesar de tener varias vendas en el cuerpo.

"Vamos a superarlo, Lance" le había dicho tragándose el dolor, en espera de una señal que le dijera lo que más anhelaba en esos momentos. "Vamos a superarlo, ¿verdad?".

Quería quedarse bajo la sombra de la falsa esperanza. Quería que llegara el doctor a decirle que Lance se encontraba mejor y que pronto estaría como nuevo. Pero en lugar de eso, el moreno apretó la mano del otro, sin levantar la vista de sus ojos. Una lágrima recorrió su rostro, pero esa sonrisa no se esfumaba. Ni siquiera cuando cerró los ojos.

Keith había gritado. Había gritado tan fuerte que había llamado la atención del personal, y de sus amigos que habían acudido al saber lo ocurrido. Y al terminar de desahogarse, aceptó la verdad. Lance ya no reaccionaba, ya no lo haría más. No pudo tragarse esta vez el llanto, mas quiso intentar ahogarse en él. Sus ojos se habían convertido en un mar. Jamás le había importado menos llorar en público.

Supo en el instante que la mano de Lance dejó de apretar la suya que los desfibriladores no funcionarían. Ya no había esperanza a la cual aferrarse.

Había deseado incontables veces haber sido él quien hubiera perecido, no Lance. Él no lo merecía. Deseaba reunirse con él, ahora más que nunca. Tuvieron que detenerlo, y explicarle que así no era como las cosas funcionaban.

No superaría a Lance, así saliera con cualquier otra persona. Lance estaba en un lugar especial en su corazón, que nunca sería reemplazado. Era un lugar hecho específicamente para él, para su sol, su estrella.

No importaba cuántas veces fuera a visitarlo. No importaba que comprara las flores más bellas, ni el color de éstas. A Lance le gustaban mucho las flores. No podía simplemente no dejárselas.

Se sentó, como en cada visita, frente a la lápida, y comenzó a hablarle de su día. Las cosas importantes, las cosas buenas, las malas también. Trataba de bromear a medida que hablaba. Sin embargo, la voz se le iba quebrando con cada palabra.

—Te extraño —susurró. Le gustaba pensar que Lance lo escuchaba. En una parte muy profunda de él, sentía que era verdad. En alguna parte, lo escuchaba. Estaba con él.

Dejó las flores y miró al firmamento. Era otra cosa que les gustaba hacer juntos. Nombrar las estrellas, y si no se sabían el nombre de alguna, le pondrían otro.

Lance había brillado tanto como una estrella. Keith consideraba que merecía un lugar junto a ellas. Y si nadie se lo daba, se lo daría él. Así que esa noche, eligió una. La más brillante y llamativa, como a Lance le habría gustado. Y se fue, camino a casa, para soñar y encontrarse con él en el mundo onírico.

No se había equivocado en su elección. A Lance le había encantado. Se aseguraría de hacérselo saber, cuando volvieran a verse.

Red + Blue = Klance [#SEMANAKLANCE2017]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora