Capítulo 1

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—Ring, Ring.

Media dormida, tumbada boca abajo y semidesnuda Daniela tomó su celular que reposaba en la mesa de noche, esperaba que fuera alguien importante o de lo contrario no respondería. ¿Quién coños se atrevía a llamarla tan temprano? ¿Eran qué? ¿Las 10 de la madrugada?

—Aló.

—¡Daniela! Gracias al cielo por fin te encuentro ¿Dónde diablos estabas metida? Alejandro está a punto de cortarme la cabeza porque no te encuentro.

—¿Elías?

—No chica, el gato Garfield —respondió rápidamente Elías con tono sarcástico— en una hora estoy en tu casa, te necesitamos a partir de esta noche, lúcete princesa y te prometo que recibirás una excelente recompensa. Lo último que Daniela escuchó fue como Elías le colgaba el teléfono, incluso imaginó la sonrisa de superioridad que se le dibujaba en la cara, blanqueando los ojos devolvió el teléfono a su puesto mientras volvía a la cama a intentar conciliar de nuevo el sueño.

—Nada de eso bella durmiente —y como si le hubiera leído el pensamiento Alfredo le susurró— ahora tienes que darme mis Buenos Días.

Esas palabras dichas cerca de su oreja derecha hicieron que toda la piel de su espalda se erizara y que sus pezones se tornaran un tanto duros. ¿Cómo se le había olvidado que Alfredo se había quedado en su apartamento anoche? Que Daniela olvidara que había dormido con Alfredo la noche anterior no era para nada sorprendente; a veces se quedaba, a veces no. Hace ya varios meses que habían comenzado a salir, no, no eran novios, era algo más bien… abierto, no es que Alfredo así lo quisiera, era Daniela la que exigía libertad de poder acostarse con cualquier hombre que se le antojara cuando salía en las noches por ahí con Verónica.

—Buenos Días —dijo Daniela dando la vuelta para poder mirar a los ojos, al chico de tez blanca y cabello rizado color azabache, un poco largo, que se posaba sobre ella sonriéndole y sin tiempo que perder de una vez comenzó a delinear el borde de sus labios con su lengua, sonriendo pícaramente a la vez que sus manos hacían desfilar sus largas uñas a lo largo de su amplia y masculina espalda. Él se abrió paso entre sus piernas mientras comenzaba a besarla suavemente, sus manos acariciaban sus muslos y caderas. Y rápidamente sus cuerpos comenzaron a temblar de ansiedad queriendo estar cada vez más cerca el uno del otro. Alfredo se detuvo por un momento y alejándose de ella retiró la única prenda de vestir que los separaba con lentitud, dejándola completamente desnuda, se lanzó de nuevo a devorarle la boca con suaves y sensuales besos que hacían estremecer a Daniela de locura y excitación imaginándoselo besando así su vagina y no su boca. Alfredo recorrió su cuerpo con detenimiento y delicadeza haciéndola arquear de placer cuando lograba desaparecer sus senos dentro de su boca o cuando dibujaba la línea de su entrepierna con su lengua; no tardó en llegar a donde ella quería y con toda la suavidad y perfección posible él besó y lamió su vagina incluso mejor de lo que Daniela había imaginado hace unos momentos mientras sus manos acusaban con romperle los muslos que se posaban a cada lado de su cara intentando contener las ganas que le consumían de penetrarla y abrazarla tan fuerte como le fuera posible para que se deshiciera entre sus brazos. Ella lo tomó por los hombros obligándolo a subir, se acomodó sentada hasta que tuvo su pene en la cara, quería y necesitaba tener su miembro en la boca y sin protocolos ni delicadezas lo introdujo por completo en ella. Alfredo no podía reprimir el placer y apretaba los puños con toda su fuerza; no era un secreto para ninguno que esa era la parte favorita del coito de ambos. Incontables veces después de sacar y meter el miembro dentro de su boca Alfredo dejó caer su cuerpo por completo sobre el de ella haciendo que la punta de su cuerpo amenazara con entrar, Daniela acomodaba su cuerpo para que él completara su cometido pero hacerla esperar y que se desesperara porque él entrara en ella era algo que Alfredo disfrutaba con especial morbo. No mucho tiempo después de una sola embestida y sin anestesia la penetró por completo en un acto para nada doloroso y en exceso placentero. Habían sido tantas las veces en las que estuvieron juntos que sus genitales se acoplaban a la perfección el uno con el otro dejando una sensación sin igual en los participantes de aquel acto lujurioso. El gemido escandaloso que pretendía salir de la boca de ella quedó atrapado en la mano de Alfredo la cual ella mordió con toda la fuerza posible mientras él no paraba de salir y entrar a un ritmo perfecto y acompasado que la volvía loca.

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