ACTO PRIMERO

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Un saloncito en casa de Archibaldo, amueblado lujosa y artísticamente. Óyese un piano dentro. Esteban, arreglando todo para el té en una mesita y, después que cesa la música, Archibaldo.

ARCHIBALDO.- ¿Oíste lo que estaba tocando. Esteban?

ESTEBAN.- No me pareció correcto escuchar, señorito.

ARCHIBALDO.- Lo siento por ti. No es que yo tenga mucha ejecución, no - esto está al alcance de todo el mundo-; pero, en cambio, toco con una expresión... Sí, mi fuerte en el piano es el sentimiento. La ciencia la guardo para la vida.

ESTEBAN.- Sí, señorito.

ARCHIBALDO.- Y ya que hablamos de la ciencia y de la vida, ¿te has acordado de preparar los sándwichs de pepino para lady Bracknell?

ESTEBAN.- (Presentándole una fuente.) Sí, señorito.

ARCHIBALDO.- (Inspeccionándola, coge dos y se sienta en el sofá.) ¡Ah!... A propósito, Esteban: he visto en tu agenda que el jueves por la noche, cuando vinieron a cenar lord Shoreman y míster Gresford, se consumieron ocho botellas de champagne. ESTEBAN.- Sí, señorito; ocho botellas y media.

ARCHIBALDO.- ¿Por qué será que en todas las casas de solteros son tan aficionados al champagne los criados? Lo pregunto solamente a título de curiosidad.

ESTEBAN.- Yo lo atribuyo a la buena calidad del vino, señorito. He observado una porción de veces que en casa de los hombres casados raramente es de primera el champagne.

ARCHIBALDO. - ¡Caramba! ¿Tan desmoralizador es el matrimonio? ESTEBAN.- A mí me parece un estado muy agradable, señorito. Claro que yo, hasta el presente, apenas lo he experimentado. No he estado casado más que una vez. Fue de resultas de una equivocación que tuvimos una joven y yo...

ARCHIBALDO.- (Displicentemente.) No creo que me interese gran cosa tu vida doméstica, Esteban.

ESTEBAN.- Verdad, señorito. No tiene nada de interesante. Yo nunca pienso en ella.

ARCHIBALDO.- Es natural. Bueno, Esteban; puedes retirarte. (ESTEBAN saluda y sale.) Las ideas de Esteban sobre el matrimonio me parecen un tanto relajadas. Y, realmente, si las clases inferiores no nos dan un buen ejemplo, ¿para qué demonios sirven? Lo que es como clase, me parece que no tiene el menor sentido de responsabilidad moral.

(Entra ESTEBAN.)

ESTEBAN. - ¡Míster Ernesto Gresford!

(Entra GRESFORD. Sale ESTEBAN.)

ARCHIBALDO.- ¿Cómo te va, querido Ernesto? ¿Qué te trae a Londres?

GRESFORD. - ¡Oh, nada; el divertirme un poco! Lo que trae a todo el mundo. Siempre comiendo, ¿eh?

ARCHIBALDO.- (Con cierta sequedad.) Me parece que es costumbre en la buena sociedad comer algo a las cinco. ¿Dónde has estado desde el jueves?

GRESFORD.- (Sentándose en el sofá.) En el campo.

ARCHIBALDO.- ¿Y qué diablos haces allí?

GRESFORD. - (Quitándose los guantes.) Cuando uno está en Londres, se divierte. Cuando está en el campo, divierte a los demás. Una cosa bastante aburrida, te lo aseguro.

ARCHIBALDO.- ¿Y qué gente es ésa a quien diviertes?

GRESFORD. - (Con un gesto de indiferencia.) ¡Oh, vecinos, vecinos !

ARCHIBALDO.- ¿Y has encontrado vecinos agradables?

GRESFORD.- ¡Lamentable! No me trato con ninguno.

La Importancia de Llamarse ErnestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora