ACTO SEGUNDO

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Jardín de la quinta de míster Gresford. Una escalinata de piedra gris conduce a la casa. El jardín, un jardín a la antigua, aparece lleno de rosas. Mes de julio. Sillones de mimbre y una mesa atestada de libros, a la sombra de un tejo frondosísimo. Miss Prism, sentada delante de la mesa. Al fondo, Cecilia, regando las flores.

MISS PRISM. - (Llamándola.) ¡Cecilia! ¡Cecilia! ¿No le parece que esa ocupación tan utilitaria de regar las flores es más bien de incumbencia del jardinero? Sobre todo teniendo en cuenta los placeres intelectuales que están aguardándola a usted. Su gramática alemana está sobre la mesa. Tenga usted la bondad de abrirla por la página 15. Vamos a repetir la lección de ayer.

CECILIA. - (Acercándose muy despacio.) ¡Pero si a mí no me gusta el alemán! Es una lengua que no sienta bien a nadie. Estoy segura de que después de la lección de alemán parezco feísima.

MISS PRISM.- Hija mía, ya sabe usted el interés que tiene su tutor en que usted reciba una educación esmeradísima. Ayer, antes de marchar a Londres, me recomendó muy especialmente el alemán. Sí, cada vez que se marcha a Londres me recomienda con mucha insistencia la lección de alemán.

CECILIA. - ¡El querido tío Juan es tan serio! A veces está tan serio, que me parece que no debe de sentirse bien...

MISS PRISM.- Su tutor disfruta de una salud inmejorable, y su gravedad es tanto más digna de admiración si se tiene en cuenta su relativa juventud. No conozco a nadie con sentido más alto de la responsabilidad y del deber.

CECILIA. - ¡Ah! Esa debe de ser la causa de que muchas veces, cuando estamos juntos los tres, tenga esa cara de aburrimiento.

MISS PRISM. - ¡Cecilia! Me sorprende oírla hablar así. Míster Gresford tiene muchas cosas en qué pensar, y no puede entregarse a frivolidades ociosas. Piense usted en la constante preocupación de que es causa su hermano, ese desgraciado joven...

CECILIA.- El tío Juan debería permitir a ese desgraciado joven que viniese por aquí de cuando en cuando. Podríamos ejercer sobre él una benéfica influencia. Sí, estoy segura de que usted la ejercería, Miss Prism. Usted sabe alemán y geología, y esas cosas deben influir mucho sobre un hombre. (Abre su diario y se pone a escribir en él.)

MISS PRISM. - (Meneando dubitativamente la cabeza.) No creo que pudiera influir lo más mínimo en un carácter que, según dice su mismo hermano, es de una debilidad y de una inestabilidad irremediables. Ni me parece que, aun pudiendo, quisiera influir. Yo no apruebo esa manía moderna de convertir en buenas a las malas personas, en un abrir y cerrar de ojos. No; que cada cual coseche lo que sembró... Debería usted dejar ahora ese diario, Cecilia. Realmente, no veo la necesidad de que lleve usted un diario.

CECILIA.- Lo llevo para anotar los secretos maravillosos de mi vida.

Si no los apuntara, es casi seguro que los olvidaría por completo. MISS PRISM.- La memoria, mi querida Cecilia, es el diario que todos llevamos con nosotros.

CECILIA.- Sí; pero generalmente, no registra más que las cosas que no han sucedido nunca, ni podían suceder. Me parece que la memoria debe de ser la responsable de todas esas novelas que se escriben hoy día.

MISS PRISM.- No hable usted a la ligera de las novelas, Cecilia. ¡Ay!

Yo también escribí una en mi juventud.

CECILIA.- ¿De verdad, miss Prism? ¡Cuidado que tiene usted talento! Supongo que no acabaría bien, ¿eh? Detesto las novelas que acaban bien. Me entristecen horriblemente.

MISS PRISM.- Los buenos acababan bien y los malos eran castigados.

Así lo requiere siempre la fábula.

La Importancia de Llamarse ErnestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora