ACTO TERCERO

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Gabinete en la casa de campo de Gresford. Susana y Cecilia junto a la ventana, mirando el jardín.

SUSANA.- El hecho de no habernos seguido inmediatamente, como hubiese hecho cualquiera, prueba que todavía les queda cierto sentido del pudor.

CECILIA.- Han estado tomando el té. Eso ya parece un síntoma de arrepentimiento.

SUSANA. – (Después de un momento de silencio.) Parece como si no se acordasen ya de nosotras. ¿No podría usted toser un poco?

CECILIA. - ¡Pero si no estoy acatarrada!

SUSANA. - ¡Nos miran! ¡Habráse visto desvergüenza!

CECILIA.- Vienen hacia aquí. ¡Qué atrevimiento!

SUSANA. - Guardemos un silencio lleno de dignidad.

CECILIA. - Naturalmente. Es lo mejor que podemos hacer.

(Entra GRESFORD, seguido de ARCHIBALDO. - Ambos vienen tarareando un aire de opereta.)

SUSANA.- Este silencio lleno de dignidad no parece surtir un buen efecto.

CECILIA. - Pésimo.

SUSANA. - Pero no seremos las primeras en hablar.

CECILIA. - Claro que no.

SUSANA.- Míster Gresford, tengo algo que preguntarle a usted. De lo que usted me conteste depende muchas cosas.

CECILIA. - ¡Qué inteligente es usted, Susana! Míster Moncrieff, tenga usted la bondad de contestarme a una pregunta. ¿Por qué causa quiso usted hacerse pasar por hermano de mi tutor?

ARCHIBALDO. - Pues por tener ocasión de conocerla a usted.

CECILIA.- (A SUSANA.) La explicación parece satisfactoria, ¿verdad?

SUSANA. - Sí, querida; si puede usted darle crédito.

CECILIA.- ¡Qué he de darle! Pero eso no disminuye lo admirable de su respuesta.

SUSANA.- Cierto. En cuestiones de esta importancia, el estilo y no la sinceridad es lo esencial. Míster Gresford, ¿qué explicación puede usted darme de la existencia de ese supuesto hermano? ¿Lo inventó usted por tener ocasión de venir a verme a Londres con más frecuencia?

GRESFORD. - ¿Puede usted dudarlo, Susana?

SUSANA. - ¡Hum! Tengo mis dudas. Pero espero disiparlas. No es éste momento para escepticismo (Dirigiéndose hacia CECILIA.) Sus explicaciones parecen realmente satisfactorias, sobre todo la de míster Gresford, ¿verdad, Cecilia?

CECILIA.- Yo me siento más satisfecha con lo que me dijo míster Moncrieff. ¡Sólo su voz inspira ya una confianza absoluta!

SUSANA. - Entonces, ¿cree usted que debemos perdonarles?

CECILIA.- Sí, no veo inconveniente.

SUSANA.- ¿De veras? Yo ya he perdonado. Claro que hay que participárselo con mucho tacto. ¿Cuál de las dos le parece a usted que lleve la voz cantante? La comisión tiene poco de agradable.

CECILIA.- ¿No podríamos hablar las dos a la vez?.

SUSANA. - ¡Excelente idea! Yo casi siempre hablo al mismo tiempo que los demás. Bueno; yo daré la entrada.

CECILIA. - ¡Muy bien! (SUSANA lleva el compás con el dedo.) SUSANA Y CECILIA. - (Hablando a una.) Los nombres de pila de ustedes continúan siendo una barrera infranqueable. ¡Eso es todo!

La Importancia de Llamarse ErnestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora