Capítulo Once

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Lochan


Los primeros rayos del amanecer empiezan a tocar el borde de los techos.Me siento en mi cama y veo la pálida luz diluir la negra oscuridad, un ligerolavado de color difundiendo ligeramente el cielo del este. El aire es fríocuando sopla a través de las grietas en el marco de la ventana, y esparcemarcas de salpicaduras de lluvia en el panel mientras los pájaros empiezan adespertar. Un dorado parche de luz solar se inclina por la pared, agrandándoselentamente como una mancha. ¿Cuál es el punto en todo esto? Me pregunto, ¿eneste ciclo sin fin? No he dormido en toda la noche y me duelen los músculos por permanecer inmóvil tanto tiempo. Tengo frío pero no puedo encontrar la elegía para moverme o incluso para poner la manta a mi alrededor. De vez en cuando empieza a caer mi cabeza, como sucumbiendo a un narcótico, y mis ojos se cierran y después se reabren con un sobresalto. A medida que la luz se empieza a intensificar, también lo hace mi miseria, y me pregunto cómo es posible que duela tanto cuando no pasa nada malo. Una inflamada desesperación presiona hacia fuera desde el centro de mi pecho, amenazando con romper mis costillas. Lleno mis pulmones con el aire frío y después lo dejo salir, pasando mis manos gentilmente adelante y atrás sobre las ásperas sabanas de algodón, como anclándome a esta cama, a esta casa, a esta vida, en un intento de olvidar mi soledad absoluta. La herida debajo de mi labio está latiendo y es una lucha dejarla tranquila, no irritarla en un intento de aniquilar la agonía dentro de mi mente. Continúo acariciando las mantas, el movimiento rítmico me relaja, recordándome que, incluso si me estoy rompiendo por dentro, las cosas a mí alrededor permanecen iguales, sólidas y reales, dándome la esperanza de que, quizás un día, yo también me sienta real otra vez.

Un sólo día abarca tanto. La frenética rutina matutina: tratar deasegurarme de que todos coman su desayuno, el alto tono de la voz de Tiffin queirrita mis oídos, el continuo parloteo de Willa que deshilacha mis nervios, Kitreforzando sin descanso mi culpa con cada uno de sus gestos, y Maya... Es mejorsi no pienso en Maya. Pero, perversamente, quiero hacerlo. Debo irritar laherida, volver a rascar la costra,pinchar la piel dañada. No puedo dejar de pensar en ella. Como anoche en lacena, ella esta aquí pero no aquí: su corazón y su mente han dejado esta casasucia, los hermanos molestos, el hermano socialmente inepto, la madrealcohólica. Sus pensamientos están con Nico ahora, en su cita de esta noche.Por muy largo que pueda parecer el día, la noche llegará y Maya se irá. Y desdeese momento, parte de su vida, parte de sí misma, se separará de mí parasiempre. Sin embargo, incluso mientras espero a que pase esto, hay mucho porhacer: convencer a Kit para que salga desu guarida, llevar a Tiffin y a Willa a la escuela a tiempo, recordar tomarlelas tablas a Tiffin mientras trata de ir por delante en el camino. Conseguirpasar por la puerta de mi propia escuela, comprobar que Kit está en clases sinser visto, sentarme durante una mañana completa de clases, buscar nuevas formasde desviar la atención si un maestro me presiona a participar, sobrevivir al almuerzo, asegurarme de evadir a DiMarco, explicarle a la maestra por qué no puedo dar una presentación, llegar a la última campana sin desmoronarme. Y, finalmente, recoger a Willa y a Tiffin, mantenerlos entretenidos durante la noche, recordarle a Kit su toque de queda sin provocar un escándalo... y todo el tiempo, al mismo tiempo, tratar de purgar todo pensamiento de Maya de mi mente. Y las manillas del reloj de la cocina continuarán moviéndose hacia delante, acercándose a la medianoche antes de empezar todo de nuevo, como si el día que acaba de terminar nunca hubiera empezado.

Maya se va a la escuela por delante de mí, arrastrando a Kit con ella.Parece molesta conmigo por alguna razón. Willa pierde el tiempo, recogiendoramas y hojas quebradizas, enrolladas por el camino. Tiffin nos abandona cuandove a Jamie al final de la carretera, y no tengo la fuerza para hacerlo volver,a pesar del concurrido cruce en frente de la escuela. Es un esfuerzo monumentalno gritarle a Willa, no decirle que se apure, el preguntarle por qué parece tandecidida a hacernos llegar tarde a los dos. Tan pronto como alcanzamos laspuertas de la escuela, ella ve a una amiga y echa a correr tropezando, su abrigoondeando y volando detrás de ella. Por un momento sólo me paro y la veo irse,su pelo dorado fluyendo detrás de ella en el viento. Su delantal gris estámanchado con el almuerzo de ayer, al abrigo de la escuela le falta la capucha,su mochila se está cayendo a pedazos, sus medias rojas tienen un gran agujerodetrás de la rodilla, pero ella nunca se queja. Incluso cuando está rodeada demamás y papás despidiendo a sus hijos, inclusocuando no ha visto a su madre por dos semanas ya, incluso cuando no tiene memoria de haber tenido padre. Sólo tiene cinco años, sin embargo, ya ha aprendido que no tiene sentido pedirle a su madre un cuento para dormir, que invitar amigos a la casa es algo que solamente otros niños pueden hacer, que juguetes nuevos son un raro lujo, que en casa Kit y Tiffin son los únicos que se salen con la suya. A la edad de cinco años, ya ha aceptado una de las lecciones más duras de la vida: que el mundo no es justo... A mitad de los escalones de la escuela, con la mejor amiga a cuestas, de repente recuerda que ha olvidado decir adiós y se gira, buscando mi cara en el patio casi vacío. Cuando me encuentra, su rostro rompe en una sonrisa radiante y cachetona, la punta de su lengua asomándose a través del espacio de sus dientes caídos. Saluda levantando una mano pequeña. Le devuelvo el saludo, con mis brazos abanicando el cielo.

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