Capítulo Trece

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Lochan

Le digo a Maya que necesita dormir porque sé que yo no puedo; estoy demasiado asustado de subir las escaleras, sentarme en mi cama y volverme loco en ese pequeño cuarto, solo con mis pensamientos aterradores. Ella dice que quiere estar conmigo: tiene miedo de que si se aleja, desapareceré. Ella no necesita explicarlo; también lo siento: el miedo de que si nos separamos ahora, esta increíble noche sólo desaparecerá, se evaporará como un sueño, y nos despertaremos en la mañana de regreso a nuestros cuerpos separados, de regreso a nuestras vidas comunes. Todavía aquí en el sofá, con mis brazos alrededor de ella mientras está acurrucada contra mí con la cabeza apoyada en mi pecho, me siento asustado, más asustado de lo que lo haya estado antes. Lo que acaba de pasar fue increíble, pero de algún modo completamente natural, como si en el fondo siempre hubiera sabido que este momento llegaría, aunque nunca me permití pensar a conciencia en ello, ni imaginarlo de ninguna manera. Ahora que esto ha llegado, sólo puedo pensar en Maya, sentada aquí contra mi, su cálido aliento contra mi brazo desnudo.

Es como si existiera un gran muro que me impide cruzar al otro lado, lanzando mi mente hacia el mundo exterior, el mundo más allá de nosotros dos. La válvula de seguridad de la naturaleza está trabajando, impidiéndome incluso contemplar las implicaciones de lo que acaba de pasar, manteniéndome, por lo menos por el momento, a salvo del horror de lo que he hecho. Es como si mi mente supiera que no puede ir ahí todavía, supiera que ahora no soy lo suficientemente fuerte para tratar con los resultados de estos sentimientos abrumadores, estas acciones trascendentales. Pero el miedo permanece, el miedo a que en la luz fría del día seremos forzados a llegar a un final con lo que fue, simplemente, un error terrible; el miedo a que no tendremos más remedio que renunciar a esta noche como si nunca hubiera pasado, un secreto vergonzoso para ser guardado por el resto de nuestras vidas hasta que, frágil con la edad, se desmorone hecho polvo; un débil y distante recuerdo, como el polvo de las alas de una polilla en un cristal, el fantasma de algo que quizás nunca ocurrió, existiendo solamente en nuestra imaginación.



No puedo soportar la idea de que esto sólo sea un momento en el tiempo, que haya terminando antes de haber empezado, retirándose ya en el pasado. Debo aferrarme a eso con todas mis fuerzas. No puedo permitir que Maya se escape lejos porque, por primera vez en mi vida, mi amor por ella se siente completo, y todo lo que ha llevado hasta este punto de repente tiene sentido, como si todo esto estuviera destinado a ser. Pero mientras miro hacia su cara soñolienta, los pómulos pecosos, la piel blanca, las curvas oscuras de sus pestañas, siento un dolor enorme, como una nostalgia aguda; un anhelo por algo que nunca puedo tener. Sintiendo mis ojos sobre ella, me mira y sonríe, pero es una sonrisa triste, como si también supiera qué tan efímero es nuestro nuevo amor, que tan peligrosamente amenazado está por el mundo exterior. El dolor en mi interior se profundiza, y todo en lo que puedo pensar es en como se sintió besarla, cuán breve fue ese momento y qué tan desesperadamente quiero vivirlo una vez más.

Ella sigue mirándome con esa pequeña sonrisa nostálgica, como si esperara, como si supiera. Y la sangre se siente caliente en mi cara, mi corazón se acelera, mi respiración se acelera, y ella se da cuenta de eso también. Levanta su cabeza de mi pecho y me pregunta: —¿Quieres besarme otra vez?

Asiento, enmudecido, el corazón golpeando de nuevo.

Me mira expectante, esperanzada. —Entonces, vamos.

Cierro mis ojos, mi respiración es entrecortada, mi pecho está lleno con una creciente sensación de desesperación. —Yo no-no creo que pueda.

—¿Por qué no?

—Porque estoy preocupado... Maya, ¿qué pasa si no podemos parar?

—No tenemos que hacerlo...

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2017 ⏰

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