Tras la muerte de Samantha, Jack quiere dejar todo en el pasado, piensa que la mejor manera de solucionar todo es mudándonos, como si eso fuera borrar el hecho de que ella este muerta, como si borrara de la memoria los momentos felices que pasamos juntos.
Sé que es duro para él perder a la mujer que ama.
- ¡Sophie! Apresúrate en empacar y dejar todo listo para cuando llegue el camión de la mudanza – grito Jack. No lo entiendo, como cambiar nuestra manera de vivir podría limpiar las mentes llenas de dolor y llanto que dejó el vació de un ser amado.
- ¡Sí, estoy en eso! – Últimamente no hablamos mucho, después de su muerte el dolor ha cambiado.
La idea de que ya no esta es tan surrealista, a veces pienso que esto es una de mis pesadillas, donde me despierto llorando y ella acude a mí diciéndome que todo está bien. Pero la cruda realidad me golpea en la cabeza cada vez que más fuerte, dejando tal idea a un lado.
Echando un vistazo a lo que algún día fue mi habitación, me sorprendo en encontrar lágrimas en mis ojos. Por lo general no soy muy sentimental en cuanto a las cosas materiales, pero, mírenme aquí, llorando por un cuarto semivacío. Lleno de cajas, paredes desnudas y deterioradas por la humedad.
Donde en ciertas ocasiones Samantha venía y me leía un par de cuentos hasta que yacía en sus brazos dormida. Ella, la razón por la cual encontré más interesante la vida de los personajes ficticios de mis libros, que la mía.
Recuerdos llenan mi mente. Uno de ellos llama mi atención.
Llegué del colegio después de una larga y amarga jornada, debido a los constantes y molestos comentarios sobre mis gustos literarios. Ella solo abrió sus brazos y me consoló como sólo una madre sabe hacerlo. Sus palabras consiguieron calmar mi desdicha, jamás olvidaré sus manos fijas en mis mejillas, sus ojos azules brillando y fijos en los míos. - Ana Frank una vez dijo “Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”.
Eso y su sonrisa, basto para que todo lo consecuente a mi pasión valiera la pena.
Y en ese momento comprendí. Los libros son puertas que te llevan a la calle. Con ellos aprendes, te educas, viajas, sueñas, imaginas, vives otras vidas y multiplicas la tuya por mil. No tenía que avergonzarme de mis gustos, todo lo contrario, tenía que sentir orgullo por ellos. Ahora solo siento lástima por los que no comparten ese exquisito gusto conmigo.
Mi habitación alguna vez consistió en una cama, un tocador con espejo, un armario. Dentro había una especie de puerta secreta que dirigía a un ático. Al entrar, encontraba unas escaleras que conducían a una pequeña sala, moderadamente decorada con viejos muebles del siglo XX y estantes llenos de libros.
Samantha mencionó, que, cuando adquirieron la casa, ésta venía con libros, muchos de ellos desgastados. El más antiguo de todos, debe tener como unos cincuenta años. Mi propia biblioteca privada, mi rincón de sueños olvidados, cómo la voy a echar de menos. No solo era un escondite efectivo cuando me quería alejar de todos y todo, sino que también lo consideraba como mi espacio personal, donde nadie tenía derecho a estar sin mi permiso. Incluso mis padres no solían entrar en él a menos que yo estuviera de acuerdo.
La vieja madera del piso crujía cuando se caminaba en ella y toda la sala era iluminada por una pequeña ventana situada al costado del estante de libros.
Ahora no es más que una pila de cajas, ya casi todo está empacado. La habitación donde yacía todas las tardes detrás de un libro se encontraba vacía, a excepción de los libros que Samantha me regaló junto con una vieja fotografía de los tres que yacían al lado de la ventana.