Cicatrices emocionales.

6 1 0
                                    

Hace tiempo que intento olvidarme de esto pero no para de torturarme cada noche en forma de pesadillas. Así que lo escribiré aquí para descargarme de este peso...
Yo iba al instituto Yellowbolt. Era un instituto pequeño donde todos nos conocíamos (por desgracia) y en el que ningún aula alcanzaba el máximo de alumnos. Yo siempre andaba con Nicket, mi mejor amigo, tanto dentro de las paredes del recinto como fuera.

Nadie solía acercarse a nosotros porque nos consideraban unos bichos raros, yo por dibujar inconscientemente símbolos extraños en los márgenes de mis libretas, y él por estar cubierto de cicatrices.

Maldición, si una vez mis padres llegaron a arrastrarme al psicólogo por mis estúpidos dibujos sin significado... Agh.

Como sea, que me desvío del tema. Un día tras la asistencia a clases decidimos ir a casa de Nicket, todo aparentaba ser normal. Un día más con mi colega. Recuerdo que yo llevaba un rotulador negro en un bolsillo, ojalá nunca lo hubiera cogido... Fuimos a su habitación y pusimos la televisión mientras charlábamos; lo estábamos pasado bien la verdad.
—¿Puedo pedirte un favor, Oddie?—dijo mi amigo tras un rato en silencio.
—Claro.—contesté de inmediato.
—Dibújame algunos de tus signos con la máquina de tatuajes de mi hermano. Algo para tapar algunas de estas cicatrices horribles.

Ahora que me detengo a pensarlo, me he dado cuenta de que nunca le pregunté el origen de esas cicatrices repartidas por todo su cuerpo... Y creo que entonces ya era demasiado tarde.

Fuimos al estudio de su hermano; no era la primera vez que estaba allí, me gustaba ver los diseños de tatuajes que quedaban esparcidos por ahí, sinceramente eran muy buenos, algo que yo no podía ni soñar con hacerlos, y desde hacía un año era aprendiz de tatuador así que sabía cómo funcionaba y estaba familiarizado con ese ambiente, aunque aquella vez fue la única vez que tatué y por ahora creo que será la última. Nicket se sentó y subió una de las mangas de su camiseta y yo cogí uno de los cuadernos en los que solía dibujar y la máquina.

Cuando terminé de tatuarle un símbolo aleatorio que él eligió, se lo miró.

—Muchísimas gracias, sinceramente, me gusta mucho como dibujas.—sonrió. Y era una sonrisa sincera. Sin embargo duró apenas unos segundos porque sus ojos de repente se pusieron en blanco y cayó al suelo con violentas convulsiones.

—¡Nicket!—grité y me agaché para cogerle pero de repente algo me lanzó contra la pared y quedé pegado con los brazos extendidos y las piernas estiradas, sin poder mover ni un músculo. Y lo vi todo.

Seguía convulsionando y se había arrancado la lengua, que estaba en un charco de sangre al lado de su boca, la cual expulsaba espuma roja. Se arrancó la camiseta, y con pavor en mis ojos vi que el tatuaje que le había hecho brillaba al rojo vivo, y ante mi mirada, una a una, sus cicatrices fueron abriéndose, rezumando sangre y coágulos. Pero ya apenas se movía ya, y pensé que todo había terminado cuando empezó a levantarse a duras penas y para mi sorpresa empezó a chupar la sangre repartida en sus cercanías.

Entonces fue cuando me miró. Y su mirada ya no era humana. Sus heridas abiertas seguían desangrándole a pasos agigantados. Y todas estaban conectadas al tatuaje por un fino hilo de brillo en su piel. Avanzó hacia mí, y yo caí, al parecer libre. Ahí fue cuando él extendió una mano, y al observar sus ojos pude ver que estaba luchando contra algo, no sé decir contra que. Su piel estaba en alguna clase de transformación, no paraba de deformarse saliéndole bultos, como si alguien estuviera disparándole balas desde el interior, y después quitándosele, arrugándose, formando caras... Un espectáculo macabro a más no poder. Sus labios se entreabrieron, y aunque no podía articular palabra, entendí lo que me dijo.

«Corre.»

Pero no había salida.
Solo una ventana.
Y aún así no me lo pensé dos veces.
Salté.

Lo último que recuerdo de esa situación fue cuando la ambulancia llegó y los médicos advirtieron que estaba en un profundo y grave estado de shock, mientras había gritos; de los doctores, de las familias, mi madre tomando mi mano, la de Nicket llorando...

Más tarde en el hospital me contaron que un vecino llamó a la ambulancia al verme saltar, y que aparte del shock tenía una pierna rota. Cuando evaluaron mi estado mental no dije nada de lo que vi, porque me contaron que 'mi amigo había muerto por un extraño ataque epiléptico'. No quise hacer declaraciones de ningún tipo, me mantuve en que no recordaba nada. Fui a su funeral y... vi el cuerpo. Nada de heridas. Nada de marcas. Nada.

Nada.

La más absoluta nada.

Me desmayé, pero no se preocuparon de más porque pensaban que era normal al ser mi mejor amigo.

Intenté hacer vida normal, y llegué a terminar el instituto, a pesar de no dormir por las pesadillas, la medicación psiquiátrica y el acoso a preguntas por parte de mis compañeros. Pero a los 25 años decidí ingresar a una clínica psiquiátrica, en la cual sigo ahora después de bastantes años.

Tras todo este tiempo, sé que no descansaré hasta que me muera. Y eso será pronto. He robado un bote de pastillas. No sé si alguien encontrará esto, si lo hacen sólo pensarán que es un relato ficticio de un loco. Y creo que eso es lo mejor.

La parte prohibida de mi imaginación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora