Era yo, si, lo era. No estaba bien, deje muchos derechos atrás, contando incontables pedazos de mi corazón agotado de tanto querer sabiendo el resultado, pero aún así no me importó, si, la culpa fue mía, pero ¿qué más da? Si la felicidad siempre va a pasar mas por alguien que por ti mismo...
Todo terminó y comenzó un verano, yo estaba destrozado por mi pasado con el cual seguía luchando día a día para no caer en un abismo, en no entrar a la salida más fácil y la más difícil de salir, a no caer como persona. Fue en un día lluvioso de agosto, donde mis compañeros de salón no habían asistido a clase, si, otro día sólo, ya no me hablaba con nadie y no podía encajar en ningún lado, pero hubo algo, alguien mejor dicho, una chica muy bajita y de pelo corto, ruborizada por el frío de la lluvia y empapada por la misma. Yo estaba sentado en el último banco observando como ella se me acercaba con una mirada fija en mi diciéndome que ese era su banco. Me levanté y me fui a sentar a otro, pero se escuchó un susurro diciendo "Pero tampoco te dije que te fueras."
Hablamos todo el día, esas cinco malditas horas que tiene el colegio. La conversación fluía, ella sonreía al compás de su interés por seguir escuchando mis experiencias, con una mirada fija y curiosa, y con unos ojos profundamente llamativos.