Los días fueron pasando y nuestros lazos fueron haciéndose mucho más fuerte, nos cuidábamos mutuamente pero de manera sigilosa e inocente, quizá una mirada atraviesa de ves en cuando, pero yo tenía mis ideas claras, estaba roto, por dentro y por fuera, no podía fijarme en nadie más.
Había sonado el segundo recreo, y le pregunté si me acompañaba a buscar el te que sirven, ya que hacía frío en ese entonces, cuando lo fuimos a buscar y yo estaba a punto de regresar a mi salón, ella me para en una columna donde yo me apoye y nos quedamos hablando. Pero algo pasó en ese entonces, ella estaba desorientada, no tenía esa luz con la que mejoraba mis mañanas, estaba apagada, directamente no era ella. Agarró mi te y el de ella y los dejo en una mesa que teníamos al lado y me dijo que estaba mal por un sueño que le hizo recordar un problema que tuvo hace mucho, y que tenía mucho frio. Yo jugando le hice la seña para intentar abrazarla, abriendo los brazos, pero ella no dudo ni un segundo en pegarse a mi, con una mano en mi cintura, otra en mi pecho y su cabeza en el mismo. Me sentí tranquilo, me sentí tibio, me sentí humano.