Cap. 1

55 8 0
                                    

La cueva en la que entro es calurosa, muy sofocante, y me reprocho varias veces no haber traído aquella manta mágica al viaje. Si la tuviese en mis manos ahora, me la pondría y no recordaría este infernal sentimiento de asfixia, y eso hay que sumarle el olor a pescado que se intensifica con cada paso que doy. Puaj, siempre odie el pescado, algo irónico ya que mi viejo trabajaba como pescador. Tal vez es ese recuerdo suyo lo que me hace odiar tanto ese olor, al igual que lo odio a él. No, Jason, no te olvides de la misión, mantente apegado al plan. Sigo caminando, adentrándome a lo más recóndito de esta cueva, y todo por el premio. El mayor de todos.

El sonido de unas gotas al chocar contra el suelo roban mi atención por un instante. Me vuelvo y sigo avanzando, hasta que a lo lejos logró divisar un pequeño pedestal de piedra. Con mucho cuidado de no hacer ruido, me acerco con rapidez, logrando ver ahora un pequeño frasco sobre ésta. 

Estoy a unos pocos metros, puedo sentirlo. Sólo necesito estirar la mano, y...

— Yo no haría eso si fuera tú.

Me quedo petrificado, apenas respiro. Diablos, lo que faltaba.

La voz femenina procede de un rincón oscuro, y al asomarse al pequeño rayo de luz que se filtra por una grieta, la veo. No podría estar más asombrado. La Naga.


SyribiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora