Cap. 4

30 8 0
                                    

— Bueno, Naga, ¿Qué se supone que haces todos los días? Digo, si vamos a estar aquí encerrados hasta quien sabe cuando, creo que deberíamos conocernos mejor — dice Jason, caminando de un lado al otro. Parece algo inquieto, y no lo culpo. Esta encerrado en una cueva sin comida, con una mujer mitad serpiente que hace tan sólo unos minutos trataba de matarlo. Si, era obvio que estaba inquieto.

La pregunta me hace pensar. ¿Qué es lo que hago el resto del día?

— Nada, estoy yo sola en esta cueva y nunca salgo, ¿Qué crees que puedo hacer?

Parece desconcertado con mi respuesta, tal vez no se esperaba que no hiciese nada.

— Y no me digas Naga, a menos que quieras que te llame "humano" — agrego, un tanto ofendida.

— Bueno, ¿ Cómo pretendes que te llame?

—Syribi — digo al instante, recordando aquel viejo nombre que hace tanto no escuchaba decir

— Bueno, Syribi, cuéntame de ti — dice mientras se sienta en una piedra.

— Mejor háblame de ti, dime por qué querías el Elixir.

Otra vez, pone esa cara de asombro. Creo que lo impresiona mi forma de hablar, o tal vez sólo se sorprende de que aún no lo haya matado.

— Bueno, soy un caza tesoros. Parte de mi trabajo es buscar objetos mágicos para mis clientes. Encontré a este sujeto, y me dijo que pagaría mucho oro por éste elixir, y yo acepté.

— Entonces, a ti sólo te importa el dinero.

—¡Claro que no! — dice ofendido.— Me gusta la acción, la aventura, el descubrir nuevos lugares. Y claro, le sacó provecho a eso.

— ¿A costa de tu propia vida? — era extraño su modo de pensar, de ver el mundo.

— No diría eso. Si lo piensas, la vida no vale nada si no se vive como se quiere. Por eso vivo, cada segundo, cada instante. Si quiero viajar al sur a conseguir cabellos de unicornio, lo hago. Si quiero comer comida preparada por elfos del Bosque Prohibido, voy y lo hago. Si no se vive, no eres nada.

Creo que una lágrima escapó de mis ojos, porque enseguida cambia el rostro de Jason. No es asombro, sino empatía. Tristeza.

— ¿Estas bien?

— Si, si. Sólo que me encanta escuchar sobre esos lugares. ¿Podrías contarme alguna de tus aventuras, por favor?

— Eh, por supuesto — de nuevo, asombro. Supongo que ya se va a acostumbrar a mi.— Una vez, viajé a las montañas, buscando un amuleto...

Así estuvimos, yo escuchando cada una de sus historias, imaginando los lugares y a las personas. Parecía estar emocionado de que alguien lo oyera narrar sus historias, y lo hacía bien.

Por primera vez en tantos años, era feliz.

SyribiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora