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Tarareé la letra de la canción, que se escuchaba de fondo desde habitación contigua, casi sin darme cuenta. Vivía en una residencia de estudiantes universitarios mixta, una en la que las paredes eran especialmente delgadas, de ladrillo fino. Eso permitía que escuchara con claridad como el tímido escritor Paul tecleaba en su máquina de escribir y se detenía, sorprendido por la suave música de guitarra y la tranquila voz de Holly; que distaba mucho de ser una pacífica mujer.

Las notas escapaban siseantes entre mis labios, prácticamente cerrados, mientras yo dibujaba calmadamente en mi mesa técnica, diseñando un plano de prácticas para una asignatura. Llegó un punto en que la dulce voz de Holly se vio acompañada por otra, la de una mujer segura y serena. Me quedé inmóvil, mirando a un punto fijo en la pared frente a mí, prestando toda mi atención a la flagrante voz. El lápiz se quedó suspendido en el aire, entre mis dedos, a un par de centímetros del papel. La posición era incómoda, pero estaba demasiado concentrado en la canción para percatarme de nada más.

Presuponía quién estaba cantando, guiada por la banda sonora de Desayuno con Diamantes. ¿Quién más que mi vecina, la capitana del equipo de hockey de la universidad? Bien podría ser una invitada suya, pero no había escuchado ruidos en toda la tarde.

La había visto de refilón, al salir o al entrar en mi habitación, un par de veces. Era una belleza rubia, más despampanante que la mismísima Freya*. Siempre llevaba su cabello recogido en una trenza más intrincada que cualquiera de mis planos y que mostraba su simétrico y fino rostro. Siempre tenía un brillo serio y sereno en sus ojos, y jamás la había visto emitir más allá que una sonrisa de cortesía. También era verdad que no tenía confianza suficiente con ella para poder ver nada más. Además, era una chica silenciosa. Las únicas veces en las que me había sorprendido escuchando sus gritos desde su habitación habían sido durante los partidos de hockey que había visto en la residencia cuando hacía mal tiempo; y cuando despotricaba sobre algún que otro profesor pervertido. Hasta que no la escuché vociferar sobre esos cerdos, no me di cuenta de cuán podrido podía estar el profesorado.

Quizás porque, precisamente, la había escuchado, era incapaz de verla con los ojos libidinosos de mis otros compañeros de residencia. Era hermosa, sí, sería estúpido no admitirlo, pero no vi que hubiera nada más que una mera contemplación momentánea, como quien admira una bella pintura.

En fin, quitando esas ocasiones, no había tenido mayor oportunidad de escuchar su voz. Sin embargo, esa vez la escuché, cristalina y reconfortante, al ritmo de Moon River. Fue un sentimiento estúpido e instantáneo, pero, en ese minuto de canción, mi corazón echó el ancla en un lugar desconocido para mí, al otro lado de la pared.

La canción terminó, con un ligero temblor en su voz al final, continuando la película. No obstante, mi corazón anudó fuertemente su nudo, resistiéndose a dejar ese nuevo sentimiento pasar. Sin saber cómo, mi corazón, que había pasado de largo ante el rostro bello y frío de mi vecina, se había enamorado de la voz, tan llena de emociones, tan humana, que había escuchado a través del ladrillo.

La revelación me obligó a reclinarme en el asiento, sin aliento, mientras las voces de Holly y Paul llenaban el silencio.


Moon RiverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora