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-Pan.

-Queso.

-Pan.

-Queso.

-Pan.

-Queso -chilló entusiasta, pisando el pie de Carolina- ¡¡Sí, gané!!

Bufé.

-No grites tanto, Victoria -la reté mientras me levantaba de la cama. Carolina me miró con enojo, me encogí de hombros para darle a entender que su mirada no me intimidaba.

-Perdón, no me di cuenta.

Negué y caminé hasta la mesa central, para sentarme en una de las sillas. Así era nuestra vida y nuestra casa. La cocina, el comedor, la cama en donde dormíamos con mis hermanas, todo. Solo dos cuartos estaban por separado, el primero era el baño, mientras que en el segundo, dormía él.

-Tengo hambre -se quejó un poco Victoria, zapateando el piso.

-Anda a bañarte Vicky -suspiró Carolina- . Hay que esperar a mamá.

Victoria asintió y comenzó a obedecer a Carolina, la mayor de nosotras. Ella tenía 20 años, mientras yo me ubicaba en un segundo puesto con 17, Victoria solo tenía 9, después de su nacimiento todo había cambiado. Me da un poco de lástima, no voy a negarlo, nosotras habíamos disfrutado un poco más la vida que ella, Victoria no conoce el sol, a penas la noche, ya que pasa la mitad de ella tapada con una venda.

-¿Qué te pasa? -me preguntó Carolina, sentándose al lado mío, cuando Victoria ya estaba en el baño.

-Tuve pesadillas, de nuevo.

-Hablamos de no pensarlo.

-Es que me intriga -me quejé- ¿A vos no?

-Trato que no -suspiró levantándose mientras negaba con la cabeza. Comenzó a caminar hacia la cocina, escuché como bufó antes de darse vuelta para mirarme- . No quiero meterme en problemas, vos tampoco lo hagas.

Me acosté un poco frustrada en la cama. Estaba sola, me sentía sola. Mientras Victoria estaba sumergida en su nube de ilusión por su edad, Carolina estaba muy ocupada por no meterse en problemas. Mamá, simplemente era una mezcla de las dos, viviendo una vida paralela. Al parecer, yo sola era la única que estaba mal con este estilo de vida.

Victoria salió del baño con una toalla cubriendo su cuerpo, Carolina no tardó en asistirla. Abrió el cajón del mueble que le pertenecía, para buscarle un poco de ropa. El mueble solo tenía tres cajones. El primero nos pertenecía a mí junto con Caro y mamá, el segundo era de Vicky y el último, estaba con un candado, porque era de él.

-Mamá ya va a venir y no leíste nada.

-Ya sé, es que...

-No podes poner las pesadillas siempre como excusa -negó mirándome severamente- a él no le sirven.

Era imposible que Carolina en algún momento se ponga en mi lugar, era la más grande y entendía que solo quería cuidarnos, pero lo único que hacía era ponerse en un lugar de segunda madre de la casa. La detestaba cuando se ponía así.

-Uff, no saben lo que es allá afuera -interrumpió mamá nuestras miradas, entrando por la puerta, cargada de bolsas. Rápidamente, Carolina corrió hacia ella para ayudarla.

-No, en realidad no. Desde hace años.

-Micaela -me retó Carolina. Rodeé mis ojos.

-Voy a poner el agua para los fideos -murmuró mamá, sin dirigirme la mirada- . No deberías comer.

-Perdón.

No lo sentía, solo tenía hambre.

-¿Leíste?

-Un poco.

-Lee.

Sin protestar, agarré el libro para ponerme a leer un poco. Era martes, tocaba biología. No podía concentrarme, Victoria no paraba de saltar y cantar alrededor de la mesa en donde mamá y Carolina preparaban la cena. Mi vida era una mierda.

-Ya van a estar, las vendas chicas.

-Uff ¿Ya? -bufó Victoria.

-Hace caso -retó como no, Carolina.

-Vení Vicky, tengo la tuya acá -a paso lento y desganado, mi hermana se fue acercando.

-No me gusta no ver -me susurró.

-A mi tampoco -le susurré en su oído para después depositarle un beso.

Mientras ajustaba las vendas a Victoria, podía ver como Carolina cubría sus ojos con seguridad. Cada una teníamos la nuestra, la de Victoria, era blanca y estaba un poco sucia, mientras que las mías y de Caro, eran negras, no se notaban mucho, pero estaban desgastadas.

-¡No mires! -me gritó mamá. Rápidamente, ajuste las vendas para cubrir bien mis ojos, no quería problemas hoy.

Todo quedo oscuro, como mi vida.

La puerta se escuchó abrir y mi piel se erizó por completo, el miedo invadió mi cuerpo haciendo que respire con dificultad. El aire se volvió denso. Nada se escuchaba.

-A la mesa -ordenó mamá, ninguna omitió sonido.

Lentamente y con cuidado, para no chocarme nada, comencé a caminar hacia donde sabía que se encontraba la mesa. Eran años de práctica.

La mayor incertidumbre se la llevaba el no saber nunca, donde te sentabas. Me extraño el no haberme chocado con alguna de mis hermanas, eso me dio una ligera idea en donde me encontraba. Esa idea, no hizo más que paralizarme.

Sentí como el plato, que sabía que era de fideos, estaba frente a mí. El vapor y olor invadieron mi rostro. Respiré hondo. Tenía que calmarme un poco. Tragué en seco antes de hablar.

-Vi...Vicky.

-¿Qué pasa? -me preguntó casi en un susurró. Escuché un suspiro fuerte a mí lado. Victoria se sentía lejana, como si estuviera en frente mío.

-¿Me...me pasas el queso? -sentí como sus pequeñas manos comenzaron a tantear la mesa.

-No está acá.

-¿Caro? -pregunté ilusionada.

-No, Mica -mi aire se extinguió.

-Mm..Mamá.

-No me senté todavía -se escuchó incluso más lejana que mis hermanas.

-Sé lo que estás haciendo -habló finalmente. Todo mi cuerpo se paralizó. Esa voz me estaba hablando. La voz ronca y fuerte, la dueña de mis pesadillas- ¿Te molesta estar sentada al lado mío?

-Mme...pasas...el...

-¿El queso?

-Sí.

-Lo estoy usando.

Sabía muy bien que estaba mintiendo. No veía, pero no era tonta.

-No te pases de lista. Que no puedas verme, no quiere decir que yo no lo haga -cada vez se hacía más difícil respirar- . Te conozco.

Estaba segura que no lo hacía, ni un poco.

¡No Mires!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora