VI

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—Mica—sentí como mi hermana me llamaba en un susurro— ¿Estás dormida?

Me sobresalté cuando sentí que me tocó, la vi. Me desperecé un poco antes de volver mi atención a ella.

—¿Qué pasa?

—Entró al baño.

Llegó la hora.

Rápido pero con cuidado de no hacer ruido, nos levantamos. Victoria corrió para agarrar una de las sillas que había en la mesa y la colocó en la puerta del baño, cuando me miró para buscar mi afirmación, negué, eso no iba a bastar. La llamé con las manos y llegó a mi enseguida, le hice señas para que me ayude a levantar la mesa. Nos costó pero lo logramos. Eso iba a ser suficiente.

Corriendo ahora sí, fuimos a la pieza. Cuando abrimos, un olor horrible salió de esta. Mamá no estaba para limparla. No se veía nada, por lo que tanteé el interruptor y lo encendí, el cuarto era un desastre. La cama sin armar, estaba toda desecha. Ropa tirada por todos lados. Lo que llamó mi atención, fueron las mesas de luces, algo que no sabía que tenían, para nosotras, eso era un lujo. Me apresuré a llegar, ya que no había tiempo, sin dudar abrí el de la izquierda. 

Mi sangre se heló.

Lo primero que sentí, fue el olor desagradable que salía del cajón. Después, un objeto. Un cuchillo. Un cuchillo lleno de sangre. Temblé, quise agarrarlo pero me interrumpieron.

—Mica—llamó la voz acongojada de mi hermana. Rápidamente la miré, estaba temblando. Sin dudarlo me acerqué—. Es.. Es...

 —Pelo—lo que más le sorprendía, es que lo reconocía muy bien. Sabía que Victoria también. 

—¿Dónde está mamá, Mica?

—No lo sé, Vicky.

—Fijate en esa puerta —lo señalo. Yo asentí— Ahí me escondió.       

Lo sabía, sabía que en aquel cuarto no estaba mamá, las pruebas habían sido suficientemente claras. Tenía miedo, tenía miedo de encontrar a mamá muerta en ese cuarto. Respiré hondo antes de abrir. Temblando, tocó la manija e hice fuerza hacia abajo para abrirla.

Me paralicé.

No había nadie.

—¡Abran la puerta hijas de puta!—gritó desde el baño, tratando de forcejear con la puerta. Me sobresalté, era hora de irnos.

—Tenemos que irnos.

—¡¡Abran la puta madre!!—golpeó muy fuerte la puerta. La cara de pánico de Victoria me hizo reaccionar, la agarré del brazo y comencé a tirar de ella para salir de la pieza. Ella no emitía movimiento alguno.

—Dale Victoria.

—Pero... ¡Mamá!

—Nos tenemos que ir ya, por favor Vicky—sollocé— . Vamos...

—No me voy a ir sin mamá.

—Micaela yo sé que tenes que ver en esto—me grité. Hice oídos sordos mientras cargaba a mi hermana para dirigirnos al comedor, en donde Carolina estaba somnolienta mirando la situación, sin entender nada— . Te juro que cuando salga de acá te mato.

—¡Dale Caro!—la apuré llegando donde estaba. Ella se levantó rápido sin entender nada todavía.

—Te destripo... Como a la puta de tu madre.

Lágrimas comenzaron a salir de mis ojos. Estaba temblando, Carolina me miraba pidiendo explicaciones. Teníamos que irnos. Sus golpes en la puerta estaba siendo demasiado duros, en cualquier momento se abriría.

—Tenemos que irnos.

—¿Qué... qué esta pasando?—preguntó con sus ojos llorozos. 

—Nos vamos.

—Abrí si sabes que es lo que re conviene.

—Por favor, vamos—grité haciendo que salga de su shock. Asintió y agarró a Victoria, que seguía sin moverse. Caminé rápido hasta el mueble para sacar algunos abrigos, hacía frío y ni siquiera sabíamos donde estábamos. Suspiré, por fin me iba de esta casa— . Hay que correr. 

La puerta se abrió. La maldita puerta se abrió y nosotras seguíamos adentro. Con rapidez, Carolina empezó a correr y yo la seguí, teníamos que apurarnos. El tiempo se había acabado, y él podía hacer cualquier cosa, la adrenalina corrió por mis venas, de tan manera, que no sentí cuando mi cuerpo tocó el piso. 

Todo paso en cámara lenta. Quise levantarme y algo me lo impedía, sabía que era él cuando sentí su respiración. A lo lejos, podía ver como mis hermanas estaban corriendo sin mirar atrás, pensando que yo las seguía, que yo estaba con ellas. Pero no, acá estaba yo, siendo aprisionada por su cuerpo, sin poder escapar. 

No sé donde estábamos, solo se veía un descampado sin final, les deseaba suerte. Tienen que estar bien. 

Respiré hondo, iba a sacrificarme con ellas. Para que vivan como lo merecían.

—Vos no te me vas a escapar putita—me susurró al oído.

—Soltame, enfermo—grité con toda la voz que tenía removiéndome. Ví como mis hermanas se detuvieron en seco, se dieron cuenta que no estaba con ellas.

Sentí como agarró mi mentón y tiro de el hasta quedar cara a cara, fruncí mis ojos para no poder ver nada. Nuestros cuerpos estaban tan juntos que me dio asco, tenía ganas de vomitar, su olor era detestable, al igual que su voz y su persona. 

—Abrilos—me susurró.

—No—negué firme.

—Abrilos—escupió. 

Me tensé. Lo sentí. Mi cuerpo comenzó a relajarse por una razón, todo parecía un sueño, un sueño relajante y armonizo. Me sentí en un cielo eterno, con mi alma lista para ser entregada. Con delicadeza y sumo cuidado, abrí mis ojos.

Lo vi.

¡No Mires!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora