Capítulo 1: Lara

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Miércoles 12 de febrero - 10:58 am

La hora del recreo se acerca y solo oigo murmullos de los alumnos impacientes para finalizar la clase de física, pero hay una voz que destaca sobre las demás. Aunque a pesar de destacar, nadie le presta atención, ya que hay otra distracción mayor para los impacientes: El reloj.

Esa voz seguía taladrando mi cabeza a pesar de no escuchar nada. Era esa sensación que había tenido varias veces. Esa sensación de no poder desconectar.

Unos instantes después sonó una campana con sonidos regulares, a los cuáles ya me había acostumbrado. La gente se levanta y  posteriormente sale por una puerta de color albino. Y en ese instante recuerdo cómo esa voz que taladraba mi cabeza se empieza a difuminar con el sonido ambiente. Oía sillas retirándose de su pupitre, papel de aluminio y, cómo no, conversaciones.

- Lara, ¿bajas al recreo?

- Sí - Respondí.

Era Martín, mi mejor amigo. Cuando eramos pequeños solíamos bajar al recreo juntos y jugar al escondite. Pero eso era antes. Martín siempre había sido alguien divertido y simpático. Me había demostrado estar en los días buenos y en los malos. Estos comúnmente eran los que no podía olvidar algo que me corroía por dentro, algo común por el síndrome que padezco. 

Mientras pensaba, Martín me contaba lo aburrida que se le había hecho la clase de física y que no le gustaba nada la profesora... 

- No te gusta porque no se le entiende cuándo explica. - Interrumpí - Martín me lo has dicho 38 veces y la última vez fue el lunes a la misma hora. Me ha quedado claro. - Suspiré.

Es verdad, ya no me acordaba. - Respondió.

A partir de ese momento el silencio nos acompañó hasta el banco. Ninguno de nosotros dijo nada. Una vez sentados, Martín rompió el hielo y dijo:

- Sé que te lo he dicho miles de veces, pero a mucha gente le gustaría tener eso que tu tienes y a ti parece darte igual. Al menos esa es la impresión que das.

- La gente solo ve el lado positivo, pero es que a menudo nos fijamos solo en las cosas buenas y olvidamos lo malo. Pero te recuerdo que yo no puedo olvidar. No puedo olvidar esas tardes llorando durante horas por la muerte de mi madre. ¿Te crees que no sigo teniendo la imagen en la cabeza de cuando se le paralizó el corazón?

- Pues claro que la recuerdo - Le anticipé la respuesta - Recuerdo al milímetro cada una de sus palabras antes de que su corazón diera su último latido. ¿Te crees que es bonito dejar siempre las heridas abiertas? Olvidar es algo necesario y eres tú quién tendrías que valorar cómo eres.

- Pero no siempre es bueno - protestó - hasta los recuerdos más bonitos y importantes se van desdibujando poco a poco sin remedio.

Asimilé la frase de Martín con una onda de sonido. Empieza muy fuerte, consistente. Y mientras recorre el espacio, se va desvaneciendo. Aunque sus palabras no habían conseguido cambiar mi parecer, las sentí. Sentí olvidar eso que no quiero olvidar, pero él también debería sentir lo que yo siento.

Esas últimas palabras que él dijo se fueron repitiendo dentro de mi cabeza una y otra vez hasta que cerré mis ojos. Y mientras se repetían esas palabras me preguntaba: ¿Y si él tenía razón? ¿Y si fuera verdad que tenía que valorar lo que tengo? Pero a pesar de eso, sabía que no tenía la razón absoluta, porque nuestra mente es diferente y no podemos opinar mucho de lo desconocido.

Bajo presión [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora