Capítulo 4: El banco

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Viernes 14 de febrero - 11:00 am

Intenté evitar la prolongación de esa sensación proponiendo a Martín de sentarnos en otro lugar, pero ya era demasiado tarde. Ellos ya habían entablado conversación antes que yo pudiese escapar con Martín.

- Me llamo Martín, encantado de conocerte. - Introdujo con cara animada.

- Ah, hola. Supongo que ya sabréis cómo me llamo. - Dijo él - Pero yo no sé cómo se llama esta chica.

Cómo ya había predicho, el chico no aguantaría menos de 10 segundos sin preguntar por mi nombre. Noté cómo poco a poco mis mejillas volvían a su color habitual. Volvía a ser yo. Aunque no totalmente, ya que mi corazón seguía latiendo a velocidades nunca registradas.

- Me llamo Lara. - Respondí con tono engreído.

Nunca me había gustado presentarme, y aún menos hablar de mi. Aunque dicen que siempre hay una excepción. En mi caso era con Martín. Él era cómo mi otro yo. Cómo mi diario viviente al que le podía contar cosas y desfogar lo que sentía o pensaba.

Tras unos segundos de silencio desencadenados por mi respuesta, Martín revivió la conversación:

- ¿Podemos sentarnos contigo? - Preguntó Martín con tono alegre.

- Claro, ¿porque no? - Contestó.

Me hubiera gustado que Martín hubiera usado la primera persona para esa frase. No quería sentarme, no quería estar al lado de ese chico. Me hacía sentir algo que me atraía a él y eso provocaba que me avergonzara de mis actos. Era una sensación extraña.

Martín se sentó a su lado. Posteriormente me miró, cosa no muy común en él. Lo interpreté cómo un: ¿Quieres sentarte Lara? ¿No ves que está solo? ¿Qué te ocurre hoy?

Suspiré y, abatida, me senté. Iván no paraba de mirarme mientras hablaba. Eso me incomodaba. Pero involuntariamente yo mantenía el contacto visual con mis ojos bien atentos y abiertos con la sensación de que iba a ocurrir algo. Sus oscuros ojos vistos desde cerca eran aún más oscuros. Tenían trazos claros por los alrededores del iris. Nunca había visto antes nada parecido. Los podría definir con una sola palabra: Inigualables.

Repentinamente un sonido rompió nuestro contacto visual: la campana sonaba indicando el fin del recreo.

Nos dirigimos hacia las escaleras. Martín e Iván hablaban mientras subíamos por ellas. Finalmente cruzamos la puerta que llevaba a nuestra aula. Noté algo diferente. Recordé todas y cada una de las veces que había entrado por esa puerta. El alboroto era el protagonista de esos recuerdos. Pero a diferencia de los otros días, hoy solo lo escuchaba a él: a Iván.

Viernes 14 de febrero - 13:00 am

No miraba hacia ningún otro lado. Solo lo miraba a él, hasta tal extremo que no me di cuenta de lo que le ocurría a mi mejor amigo.

- Lara. - Me dijo Martín con una voz apagada - No me encuentro muy bien, me duele el cuello.

Por cómo hablaba y por los síntomas que me comentó, parecía tener anginas. Le convencí para que se lo dijera al profesor. Este le dijo que llamara a casa y descansara. Posteriormente le dio la tarea para el Lunes y dejó que se fuera.

Martín preparó la mochila y se despidió de mi. Me dijo que esa noche me llamaría para comentarme cómo se encontraba. Yo le desee que se mejorara.

Finalmente, me quedé sola junto una silla vacía y con alguna que otra preguntas en mi cabeza. Tales cómo: ¿Y con quién hablaré durante el recreo? o ¿Y ahora quién me dará mi dosis diaria de alegría? No había nadie cómo Martín. O por aquel entonces, aún no lo había descubierto.

Bajo presión [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora