Capitulo I - continuación

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Tras atravesar un sinfín de pasillos en penumbras, solo guiados por el haz de luz de un reflector portátil, el grupo llegó al hall central. Desde la nave nodriza, los restantes seguían atentamente la narración de los acontecimientos que efectuaba la doctora Ink, líder del grupo y portadora del reflector, con un diminuto transmisor. A tientas,
Softingh halló la enorme computadora ubicada en uno de sus extremos y accionó los comandos correspondientes para iluminar la sala, al tiempo que Ian Donaldson
caminaba y tropezaba con algo indefinido, emitiendo un gruñido que en una situación distendida hubiera sido un grito o una maldición producto de la sorpresa. Por fortuna, los controles respondieron y cuatro potentes tubos fluorescentes que se hallaban en el techo se encendieron. Un quinto hizo lo propio durante unos instantes, para luego quedar inactivo otra vez. Signos inequívocos indicaban actividades que se habían
desarrollado alguna vez en el recinto. A pesar de que las sillas que rodeaban la mesa redonda metálica ubicada en un sector podían haber girado por el cimbronazo acontecido durante el acoplamiento con el asteroide, era evidente que alguien las
había utilizado. Dirigiéndose hacia allí, hallaron en la mesa y en el suelo varias anotaciones y otros elementos diseminados. Las primeras referían a cálculos matemáticos cuyo motivo resultó imposible de dilucidar. El obstáculo que había hecho trastabillar a Donaldson era la parte superior de un traje espacial, tal vez utilizado con un fin específico en alguna oportunidad. Se toparían con el resto de este
posteriormente, al inspeccionar un sector cercano a la esclusa de salida. Uno de los instantes más dramáticos tuvo lugar al contemplar las cámaras criogénicas ubicadas en un extremo. Los tres sarcófagos de metal blanco se hallaban conectados entre sí
por sus cabeceras a otra computadora redonda de formas similares a las de un barril mediano, encargada del funcionamiento de estos, en prolijos ángulos rectos. Uno estaba vacío: Richard Spenter había desaparecido. ¿Habría sido él quien utilizase la cápsula de emergencia? De ser así, ¿qué motivos lo habrían llevado a tomar la drástica decisión de abandonar a sus compañeros?
—Softingh —ordenó Ink—, busque rastros de Spenter. Donaldson —dijo luego, dirigiéndose a su ayudante—, vamos a reanimar a estas dos personas.


6.
Tras un exhaustivo análisis de los resultados que arrojaban los instrumentos indicadores de los niveles de salud de los astronautas, se convino comenzar con su rehabilitación. Los recién llegados operaron los controles correspondientes. El agua que rodeaba los cuerpos se descongeló y desapareció velozmente por las múltiples ranuras que circundaban la tarima plástica sobre la cual reposaban.

Casi al instante, las almohadillas que, pegadas a los cuerpos, monitoreaban los signos vitales se transformaron en conductores de intermitentes descargas de electricidad. Johnson y Reed se sacudían levemente con cada una, emitiendo estertores apenas perceptibles.

Concluido el proceso, solo el hombre reaccionó. Reed sufrió un sorpresivo paro cardíaco.
—¡Donaldson, congele a la mujer en forma urgente! ¡La perdemos!
La directiva impartida tenía como finalidad preservarla e intentar reanimarla una vez
que arribasen a Marte, donde contaban con todos los elementos suficientes como para poder estabilizar su comprometido estado con éxito.
Al tiempo que el aludido concluía con el proceso, Sarah Ink experimentaba una sensación incómoda; se sentía observada. Volvió su cabeza con cuidado y lo confirmó: en efecto, los ojos que se habían posado sobre su figura eran los de Bill Johnson. Unos
ojos inmensamente abiertos e inexpresivos que permanecían inmóviles desde el otro lado del cristal. Ambos sostuvieron sus miradas y las del otro a la vez. Cuando a la primera comenzaba a hacérsele irresistible, Johnson la desvió, lo que le produjo un
gran alivio que de todas formas duró lo que un suspiro. El hombre recién vuelto a la vida paseó su vista lentamente por los alrededores y volvió al punto de partida.
Continuaron explorándose dos segundos, hasta que él soltó ese alarido desgarrador que Ink no olvidaría jamás, audible a pesar del material aislante que lo separaba del resto del ambiente. Acto seguido, empezó a sacudirse de forma violenta y a golpear y empujar el cristal que lo mantenía preso, sin dejar de gritar. Quería escapar. Quería huir de ese lugar, pensando que de esa manera huiría del terror que lo atormentaba al
comenzar a recordar. Los sensores que monitoreaban su ritmo cardíaco se dispararon, pero la doctora Ink no podía observarlos. Instintivamente se había retirado unos metros, sin dejar de presenciar el horrendo espectáculo. Ian Donaldson fue quien entonces tomó la iniciativa. Logró escapar del terror que lo petrificaba con un esfuerzo sobrehumano y repitió la operación realizada instantes antes con Sheena Reed. En segundos, la cámara volvió a inundarse de líquido que se congeló automáticamente y el astronauta quedó tieso, en la misma actitud desesperada. La escena era tan desagradable que apartó a su compañera de un tirón y la rodeó con su brazo, dando media vuelta y obligándola a dejar de ver. Esta rompió en sollozos entrecortados por profundas respiraciones. Se hallaba en estado de shock.   

En la nave nodriza, los ocupantes permanecían en silencio, preocupados. Habían vivido
todo por el audio. Jack Middlemass, el responsable al frente de los comandos y encargado de trasladar a su tripulación de regreso a Marte, era un hombre delgado de pelo oscuro y raleado cuyo rasgo sobresaliente lo representaba el par de gruesos lentes plateados apostados a toda hora sobre sus ojos. Podía catalogárselo como un naturista; a pesar de saber que los adelantos de la ciencia colaborarían en ocultar
efectivamente sus problemas estéticos (capilares y de visión), prefería someterse a la menor cantidad posible de tratamientos físicos. Al igual que muchos de sus pares en Marte, los consideraba artificiales e invasivos. Rompió el mutismo abruptamente con
una orden.
—Ink, Donaldson, Softingh: regresen a la nave en forma inmediata. En este instante, damos inicio a la fase dos.
La fase dos consistía en liberar 10 gruesas sogas de metal flexible desde su parte trasera, que asirían a Conqueror para remolcarlo hasta el Planeta Rojo.
—Señor, no hallé rastros de Spenter. Solicito algo más de tiempo para concluir mi tarea. Aún no he chequeado el ala este —contestó Softingh.
—Permiso denegado, Softingh. Regrese al módulo ahora mismo. Es una orden.
Las últimas palabras del comandante retumbaron firmemente en los oídos de todos, pero este no perdió la calma al pronunciarlas. Ya habían sufrido sendos disgustos en tan corto lapso y lo menos que necesitaban era un revés todavía más grave. Escasas
eran las probabilidades de que ocurriera algo peor de lo acontecido, mas no expondría a la gente a su cargo a correr el riesgo.
Una hora después, la misión de rescate emprendía el regreso al hogar, sumida en un silencio sepulcral, oyéndose solo el leve zumbido de los motores.
Cada uno se hallaba ensimismado en sus propios pensamientos. Los que asaltaban en esos momentos la mente del Middlemass eran los menos graves. Agradecía que los pocos testigos de esa experiencia fueran ellos y los científicos apostados tras sus potentes computadoras en el centro espacial marciano y algún que otro punto de observación perdido en el resto del Sistema Solar. Agradecía que a Edward Norton se
le hubiera ocurrido la idea de no hacer del evento algo público para evitar un eventual shock masivo en el caso de que algo saliera como finalmente salió.  


El Salto CuánticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora