Capítulo II - continuación

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  3.
Recobró el conocimiento el 40 de octubre del año 33.
Fue atendida en forma automática en cuanto la descongelaron. Tras un exhaustivo trabajo, los profesionales a cargo de su cuidado lograron estabilizarla, pero cayó en un coma profundo por posteriores complicaciones, del cual se logró recuperar recién un año más tarde. Durante ese lapso, se sucedieron miles de supuestos, temores y especulaciones, hasta que finalmente y en forma sorpresiva abrió sus ojos.
Se halló en una habitación desconocida para ella, pero un minucioso relevamiento del lugar le hizo saber que se encontraba en un hospital: la cama en que reposaba, el mullido sillón celeste a su lado destinado a las visitas, los aparatos que monitoreaban sus signos vitales y hasta los cuadros con paisajes pintados al óleo en colores suaves, estratégicamente colocados en cada pared, no daban pie a confusión.
A diferencia de Johnson, le bastaron unos cuantos minutos para reordenar sus pensamientos y formular diversas teorías acerca de su situación. Tenía pleno conocimiento de que podía estar nuevamente en aquel nefasto planeta a merced de sus captores hasta el fin de sus días. No le importaba. Nada ya podía ser peor que el infierno que había pasado. Estaba preparada para aceptarlo. Su espíritu era sólido como una roca.
Una hora transcurrió en absoluta soledad hasta que un hombre mayor de pelo ensortijado ingresó al recinto para iniciar una conversación. Esta persona tomó asiento a su lado y se presentó como Michael Long, director del Centro Hospitalario en que, supo, estaba internada. Sus primeras palabras le resultaron turbadoras y tranquilizadoras a la vez: estaba en Marte, a salvo, con los suyos. Le produjo una honda tristeza saber que la Tierra ya no era más que otro cuerpo hostil e impenetrable del Sistema Solar, que jamás volvería a pisar su suelo, pero era consciente de que se trataba de algo previsible que tarde o temprano sucedería aunque, como todo, un hecho causa mayor impresión cuando uno se entera de él abruptamente y no dispone de tiempo para dar forma a la idea, a pesar de saberlo inevitable. Aceptó el paso del tiempo; no le produjo ninguna sensación en particular porque al partir a su aventura no había dejado atrás una familia que perder. Sus padres fallecieron a sus 20 años en un accidente automovilístico y jamás tuvo la oportunidad de formar pareja debido al nivel de demanda de su trabajo.
El doctor Long le contó cada detalle del hallazgo y rescate de su nave. También, del error del responsable de operaciones de la NASA que originó el aborto y la falla de su misión.
—Jamás la humanidad pudo saber otra cosa de Término. Es más: a la fecha, no hay noticias de la existencia de algún tipo de organismo extraterrestre distinto al hallado allí, en aquella primera oportunidad. Con el desastre acontecido que tuvo a usted y a los suyos como involuntarios protagonistas, el presupuesto destinado a las misiones de exploración espacial fue drásticamente recortado, al punto que la primera y única expedición que se encaró con posterioridad fue su rescate. Todo esto se potenció con el tema del éxodo de la Tierra. El 90% de los fondos de las naciones se utilizó para terminar de acondicionar velozmente Marte, y casi la totalidad del 10% restante, para construir las naves para el viaje, ampliar la Universidad Astronómica Lunar e instalar algún que otro nuevo observatorio —le confesó, ya visiblemente más distendido al saber que su interlocutora continuaba lúcida a la perfección, sin rastros aparentes de un eventual trastorno por las revelaciones que le había hecho. Lo que no sabía era que estaba frente a alguien que había soportado mucho más, estoicamente.
Sheena Reed se quedó pensando en las primeras palabras que oyó: "A la fecha, no hay noticias de la existencia de algún otro tipo de organismo extraterrestre distinto al hallado allí". Tenía mucho para contar al respecto, pero aún no se sentía preparada. Se lo hizo saber al doctor Long en cuanto inquirió acerca de lo que había ocurrido con ella y sus compañeros. Principalmente con Richard Spenter, cuya misteriosa desaparición continuaba quitando el sueño, noche tras noche, de Edward Norton, que seguía los acontecimientos desde su distante base joviana. El profesional respetó su posición y evitó insistir. Iniciaron una animada charla sobre temas ajenos al central que se prolongó por una hora, donde él formuló más respuestas que preguntas dada la lógica avidez de la mujer por información acerca de aquel mundo nuevo en que le tocaba en suerte continuar su existencia. Se percató del tiempo transcurrido luego de consultar el cronómetro digital sujeto a su muñeca izquierda y abandonó el recinto, no sin antes dedicarle unas últimas palabras.
—Debo dejarla por ahora, señorita Reed, para atender otras tareas —le dijo tomándola suavemente de la mano, como quien realiza una confesión—. Trate de descansar. Pronto volveré para que iniciemos la rehabilitación: ha pasado mucho tiempo en posición horizontal y debe recuperar fuerzas. Yo estaré con usted.
La puerta se deslizó silenciosamente tras su figura y ella volvió a quedar en soledad, sumida en sus pensamientos, observando fijamente el paisaje que ofrecía la ventana que daba al exterior.
Quince minutos más tarde, ingresó una enfermera alta de piel morena, portando una bandeja con un peculiar desayuno: una jarra de leche para abastecer su sistema óseo de la dosis de calcio necesaria y varias tostadas de pan integral, untadas con una pasta color verde musgo que producía rechazo con su sola observación.
—Es un producto elaborado por el hospital, rico en nutrientes. Pruébelo. Su sabor es similar al del paté —fue toda la respuesta que obtuvo al consultar por la composición del alimento. Pensó que ni siquiera ella estaba segura de qué era aquello.

El Salto CuánticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora