Capitulo I - continuación

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  7.
Miles de ideas asaltaron la mente de Norton mientras se enteraba de los acontecimientos en el Disco Disperso. La primera y automática fue preservar la triste tradición de su padre y tomar el mismo camino que él, acabando con su vida y dejando tras de sí dos generaciones de fracasos que, sabía, lo atormentarían hasta el fin de su existencia. Luego lo invadió una sensación completamente opuesta: pensó que los
resultados de su hallazgo no eran otra cosa que un reto del destino, que debía llegar hasta el final de una honda investigación iniciada a partir de ese instante para dar a conocer al mundo lo que había sucedido. Terminó optando por abandonar su puesto de
trabajo y dirigirse a su habitación a ahogar sus penas y frustraciones en alcohol.
Descubrió que no podía pensar fríamente con los hechos recién consumados y que lo haría mejor una vez recuperado de la borrachera en que pensaba sumirse. Tomó una botella de tequila de la gaveta que se encontraba por sobre la mesa del comedor, la
destapó y apuró un largo trago que le quemó las entrañas a medida que las atravesaba. Al cabo de una hora, el resto de la bebida había corrido la misma suerte y el respetable científico que acababa de consumirla se convertía en un ser semiconsciente que solo atinaba a dirigirse tambaleándose de un lado a otro, maldiciendo y sollozando a la vez como un niño, mientras propinaba puñetazos a lo que osara interponerse en su camino. Concluyó por arrojar el envase de vidrio que tenía en su mano izquierda al tablero de la gigantesca computadora que le avisaba que recién había recibido un mensaje y deseaban contactarse con él. Afortunadamente, sus sentidos disminuidos afectaron su puntería y el proyectil no alcanzó su objetivo, que de otra forma hubiera sufrido un daño severo.
—¡Botella estúpida! —gritó con todas sus fuerzas. Limpió con el brazo las lágrimas de impotencia que recorrían su rostro y se desplomó sobre la cama, deseando no volver a despertar.  

  8.
El viaje de retorno se prolongó por cuatro largos años m(10)
Los ojos de los astronautas se congestionaron producto de la emoción que causaba divisar el hogar a tan escasa distancia. Súbitamente, la inquietud en sus mentes por la resolución del misterio con el
que se habían topado, y que aún no lograban develar, volvió a golpearlos tan fuerte como el primer día, a pesar del sueño criogénico que los mantuvo "ausentes" la mayor parte del período. Dos robustas naves cargueras no tripuladas, que se hallaban
prácticamente a la misma distancia del planeta que los satélites artificiales que lo rodeaban, aguardaban impasibles la llegada, con la delicada misión de asistir el descenso de Conqueror, asiéndose a ambos lados para remolcarla literalmente hablando hasta su destino final. El proceso total tomó ocho horas, durante las cuales la nave de rescate soltó su presa y las dos nuevas realizaron su trabajo a la perfección,
comandadas por las hábiles manos de los expertos apostados en la base.
El amartizaje fue impecable.
Una centena de personas autorizadas fueron al encuentro de los recién llegados apenas se detuvieron los motores, pero solo la cuarta parte asistió a Middlemass y su grupo. Del resto, únicamente tres agentes accedieron al transbordador que llevaba dos
cuerpos congelados y mil interrogantes, con el objeto de verificar que todo estuviera en orden (dentro de los parámetros esperados) y así dar el visto bueno para iniciar una nueva etapa: la de extracción de las cámaras que contenían los mencionados cuerpos
y la revisión minuciosa de cada rincón para intentar dar con el tercero. Ese era el objetivo de los demás. La operación se efectuó y su finalización dio pie a la siguiente.
Un hombre situado a 20 metros de distancia de la nave accionó los controles del vehículo en que se hallaba, y este disparó desde el cañón instalado en su parte
delantera un rayo láser azul que abrió un agujero de 15 metros de diámetro en la parte lateral de la primera. El metal cedió como si se tratara de liviano aluminio. En la boca de la abertura se situó un autoelevador y todo estuvo listo para el descenso de
las cámaras. Las dimensiones de estas impedían aplicar métodos más ortodoxos para cumplimentar el trámite: los accesos no contaban con el tamaño adecuado. Mientras tanto, 23 almas continuaban recorriéndola, buscando afanosamente aunque en vano a Spenter o algún rastro de él. Otras 10 se ocuparon de desprender las jaulas de hielo que contenían a los astronautas, abriendo los seguros que las mantenían sujetas al
piso, y de llevarlas con sumo cuidado hasta la salida improvisada. Una vez estas en el suelo, hizo su aparición un gigantesco camión con su acoplado correspondiente, en donde fueron colocadas para ser trasladadas con su contenido hasta el Centro
Hospitalario Newark, el de mayor envergadura del planeta. El lugar disponía de la última tecnología en materia de cuidados intensivos, y por lo tanto contaba con los medios necesarios como para atender a los astronautas en caso de urgencia, si algo salía mal durante el proceso de la rehabilitación. El año anterior, el presidente en persona había inaugurado la Sala de Atención Criogénica, dada la gran demanda de
servicios de lo que se convirtió en una industria de expansión meteórica. A pesar del alto costo de la atención, muchas familias tenían por lo menos uno o dos miembros que padecían enfermedades incurables y que estaban dispuestos a ser congelados hasta tanto se encontrara una solución para sus males, o simplemente otros que gozaban de plena salud y solo deseaban revivir en un futuro lejano que les hubiera sido imposible palpar de otro modo.

  Los responsables del traslado eran conscientes de que disponían de poco menos de tres horas para lograr su objetivo, ya que los compuestos químicos del
agua congelada en la que estaban inmersos Spenter y Reed aceleraban a tal punto el proceso de calentamiento: de no respetarse el tiempo el líquido volvería a su estado primitivo al punto suficiente como para que los astronautas muriesen ahogados sin remedio. Los pronósticos formulados previamente indicaron la conclusión de la operación en 47 minutos, lapso que finalmente se cumplió, pero de todas formas se tomaron los recaudos necesarios ante un eventual imprevisto. Por ello, el camión y su correspondiente carga completaron los diez kilómetros que separaban el centro espacial del de alta complejidad escoltados por ocho vehículos gubernamentales (entre los que se distinguía un moderno helicóptero de cuyos motores emanaba un leve zumbido, años luz distante de los
ensordecedores estrépitos de sus más antiguos antecesores) y a una velocidad moderada. Las cámaras fueron cuidadosamente depositadas en la amplia entrada
del lugar y posteriormente trasladadas en dos macizos trailers remolcados por igual número de automotores de forma similar a la de los típicos carros de golf hasta la gigantesca sala redonda de la planta baja en donde se realizaban las rehabilitaciones. Exactamente un piso mas abajo se encontraba una rectangular,
de proporciones aun mayores: la "morgue" criogénica adonde se depositaban los cubículos ocupados. La etapa más difícil ya había concluido para los miembros de
la NASA que tenían a su cargo la responsabilidad de velar por las vidas de sus pares. Ahora todo quedaba en manos del cuerpo médico.   


10) A partir de este punto, se discriminarán los años marcianos de esa forma.

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