El día en que lo conoció, el cielo se encontraba más nublado que de costumbre.
Supuso que comenzaría a llover, por lo que comenzó a guardar todo lo que había dejado en el suelo en su mochila, ante la mirada desconcertada de su pupilo.
Libros, algunas hojas secas y un tintero al que cerró con fuerza para luego meterlo dentro de la mochila roja.
— Oe...—el chico alzó la cabeza, con una libretita de pasta negra en las manos. — ¿Qué haces?
— Guardo, pe. —contestó simplemente, echando el objeto a la mochila. Al ser el último, no tardó en cerrarla. — ¿No ves que va a llover? —dijo señalando el cielo, acumulado de esponjosas nubes.
— Ya...pero si siempre esta así. Ya sabes el clima de mierda que tiene este lugar, Migue.
— Ten más respeto por la tierra que pisas, Julio. —regaña el moreno, llevándose la mochila a la espalda. — Además, nunca esta demás ser precavidos.
El más bajo rodó los ojos, acomodándose el poncho color musgo que vestía.
— Tú siempre te pasas de precavido. —refunfuña. — ¿Cuando me vas a enseñar esa cosa que haces con las flores? Así, jamás.
Miguel, ya incorporado, ríe.
— Aún no, Julito. —dice en tono dulzón, revolviendo los cabellos oscuros del chico de manera cariñosa. —Confía un poco más en tu mentor, ¿sí?
Julio asintió apenas, desviando la mirada.
El viento comenzaba a soplar con mayor fuerza, remeciendo las hojas y tirando a las secas. Julio se aferró a su poncho, sintiendo un estremecedor frío recorrerle. Quizá Miguel tenía razón y se acercaba una tormenta.
Ambos apuraron el paso, fuera del bosque. El mayor siempre decía que la naturaleza era un mejor lugar para practicar la magia en su máximo esplendor. En especial en una tierra como Inglaterra, donde el poder mágico se encontraba con mayor fuerza.
A cada paso que daban, esa aura mística que ambos poseían se hacía más pesada, más notoria. El silencio era roto por sus pasos sobre el terreno y algunas ramitas seas que pisaban por pura casualidad.
En algún momento, Miguel se detuvo, para sorpresa del otro joven.
Ignorando las preguntas de Julio, el de ojos almendrados escudriñó entre los árboles, sin dejar pasar el mínimo movimiento, ni el de las pequeñas hormigas que trepaban los fuertes troncos. Sus dedos acariciaron la madera de uno de los árboles más cercanos, recorriendo la textura de estos con sus yemas.
Sintió cada vello de su piel erizarse, y algo vibrar dentro de su cuerpo.
Miguel era uno de los brujos más poderosos de su raza, su magia se fue fortaleciendo gracias a su propio esfuerzo del cual estaba orgulloso. Su abuelo se había encargado de criarlo y ser su maestro, enseñándole los misterios de la magia allá en su tierra, Perú. Aprendió como detectarla, como sentirla recorrer el mundo.
Él podía sentirla ahora. El poderoso flujo que corría cual rió a través de ese tronco. No era su magia, tampoco la de Julio o de la misma Inglaterra.
— Una bruja anda cerca. —susurra, observando a Julio.
— ¿Debemos ir por otro camino? —sugiere, sabiendo lo agresivas que tendían a ser ellas. Y lo altamente territoriales también.
— Sí. Pero...—sus dedos descienden lentamente, acariciando la corteza. — su presencia está en todos lados.
El menor de los brujos abrió sus ojos con sorpresa.
— ¿Cómo es posible? —dice consternado.
— Ella está absorbiendo la energía de este lugar. —arrugó el ceño el peruano, apartando su mano del árbol. — Y sin su consentimiento. Ah, estas brujas cada vez son peores.
Julio se acercó a Miguel, interrogándole con la mirada.
— ¿Y cómo sabes eso? —pregunta, sintiendo que no era oportuno. Sin embargo, no quería dejar pasar por alto cualquier pregunta que se le cruzase por la cabeza. Miguel siempre le había dicho eso, que aclarara cualquier duda, si es que quería ser un buen brujo.
— Porque está absorbiendo nuestra energía también.
El contrarío pudo entonces comprender ese frío que tanto le incomodaba hasta el momento.
— Esto es malo... —dijo Miguel, negando con la cabeza. — Si sigue así, va a terminar matando este bosque... y a nosotros.
El aire se hizo más pesado, las nubes se arremolinaban, tormentosas, pero no parecía que la lluvia vendría. Algunas hojas cayeron rendidas, alarmando a ambos brujos. Y con horror, una pequeña florecilla que crecía entre las raíces de un frondoso árbol, se fue deteriorando. Pétalo por pétalo, secándose y muriendo.
— Miguel...—llamó, alertando al mencionado. — Huelo sangre.
Su mentor tragó saliva.
Julio era capaz de poder detectar esa pequeña señal. Sus sentidos estaban agudizados puesto que su instinto había aparecido recientemente. Ese que gritaba en su mente, el que llamaba a los jóvenes brujos y cazadores al caos, provocando una sed de sangre insaciable en ellos. Extrañamente era más fuerte en las brujas. Y aún más si se presentaba de forma tardía.
— ¿Dónde?—pregunta bruscamente, viendo luego como el muchacho señala al lado izquierdo de ellos. — Vamos allá.
— ¿Qué? Pero es peligroso, Migue.
— No voy a dejar que una estúpida bruja destruya este lugar por su ambición, Julio. Tú deberías hacer lo mismo. —casi gruñó, avanzando en la dirección que el chico señaló. — Además, — una sonrisa altanera, de esa pocas que tenía, y que, sin embargo, mantenía ese radiante brillo de su personalidad — ¿permitir que utilice mi energía para hacerse más fuerte? Por favor, pobre ingenua.
Había rabia en su tono. Y es que Miguel Alejandro Prado no se esforzó por años perfeccionando su magia para que alguien más se la arrebatara. No protegió lo que su abuelo creía para que brujas como ellas deshicieran todo, tomando recursos sin dar algo a cambio. Recuerda las enseñanzas de su mentor, y único familiar, antes de ser asesinado por cazadores. Recuerda sus palabras, lo mucho que la tierra, los seres vivos aportaban a que la magia de tanto brujos como cazadores sea fuerte, y que hacerse con ella sin siquiera realizar un ritual para compensar lo tomado, era una falta de respeto.
— ¡Migue! ¡Oye! —Julio iba atrás suyo, tratando de ignorar la fastidiosa sensación de desasosiego que le abrumaba. Era muy susceptible a esos cambios, cuando su magia era arrebatada gota por gota. Aunque lastimosamente, no lograba identificar con claridad esa sensación. — Maldita sea... —masculla el aprendiz, torciendo los labios.
Tan solo esperaba equivocarse, y que esa sangre que más tarde identificaría como humana, sea parte de su imaginación.

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Lemniscus [EcuPer]
Fiksi PenggemarExistía una variedad de cosas que eran imprescindibles en la vida. Pero para ellos dos, su necesidad por el otro era mayor, superando la comprensión humana. Y la no humana también. Ellos eran como el símbolo del infinito, vagando de punto a punto, h...