Capítulo Dos

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Cuando tenía cinco años, mis padres biológicos murieron en un accidente de coche. Un borracho estaba conduciendo a ciento sesenta kilómetros por hora, se cruzó al otro carril y chocaron, fin. Ahí se acabó todo, sin más, acabó con la vida de dos personas, destrozó la vida de otras, pero nada los devolvió a la vida. Mis llantos por la noche, mis pataletas, mis gritos desgarradores, nada sirvió y sé que nada servirá para traerlos de vuelta, nada, y eso duele, quema.
Tras su partida, nadie de la familia pudo quedarse conmigo ya que mis padres no tenían hermanos y mis abuelos eran muy mayores como para poder cuidarme, así que me enviaron a un orfanato, pero todas las semanas mis abuelos venían a visitarme, así no me sentía tan sola.
Allí conocí a un niño dos años mayor que yo, tenía siete, pero llevaba allí desde los cuatro años con su hermana menor de un año, Zoe. Aquel niño se convirtió en mi mejor amigo, éramos inseparables, se convirtió en mi pilar, en mi fuente de energía. A pesar de tener tan poca edad me ayudó a conseguir convivir con el dolor y me enseñó partes de la vida que aún no conocía. Él era amante de la música y yo de la danza, gracias a él descubrí mi pasión.
Cuando cumplí los nueve años, mis padres actuales me adoptaron y el niño y yo nos hicimos una promesa. Cada vez que yo bailara y él tocara algún instrumento, o simplemente con escuchar música teníamos que recordarnos el uno al otro, porque para nosotros, el otro era libertad, era vida. No es que nos hayamos enamorado, al fin y al cabo éramos niños y ninguno de los dos sabía el significado de la palabra.

Así que al escuchar el nombre del grupo y el nombre de uno de sus miembros me acordé del niño del orfanato, me acordé de Kyle Danvers.

-¿Estás bien?- me pregunta Leo preocupado al ver que me había puesto algo pálida.

Parpadeo varias veces y vuelvo al mundo real, con todos los miembros del grupo mirándome expectantes, pero cuando mi mirada se cruza con la de Kyle, un escalofrío recorre todo mi cuerpo.

-Sí- respondo al instante, esta vez mirando a mi amigo.

Él frunce el ceño pero no dice nada más. Comienzo a hablar amigablemente con uno de los chicos, creo recordar que se llamaba Gabriel y es un chico muy simpático a decir verdad, además su pelo rojizo natural le hace ver bastante adorable. Al parecer se mudó a Los Ángeles hace dos años, vive cerca de la playa y tiene una hermana de cinco años a la que quiere muchísimo.
Yo le cuento que tengo un hermano mayor con el que no me llevo muy bien, pero tampoco entro en detalles de nada más, no me parece apropiado.

-Bueno Hannah, me ha encantado charlar contigo pero tengo unos asuntillos que arreglar- le da un último sorbo a su copa- Espero que nos volvamos a ver.

-Lo mismo digo- respondo sonriente y él se retira.

Y me he quedado sola. Llamo al camarero para que me sirva otra copa y justo en ese momento alguien se sienta en el taburete de al lado. Giro a ver quién es y me sorprendo a ver a Kyle. Él se da cuenta de mi mirada e imita mi acción, solo que sonriendo, a lo que me sonrojo.

-Perdona por no saludar, no te había visto- dice mientras arrima su taburete al mío sonriendo.

-No te preocupes- respondo algo nerviosa.

Su cercanía hace que mi corazón lata a mil pulsaciones por minuto, supongo que es porque es un chico muy atractivo.
Tiene el cabello negro revuelto, unos ojos verdes que cuando le miras parece que estás en un hermoso bosque y también hay que mencionar que tiene muy buen cuerpo ya que lleva una camiseta algo ajustado y se le marcan los músculos.

-¿Y qué haces aquí tú sola?- pregunta adoptando una pose despreocupada.

-Leo habrá ido a seguir ligando con alguna chica y mi amiga Kendra tres cuartos de lo mismo, así que aquí estoy.

LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora