Pandemónium

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Mi padre, gran padre, buena persona, lobo vestido de oveja, oveja en mis manos, abriendo la puerta de mi cárcel sin saber que su hija le espera con una sorpresa. Reunión familiar. Ahora soy como él, él como yo, demonios ambos.

Nunca supo lo que le pasó, lamentablemente. Guiándome por el sonido asqueroso de su respiración supe al momento dónde se encontraba. Tengo engranada en mi piel su altura, su fuerza, su forma. Fue fácil distinguir su asqueante silueta en mi oscuridad. Es fácil distinguir otro demonio cuando te aceptas. Su cuello desprotejido, mi madero antes carcelero ahora arma de liberación. Su cuello era realmente frágil. Cedió rapidamente a la presión punzante del filo, solo pequeñas pausas en el trayecto delataban los obstáculos a su paso. Realmente soy más fuerte que él, yo nunca expiré sangre a borbotones en nuestros desafortunados desencuentros. Nuestra sangre se mezcló, nuevamente fuímos uno. Como el infinito regresamos al comienzo.

Su grito ahogado en sangre fue el primer sonido que he escuchado con claridad luminosa en mucho tiempo. El sonido de arcadas en esta ocasión fue bienvenido. Mientra penetraba su cuello, su pecho, reía, reía llena de odio, gritaba. Le gritaba en su cara todo el odio que sentía por él, lo escupía, llenaba sus últimos momentos de improperios bien merecidos. Finalmente expiró en mis manos y fui libre. La libertad se sintió hasta el fondo de mi ser. Tuve mi primer orgasmo inhibido y sin culpa justo encima de su cuerpo ya vacío.

En medio de la excitación sentí un nuevo olor. Una esencia que hace tiempo no sentía, que pensé jamas experimentaría nuevamente. Pensé que estaba muerta, eso él me dijo. La sorpresa que me llevé al oler el perfume de mi madre fue perturbadora. Pero al momento comprendí, comprendí que ella siempre vivió bajo el mismo techo sin hacer nada por mí. Automáticamente supe que ella fue su complice. Ser demonio corre en la familia.

Por primera vez vi sus caras, frente a frente como iguales. Demonios todos. Escuché su grito de harpía mientras me levantaba. Sentí en la piel sus insultos hirientes mientras desesperada buscaba algo con qué hacerme daño. Supe que nunca fui buena hija, supe que por mi culpa él no había vuelto a tocarla en años. Supe que le alegraba verme destruída. Que se sentía feliz de verme tan asquerosa por fuera como por dentro. Fue lo último que dijo. Un nuevo coro de gritos se unió a los anteriores, pero esta vez entrecortados, huecos. Con un hilillo de respiración asmática fueron desvaneciéndose junto con la vida que poseía esa voz.

El bonito vestido de mi madre se tiñó de rojo. Sus cabellos estilizados cayeron por todas partes. Pude sentir como su cabeza golpeaba el suelo cuando levantaba la estaca para volver ha arremeter contra su espalda. Fue inmensa la satisfacción de escuchar los huesos resquebrajándose. Una nueva tonalidad de rojo fue visible en mi oscuridad. Nuevamente la familia estaba unida.

Solo cierra tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora