Ese día, se hallaba perfecta, sus labios como cerezas recién surgidas, su nariz y pómulos llenos de esas encantadoras y rojizas pecas, ese cabello rebelde e indomable como caballo salvaje, su ropa siempre sutil, y manos temblorosas, su piel siempre tersa como rosas; sus ojos, esos vibrantes y ahora lejanos ojos, expresivos con cada oración, se avergonzaban en cada pausa de dolor, la primera lágrima corrió, se encontraba triste porque me había herido, pero yo sabía que esa carta que había leído, solo había sido escrita en un pasado porque me había ido.
Sus mejillas se ruborizaron, pues no quería decir lo que expresó:
Las paredes de mi habitación fueron testigos de mi demencia, esa que siempre me causó tu insolencia, la insolencia de tu permanencia en mi cabeza. Las paredes de mi habitación son testigos mudos de lo que digo, del recuerdo tan tuyo que yo sigo, son testigos de mi insomnio, de esas noches que me desvelé por el recuerdo de tu cuerpo, de esas noches que no dormía por tu constante aparecer en mis pensamientos.
Estaba en cualquier lugar y de repente una parte de mi cerebro te hacía evocar, venir a cualquier parte en la que yo me pudiese encontrar. Creo que no podía pasar una hora sin acordarme de ti, sin recordar tus palabras y como hablabas de mí.
Recorría un camino sin fin, y no importaba lo que hiciera, siempre me llevaba a ti. Le dabas la apertura a mi día, y el culmino a mi noche. La bienvenida a cada minuto, y la despedida a cada segundo.
Me encontraba condenada a las cadenas de tu recuerdo, a aquellas que causaron todos tus hechos.
Fui convicta de la sentencia que me puso tu querer, y de todas las adicionales que me puse yo con mi creer.
Fuiste el juez que con el poder que tenía en mano, me esposó a lo único que he amado (a ti, a tu recuerdo, el que me estaba enloqueciendo, porque lo único que hacía es recordarme que ya no te tengo).
Como policía me habías esposado a la demencia, me recordabas a cada segundo tu ausencia. Y yo cansada estaba de enloquecer por tu falta de presencia.
Como autoridad habías mandado a mis pensamientos a que no te sacaran de mi cabeza, y como lo dicho es ley, al parecer todo así debía ser.
Como tatuador habías marcado tu nombre en el registro de amor de mi cabeza, por lo que solías venir rápido y con fuerza, cualquier cosa te traía devuelta.
Como escritor me habías dedicado dulces palabras, palabras que siempre volvían cuando junto al viento las oía.
Como estadista me diste cada situación que iba a pasar, y cada sentimiento al que yo iba a llegar, me advertiste de aquella situación; en la que solo me hundiría yo, yo porque era la presa a tu inteligencia, a tu dulce sarcasmo, a ese creo yo sola amo.
Como profesor me habías enseñado cosas que nunca olvidaría, aun cuando sabía que nunca volverías.
Como mi amor me habías proporcionado cariño y aprecio, versos de ternura y palabras de ricura.
Como mi psicólogo me habías hecho amarme y apreciarme, y eso lo recuerdo cada vez que me veo al espejo.
Como mi doctor habías sanado varias veces mi corazón, pero como mi condena fuiste el que lo mantuvo destrozado y sin ganas de ser armado.
Tuviste muchas profesiones en mi vida, por lo que en mi mente estuvieron tranquilas. Pero en mi cuerpo con un tic de ansias se vieron reflejadas, con un tartamudeo en mi habla, una falta de escuchar en mis oídos, una carencia de sentir en mis poemas, y aunque sabía que vendrían más, me sentía triste porque todos serían para vos, y de una manera que jamás había esperado.
Las paredes de mi recámara son testigos mudos de mi pena. ¿Por qué tuviste que llegar después de que ya yo te había creído olvidar?
Tuviste que pasar aquella puerta, reviviendo todo lo que estaba en la tumba, dándole vida a lo muerto, pisoteando las bases de una vida que venía desarrollando, y aunque a veces venías a mi cabeza, por esa venida ahora estás con mucha más frecuencia.
Las paredes de mi recámara y las personas que me ven son testigos continuos de lo que me hacías reír, con tu compañía mental, esa que me mantenía en un estado sentimental. Me sorprendía tu asiduidad, esa que me mantenía despierta, intranquila y algo descontenta, porque me sentía sin la libertad de decirte en mi pensar, lo que sentía en verdad, ya que realmente no podías escuchar, opinar o argumentar.
Me habías castigado con tu recuerdo constante, con aquellos abrazos, palabras, comentarios, y besos, con tu voz, tu altura, tu cuerpo.
Me habías sancionado con mil versos, con mil rimas, con mil frases para decirte lo que sentía, me habías atado a un ciclo sin final, porque aun cuando te olvidara (que nunca lo hice), si te veía o escuchaba otra vez, caería nuevamente a tus pies.
Eras el peso que llevaba cada día, las cadenas que arrastraba, eras el camino por el que transitaba, y las huellas de cada paso que dejaba. Eras el cansancio que tenía mi cuerpo, las bolsas bajo mis ojos. Eras el tatuaje que quedaría permanente en mi cabeza, el que me mantendría esposada siempre a la demencia, a la intranquilidad, y la falta de esencia, porque siempre estuviste "en mi mente"
20/02/2017...
Lo veía como manos alrededor del cuello... como cadenas en las manos y en los pies, porque no se sentía libre... siempre asfixiada por su ausencia, por la presión de ese mar de cartas que nunca llegaron...
Carol Elizabeth García Carroz...
(Derechos de Autor Reservados)
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Para "Ella"
PoetryPara "Ella"... Esa chica. La que amo, la que amé, la que amaré siempre sin importar lo que pase. Para "Ella"... Mi mujer. La que amo, la que amé, la que amaré siempre sin importar lo que pase. Para "Ella"... Mi niña. La que amo, la que a...