5

2.2K 164 9
                                    

Me estaba quedando dormida cuando noté que Peeta se movía, se iba a su cuarto pero no quería quedarme sola. Aunque fuera muy egoísta lo quería a mi lado, al menos esa noche. Así que le retuve. Vi las dudas cruzar por su cara, mi familia estaba al lado, si alguna de ellas entraba lo encontraría conmigo. Pero no me importó. De todas formas ambos madrugábamos, cuando nos levantábamos tanto mi madre como Prim aún dormían. Al final cedió y se quedo junto a mi.

Era todo un lujo tenerlo toda la noche. Pero cuando desperté él ya se había ido.

Las siguientes noches nos quedábamos hablando y luego yo le pedía que se quedara.

Cada día pasábamos más momentos juntos. Cada noche hablábamos durante más tiempo.

Hasta que llego la mañana en que mi madre entró a mi cuarto a cambiar las sábanas, pensando que no había nadie, y nos encontró a los dos dormidos.

Peeta se disculpó de inmediato y se marchó rápidamente. Miré fijamente a mi madre. Ella sabía, tan bien como yo, que dentro de poco tiempo Snow nos obligaría a casarnos. Y por supuesto no podría seguir viviendo en mi casa, tendría que irme a vivir con él. Allí ni ella ni nadie nos podría vigilar ni mucho menos decir nada. A los ojos de todo el mundo Peeta y yo seriamos marido y mujer.

Mi madre sabiamente decidió permanecer callada. Todos conocían de sobra mi manera de reaccionar antes los sermones.

Por supuesto esa noche Peeta se negó a quedarse. Pero tras varias semanas durmiendo juntos yo no conseguía conciliar el sueño. Le convencí para que volviera, al menos hasta que me quedase dormida, pero en cuanto se fue me desperté. Pasé la noche dando vueltas, y me pareció oír a Peeta haciendo justamente lo mismo. Así que a la noche siguiente al notar que ya no estaba conmigo me metí en su cama. No fue capaz de echarme.

Trascurrieron los meses y mi dependencia por estar cerca de Peeta aumentó. Ya no me servía estar con él solo por la noche, necesitaba más. Y él parecía feliz con eso.

Conseguí que me acompañara al bosque alguna vez y Peeta me convenció para ayudarle a preparar pan en su casa. Fue un auténtico desastre pero disfruté enormemente de su compañía. Su risa parecía inundarme y ser capaz de borrar todo rastro de tristeza, rabia o dolor que pudiera sentir. Y luego estaba su olor, me había vuelto adicta a su característico aroma a canela y eneldo. Era mi perdición.

Justo el día en que me atreví a darle un beso por primera vez recibimos la fatídica llamada del Capitolio. Debíamos presentarnos allí en dos días. Ya imaginábamos el motivo.

Canela y eneldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora