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Pasaron dos años en los que casi podría decir que fui feliz, si borraba de mi mente la cosecha y los juegos, disfrutaba de una buena vida. Hasta que mi hermana se contagió de una terrible enfermedad cuidando de un paciente. Fue rápido y horrible. Antes de dos semanas estábamos enterrándola en la pradera. Aquello nos devastó a todos.

Mi madre volvió a su mutismo, recogió unas pocas pertenencias y se instaló en nuestra antigua casa de la Veta. Yo caí durante meses en una enorme depresión. Sólo la presencia de Peeta lograba traerme a la vida. Pero él también debía encargarse de Haymitch.

Tras la muerte de Prim nuestro antiguo mentor intentó varias veces dejar la bebida sufriendo grandes recaídas. Peeta estuvo apoyándolo constantemente. Para bien o para mal se había convertido en alguien de nuestra familia y no lo iba a dejar tirado. Recibió todos los insultos que Haymitch soltó, junto a gruñidos, palabras incomprensibles, gritos y golpes. La mayoría lograba esquivarlos pero no siempre se movía a tiempo.

Verlo a él herido me hacía salir de mi mundo y que me preocupara por ellos. Intenté como pude colaborar en la recuperación de Haymitch. Por suerte mi madre dejaba que le llevara parte de lo que cazaba y no rechazaba el dinero que le daba para que no le faltase nada.

Aún teníamos demasiado reciente la muerte de mi hermana cuando tuvimos que volver a ser mentores. Pero el ambiente en el Capitolio estaba muy diferente a otros años. Ya lo habíamos ido notando en nuestras últimas visitas. Parecía una olla a punto de estallar.

Nuestros estilistas sin darse cuenta nos habían ido dando pistas de lo que pasaba. Se quejaban de que cada vez era más difícil conseguir marisco, lo complicado que era adquirir aparatos electrónicos nuevos o reparar los que tenían. Sufrían cortes de luz varias veces al día. Acostumbrados a que nunca les faltase de nada no concebían un mundo sin esos lujos.

Eso nos permitió conocer la situación de los otros distritos. Durante los juegos, de manera secreta y por separado nos informaron de la revolución que estaba comenzando. Contaban con nosotros al ser los rostros más televisivos. Por supuesto aceptamos de inmediato. Por fin el país se estaba moviendo para acabar con la tiranía de Snow.

En vez de volver a casa nos llevaron al Distrito 13, lugar que creíamos destruido por completo. Allí nos entrenaron para la lucha. No sería una batalla fácil. Muchos de nosotros perderíamos la vida.

Nos encontramos con Gale, él estaba más que listo para la guerra. Llevábamos desde que éramos apenas unos críos hablando de eso y al fin había llegado el momento. Su mujer junto con su pequeño y su hija recién nacida se habían quedado en casa. Todos los que nos encontrábamos en el 13 estábamos dispuestos a morir luchando.

Los últimos meses con todo lo sucedido me pasaban factura. Ni mi cuerpo ni mi mente se encontraban en su momento más fuerte. Necesitaba remediarlo cuanto antes. La rebelión estaba en marcha y yo era una de las personas encargadas de liderarla.

Pero había surgido un inconveniente a causa del descontrol que había llevado. No sólo debía procurar mantener con vida a Peeta, también tenía que que proteger al bebé que crecía en mi interior.

F I N

Canela y eneldoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora